Narbona, la puerta de entrada a la herencia occitana

Narbona bien vale una escapada: historia romana y medieval, exquisita gastronomía y paseos lacustres a dos horas de Barcelona

En el sur de Francia, a tiro de piedra de la frontera española se despliega el departamento de Aude, tierra heredera de la cultura occitana y cuya capital, Carcasona, es la meta habitual del turista español que recorre estas comarcas.

Si ya usted conoció esta ciudadela medieval reconstruida (con criterios históricos dudosos), sugerimos visitar el conjunto monumental de Narbona, combinado con una escapada por los numerosos viñedos y monasterios que se esparcen por los valles cercanos. Y de paso, descansar los estanques que se despliegan al borde del Mediterráneo.

Gracias a los ferrocarriles de alta velocidad de Renfe-SNCF, se puede tomar un tren por la mañana y llegar a Narbona dos horas después . A pocos pasos de la estación ya se despliega el casco histórico, que se puede recorrer antes de la hora de la comida.

Roma y el medioevo en pocos pasos

En su pequeño centro se condensan interesantes testimonios de las épocas romana y medieval. De la era en que Francia se conocía como Las Galias se presenta un Museo Arqueológico que contiene la suma de frescos más importante fuera de Italia, mientras que el Museo Lapidario cuenta con la colección de lápidas más importante del mundo –después de Roma, claro-.

De los edificios medievales, la Catedral de Saint-Just et Saint-Pasteur es una rareza: su portal de entrada se encuentra en un rincón de la estructura, casi oculta a la vista. Donde debería ubicarse las puertas principales hay arcos que señalan al aire libre y en el espacio del rosetón se ubica un muro. El templo, enseguida se comprende, ha quedado inconcluso. Edificado a finales del siglo XIII, la población se negó a que se desmantelen las murallas romanas para levantar la catedral y el templo quedó a medias.
Puente de los mercaderes. Foto: Laurie Biral

Puente de los mercaderes. Foto: Laurie Biral

El templo se integra con el Palacio de los Arzobispos, que es el segundo conjunto arzobispal más importante después del de Avignon. Con su torreón y su claustro reformulado como jardín público, se puede conocer cómo era la arquitectura en la Edad Media en la antigua Occitania.

Comer y navegar

Tras una vuelta por las callejuelas del centro histórico, a la hora de comer la mejor opción es la que eligen los propios narbonenses: Les Halles, el mercado cubierto que se encuentra al lado del renovado paseo del Canal de la Robina. En el centro del predio, entre puestos que venden pescados, embutidos y olivas hay una serie de paradas para probar platos típicos. Recomendado: Chez Bebelle, regentado por Gilles Belzons con su familia, un pequeño templo del rugby (el hombre y su padre fueron jugadores profesionales) donde todo el mundo habla a los gritos entre cervezas y quesos.

Para bajar la comida la alternativa es alquilar un pequeño bote eléctrico o una gabarra y dejar que caiga la tarde mientras se navega el tranquilo Canal de la Robina, aunque si se trata de tener un toque de naturaleza un poco más amplio es mejor recorrer la marisma de Sainte Marthe en una pequeña embarcación, o aventurarse por los pantanos de Bages o L’Ayrolle.

Los estanques al sur de Narbona cuentan con rutas de senderismo y vías verdes.
Los estanques al sur de Narbona cuentan con rutas de senderismo y vías verdes.

Para cenar, no se puede dejar de visitar Narbona sin pasar por el pantagruélico menú de Les Grands Buffets, que por 32,90 euros (sin bebida) permiten probar más de 300 platos de la gastronomía de la región de Languedoc-Rosellón. Un consejo: no pretenda probar todo, elija tres o cuatro platos, una selección de quesos y a disfrutar.

Por los viñedos

Al otro día, al este y al norte de Narbona se despliegan diversos ‘chateaux’, bodegas que producen algunos de los mejores vinos de la región, como el Château L’Hospitalet o el Château Le Bouïs, mientras que hacia el oeste se encuentra la Abadía de Fointroide, una interesante muestra de la arquitectura de la orden cisterciense, donde se puede reponer fuerzas a la hora de comer en su restaurante La Table de Fointfroide.

Si tiene hijos y están cansados de tantos monumentos y viñedos, la pasarán mejor en la Reserva Natural de Sigean, que presenta una interesante catálogo de fauna africana, como leones, avestruces y antílopes.

Antes de que caiga la noche, hay que devolver el coche y regresar a la estación de SNCF. En un par de horas, los paisajes pasarán rápidamente por la ventanilla del convoy y se habrá regresado a casa.

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