San Vicente de la Sonsierra, donde el vino es sangre y literatura

Recorremos con Andrés Pascual, autor de ‘A merced de un dios salvaje’, los lugares y las historias que inspiraron su novela

San Vicente de la Sonsierra. Foto: Getty Images.

A los pies de la imponente sierra de Toloño, las riojanas tierras del municipio de San Vicente de la Sonsierra aparecen como peinadas por un cepillo gigante que ha dejado innumerables surcos ocupados por infinitas hileras de viñedos. Separando a unos terruños vinateros de otros se encuentran algunos suaves cerros, verdes prados y una pétrea fortaleza ancestral que parece vigilarlo todo.  

El castillo de San Vicente no es el único edificio medieval de la zona. Ya en el corazón de la villa, antiguas casonas nobles se asoman a la calle mayor, mientras que iglesias y ermitas cimentan la tradición católica de un lugar que, mirando a sus campos y a su historia, da la impresión de que tendría en Baco a un dios más cercano a ellos. 

Y es que es vino lo que circula por las arterias de este municipio riojano. Todo el mundo aquí parece dedicarse a la industria vitivinícola. Y no a cualquiera, sino a la que se basa en el conocimiento ancestral de las tierras, las cepas, las tradiciones y la forma de mimar las uvas como si fueran auténticos hijos carnales. Un saber que se ha ido transmitiendo de generación en generación durante siglos. 

Viñedos antiguos en San Vicente de la Sonsierra. Foto: Bodega Carlos Moro.

Andrés Pascual 

De vino, y también de letras, sabe mucho Andrés Pascual, a quien tuve la fortuna de conocer en uno de los viajes más interesantes que he realizado por España. 

San Vicente de la Sonsierra es el escenario en el que se ambienta la novela ‘A merced de un dios salvaje’ de Andrés Pascual

Andrés, riojano cercano y encantador, es una especie de hombre del Renacimiento. Escritor de éxito – finalista, en 2009, del premio Ciudad de Torrevieja (uno de los certámenes nacionales más importantes del momento) y elegido, en 2016, como uno de los diez escritores más relevantes del año -, compositor de música, pianista y teclado de la banda Catorce de Septiembre – ganadora del galardón al Grupo de Rock Revelación de la emisora Radio 3 en 1992 –, conferenciante y viajero empedernido. Quizás, de sus múltiples facetas, fue esta la que nos hizo conectar a la perfección desde el primer instante. 

Yo había sido invitado a una bonita jornada en la que, además de recorrer parte de la historia del vino en la zona, también íbamos a descubrir los secretos que guardaban los escenarios en los que se ambientaba A merced de un dios salvaje, novela escrita por Andrés y publicada en 2018. 

Foto: Bodega Carlos Moro.

A merced de un dios salvaje es una historia de drama, pasiones, intrigas, familias vinateras con oscuros pasados y algunas pinceladas históricas, sin olvidar el cariñoso y comprometido trato que Pascual da a una de esas enfermedades infantiles catalogadas como “raras”: el síndrome de Dravet. Raúl, uno de los protagonistas principales, lo padece y, a través del libro, Andrés da voz a muchas familias desesperadas que siguen luchando contra viento y marea para conseguir que se intensifique la investigación de la enfermedad. 

‘A merced de un dios salvaje’

Charlando animadamente sobre su libro y de cómo le resultaba sencillo encontrar la inspiración en las tierras en las que había crecido, llegamos a la ermita de Santa María de la Piscina, uno de los escenarios clave de su obra. 

Este pequeño templo románico del siglo XII se erguía, solitario, entre dos pequeños cerros. Alrededor de él, hileras de viñedos – cómo no – y una antigua necrópolis, con tumbas datadas entre los siglos X y XV y situada sobre una ladera que descendía suavemente hacia el valle. 

La ermita, de aspecto sencillo y humilde, tiene el honor de ser el edificio mejor conservado y más completo del Románico en La Rioja. Su historia, tal y como me la contó Andrés, sí es digna de un templo más suntuoso.  

Ermita Santa María de la Piscina. Foto: David Escribano.

Santa María de la Piscina fue construida para venerar una astilla perteneciente a la cruz en la que Jesucristo fue crucificado. Tal reliquia había sido obtenida por el infante Ramiro Sánchez de Navarra, al participar – en la época de la Primera Cruzada (finales del siglo XI) – en el ataque a Jerusalén por la Piscina Probática, famosa por el poder curativo de sus aguas.  

En Santa María de la Piscina se reúnen los ‘diviseros’, herederos de una orden de caballería destinada a proteger la reliquia de la cruz de la ermita

Con el paso de los siglos, llegó a encontrarse en un estado ruinoso, pero fue restaurada en 1975 para lucir tan hermosa como lo hacía aquella mañana. 

Pasamos a su interior, que era fresco y carente de ornamentos suntuosos. Allí aún se reúnen los “diviseros”. La Divisa fue una especie de orden de caballería destinada a proteger la reliquia de la cruz y otros menesteres. Los diviseros también poseen cierto protagonismo en el libro, cuyo principio y final están ligados a esta ermita y su necrópolis. 

Castillo San Vicente de la Sonsierra. Foto: David Escribano.

Vigías entre Navarra y Castilla 

No es el único punto oscuro e histórico de su novela. Para ver otro ejemplo de ello, nos dirigimos al castillo de San Vicente. Allí realizamos una original y espectacular visita de la fortaleza con unas gafas de realidad virtual, con las que pudimos ver cómo han evolucionado las distintas partes del castillo desde su construcción hasta nuestros días. 

Desde sus almenas se vigilaban, en el siglo XII, las tierras fronterizas entre Navarra y Castilla. Esa tarde el puente medieval tendido sobre las aguas del Ebro reposaba tranquilo, ajeno a las batallas del pasado.  

Descendimos la cuesta que parte del recinto amurallado para visitar otra pequeña ermita, la de San Juan de la Cerca, una de las primeras construcciones góticas primitivas de La Rioja y sede de la cofradía de la Vera-Cruz de los Disciplinantes

Indumentaria de la procesión de ‘los Picaos’. Foto: David Escribano.

Esta cofradía es protagonista tanto en el libro como en la Semana Santa de San Vicente, declarada de Interés Turístico Nacional y Bien de Interés Cultural de carácter Inmaterial. La procesión de ‘los Picaos’ no es apta para todos los públicos por la dureza con la que se autocastigan los penitentes durante el recorrido. 

Uno de los cofrades nos abrió las puertas de la ermita y, mientras nos narraba la historia de los Disciplinantes, nos mostró los flagelos y los hábitos marrones con la gran cruz estampada en blanco. 

Con ciertos escalofríos aún en el cuerpo y con ganas de una buena copa de vino, pusimos rumbo a otro de los escenarios de A merced de un dios salvaje: el espectacular y completo Museo Vivanco de la Cultura del Vino

Sin ánimo de hacer spoiler, solo diré que en él trabaja uno de los sospechosos del libro. Andrés lo conocía a fondo y fue él quien me sirvió de guía en uno de los mejores templos divulgativos del vino en el mundo. En total, más de 4.000 metros cuadrados divididos en 5 salas de exposición permanente, una sala de exposiciones temporales y el Jardín de Baco, en el exterior, con una colección de vides que cuenta con más de 220 variedades de todo el mundo. 

Foto: Museo Vivanco.

Me llamó muchísimo la atención la extensa y curiosa colección de sacacorchos de todas las épocas y rincones del planeta, así como las antiguas vasijas milenarias o los cuadros, todos ellos dedicados al vino, de artistas de la talla de Picasso, Sorolla o Genovés

Las Brumas 

Con ganas de conocer un lugar parecido a la imaginaria Finca Las Brumas – en torno a la que gira toda la acción de la novela -, decidimos disfrutar del magnífico atardecer recorriendo los viñedos de la Bodega Carlos Moro

Eran fechas próximas a la vendimia y pude inhalar esa fresca fragancia, entre ácida y dulce, que desprenden las viñas que esperan, impacientes y cargadas de uvas púrpuras, a que las manos expertas y cariñosas del vendimiador alivien su carga. 

En la Viña Garugele, joya de la corona de la bodega, cepas octogenarias seguían siendo trabajadas de manera artesanal. En esa parcela, la tierra sigue siendo arada con mulas y las uvas cosechadas son tratadas manualmente a lo largo de todo el proceso de selección. 

Viñedo Garugele. Foto: Bodegas Carlos Moro.

Aquí y allá aparecía algún antiguo chozo de piedra, que, antiguamente, servía de cobijo a los trabajadores de la viña.  

Allí, pisando esas tierras limítrofes entre la realidad y la ficción, abrimos una botella de Oinoz, servimos un par de copas y brindamos por el futuro. Una lágrima descendió lentamente por el cristal de la copa. Quizás un presagio, más real que literario, de los tiempos por venir.  

a.
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