Villa de Leyva, el pueblo colombiano detenido en la época colonial

Uno de los pueblos con más encanto de Colombia se encuentra en un valle de Boyacá, hogar de la plaza más grande del país y de numerosos edificios coloniales

La plaza más grande de Colombia no está en Bogotá, ni en Cali ni en Medellín, sino en un pequeña ciudad colonial a 180 kilómetros de su capital, rodeada de los macizos siempre verdes de la Cordillera Oriental de los Andes. Esta es la Villa de Leyva, uno de los pueblos más encantadores de este país sudamericano.

Testigo de la época colonial

La Villa, como le dicen sus habitantes, está detenida en el tiempo. Sus casas, blancas y de tejas de un rojo pálido, parecen iguales pero ninguna es idéntica. Las puertas y las ventanas están pintadas de colores vivos, aunque el verde inglés es el tono predominante.

La plaga que a fines del siglo XVII casi convierte a la Villa de Leyva en un pueblo fantasma la salvó de que sea destruida en nombre del progreso

Sus calles empedradas y sus edificios son el mejor testigo de la arquitectura colonial, testigo de la conquista española de estos rincones del mundo. La villa era un destacado polo económico y pollo en la región de Boyacá durante los siglos XVI y XVII, hasta que en 1691 una plaga destruyó los cultivos, y a mediados del siglo siguiente casi descendió a la categoría de pueblo fantasma.

Villa de Leyva Boyaca (17) Foto www.ssanint.com

Los edificios de la Villa mantienen la estética colonial. Foto: Ssanint.com-Turismo de Colombia

La resurrección turística

Por estas paradojas del destino, su parálisis económica y social la protegió de los embates del progreso, y gracias a su privilegiado microclima se convirtió en el sitio de descanso de las autoridades regionales y virreinales.

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Con pocos cambios en su estructura urbanística la Villa progresó a pasos lentos, hasta que a mediados del siglo XX fue declarada como Monumento Nacional por el gobierno colombiano, y sus abundantes casas e iglesias coloniales fueron protegidas del apetito urbanístico.

Actualmente la Villa de Leyva es uno de los sitios de escapadas y relax favoritos de los lugareños. En determinadas épocas, es invadida por estudiantes; y en otras, es meca de mochileros.

Alrededor de la plaza de 14.000 metros cuadrados se despliega un bonito catálogo de edificios de estética colonial

Pero la ciudad también cuenta con una interesante gama de restaurantes de calidad y hoteles boutique que atraen a un turismo de mayor poder adquisitivo.

Casa Hotel San nicolas Foto Reg Natarajan Flickr

Algunas casas se han reconvertido en elegantes hoteles, como la de San Nicolás. Foto: Reg Natarajan-Flickr

Invitación a un viaje en el tiempo

Como siglos atrás la plaza se mantiene como el epicentro de la vida local. En un esquema que se replica en cualquier poblado latinoamericano, en este espacio se despliegan la iglesia Nuestra Señora del Rosario (de estilo barroco colonial), el Cabildo, y una serie de edificios “de altos” (o sea, con un piso superior) y recovas que ahora presentan restaurantes de comidas regionales y tiendas de recuerdos.

A lo largo de sus callejuelas empedradas hay un gran número de tiendas, sobre todo de diseñadores textiles y artesanos; muchas de las cuales se despliegan a lo largo de un patio central coronado por un aljibe, con una vegetación que conquista todos los espacios.

La mayoría se concentra a lo largo de la Calle Caliente, metafórico nombre para una arteria que en algunas épocas es una riera de turistas, donde hay que estar dotado de zapatillas cómodas para evitar que el empedrado irregular juegue alguna mala pasada a los pies.

Villa de Leyva foto Reg Natarajan

Los bajos de las casas se transformaron en comercios y restaurantes. Foto: Reg Natarajan-Flickr

Muchas de las grandes casonas coloniales que no fueron cambiaron de rumbo como hoteles pertenecieron a figuras de la historia política colombiana, que mantienen su historia en pequeños museos.

Recuerdos prehistóricos

La historia de la Villa no se circunscribe a sus recuerdos coloniales. De hecho, en el lugar hay tres museos que recogen un valioso patrimonio que se remonta a millones de años, como el Prehistórico, el Paleontológico y El Fósil, donde se exhibe un ejemplar de pleosaurio en magnífico estado de conservación, una gigantesca criatura marina que nadaba cuando los Andes estaban bajo el agua.

En el museo El Fósil se exhibe el esqueleto de un pleosaurio de 120 millones de años, cuando los Andes estaban bajo el agua

A una media hora en cabalgata, entre haciendas y casas de agricultores, se despliega el Parque Arqueológico de Monquirá, más conocido como El Infiernito, un sitio donde los nativos precolombinos levantaron más de 30 columnas de formas fálicas, algunas de más de dos metros de altura.

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Y otra bonita huella de la historia regional es el Convento del Santo Ecco Homo, un conjunto religioso de la orden de los dominicos, levantado en el siglo XVII, que presenta una deliciosa combinación de estilo mudéjar con el renacentista.

Misal en el Convento de Santo Ecco Hommo. Foto JP Chuet

Misal en el Convento de Santo Ecco Homo. Foto JP Chuet

El viajero va paseando por el claustro que albergaba las celdas de los monjes, mientras contempla la exuberante vegetación que rodea al aljibe central.

La oferta de actividades puede ser larga. Una opción puede ser viajar a la vecina Ráquira, que como ciudad no es muy bonita, pero que sí tiene una larga tradición de producción y venta de artesanías, lo que le otorga un atractivo colorido local a esta región de tiempos suaves, climas benignos y cuotas para el relax.

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