Historia, paisajes y gastronomía en la Ruta Románica por el oriente asturiano

Descubre los tesoros de esta magnífica ruta de 100 km que se extiende por los concejos asturianos de Villaviciosa, Piloña y Cangas de Onís

Valle de Valdediós, Villaviciosa. Foto: Juanjo Arrojo | Turismo de Asturias.

Cada verano, las vírgenes y salvajes playas del litoral asturiano se llenan de veraneantes que encuentran en Asturias una alternativa peninsular ideal, y más templada, a las ardientes costas del levante y sur de España. Sin embargo, alejándonos de la costa, la belleza de esta tierra no solo se acentúa, sino que se complementa con grandes dosis de cultura, historia, paisajes y una gastronomía que atrapan sin remedio.

Una buena combinación de todo ello es lo que encontré al realizar un tramo de la senda conocida como la Ruta del Románico por el oriente de Asturias.

Antes de entrar de lleno en los detalles de la ruta, debo aclarar que, aunque la hice en verano, quizás el mejor momento para realizarla sea el final de la primavera o comienzos del otoño, pues cada año se siente más el calor en la temporada estival asturiana.

Puente de Cangas. Foto: Alan Angelats | Unsplash.

Ruta del Románico en Asturias

La Ruta del Románico por el oriente asturiano es un recorrido de unos 100 km que va de Selorio o La Lloraza a Cangas de Onís (o viceversa). Puede realizarse en 3 o 4 días, aunque la mayor parte de la gente, como hice yo, decide centrarse en alguno de sus tramos.

Una buena parte de la ruta – y también de los monumentos románicos que hay en ella – discurre por las bellas tierras del Concejo de Villaviciosa, al que se le atribuye el nada desdeñable mérito de ser la cuna de la sidra. Sin embargo, Piloña y Cangas de Onís también son protagonistas.

Gran parte de la ruta discurre por el Concejo de Villaviciosa al que se atribuye el nada desdeñable mérito de ser la cuna de la sidra

David Escribano

Cargado con una pequeña mochila y acompañado de Gustavo –un asturiano amigo de toda la vida y gran conocedor de su propia tierra– recorrimos la zona durante un par de jornadas, dejando algunas visitas para la siguiente escapada.

Iglesia de Santa Maria de la Oliva, Villaviciosa. Foto: José Suárez | Turismo de Asturias.

Primer tramo: Villaviciosa

El primer día lo dedicamos, con la parsimonia que merecen las rutas monumentales como esta, a conocer Villaviciosa y los tesoros románicos de Amandi, Fuentes y Lugás.

Comenzamos en el centro de Villaviciosa, una villa de marcado acento pesquero que vive por y para su bella ría homónima. En sus aguas se entrenaban los piragüistas a esas tempranas horas de la mañana, mientras nosotros nos dirigíamos a conocer la céntrica iglesia de Santa María de la Oliva.

Al verla, nos dimos cuenta de que la portada presentaba más adornos que la clásica sencillez del románico, y es que Santa María de Oliva fue levantada ya en el siglo XIII, mostrando ya signos de la transición al estilo gótico.

‘Exaltación de la manzana’, en Villaviciosa. Foto: Turismo de Asturias.

De sidra y de ‘culines’

Cerca de la iglesia, una curiosa escultura de una manzana –obra de Mariano Benlliure– nos recordó la importancia de esta fruta en Villaviciosa, a la que también rinde homenaje en la localidad la escultura Exaltación de la manzana, de Eduardo Úrculo. Para poder comprobarlo con todos nuestros sentidos, decidimos realizar una visita turística a uno de los llagares (bodegas) más famosos del municipio: aquel en el que se fabrica la sidra El Gaitero.

Allí, el simpático Tino nos explicó todo el proceso de elaboración de esa sidra que es, probablemente, una de las más conocidas en el país y fuera de él. Es difícil condensar más de 120 años de historia en poco más de hora y media –incluso ayudado con las fotografías, impresos y antigua maquinaria que tienen allí-, pero nos marchamos con la sensación de haber profundizado considerablemente en el mundo de esa suave y deliciosa bebida de la que tomamos tres o cuatro culines antes de marcharnos.

Con el cuerpo y alma reconfortados, pusimos rumbo a la iglesia de San Salvador de Fuentes -excelente muestra de la transición entre el prerrománico y el románico– y la iglesia de San Juan de Amandi, una auténtica joya del románico que fue declarada Conjunto Histórico-Artístico y que presenta una de las portadas más bellamente decoradas del románico asturiano.

Iglesia de San Juan de Amandi, Villaviciosa. Foto: Turismo de Asturias.

Santa María de Lugás

Algo más al sureste, y tras vencer la tentación de entrar en nuestro segundo llagar del día, el de Sidra Cortina, encontramos el Santuario de Santa María de Lugás.

El puente de Cangas de Onís posee un encanto que no se diluye con el paso de los siglos, ni tampoco con el de las aguas del río Sella, que fluyen, limpias y bravas, bajo la cruz de la victoria

David Escribano

Tuvimos suerte de tener un día despejado, porque este santuario corona la cima de una colina, regalando una panorámica envidiable que incluye los verdes prados y huertos de las vegas de Villaviciosa, y, hacia el norte, las aguas del Mar Cantábrico. Un lugar ideal para sacar la manta y echarse sobre la hierba a disfrutar de las vistas.

Iglesia de Santa Maria de Lugás, Villaviciosa. Foto: Juanjo Arrojo | Turismo de Asturias.

El de la Virgen de Lugás es el segundo santuario mariano más importante de Asturias, solo superado por el de Covadonga. De hecho, durante siglos batió a este último en cuanto a número de peregrinos, ya que se halla muy cerca de la ruta del Camino de Santiago.

En su estructura se conservan muchos elementos del románico tardío, pero dada su importancia, el lugar se renovó en innumerables ocasiones durante los siguientes siglos, convirtiéndose en un auténtico símbolo de mestizaje arquitectónico.

Ya anochecía cuando regresamos a Villaviciosa, así que, tras un día de intensa caminata, nos dimos un buen homenaje en la sidrería Casa Mery, donde probamos su espectacular cachopo, además de los choricitos fritos, las patatas con pulpo y su revuelto marinero. Por supuesto, no faltó la sidra para regarlo todo.

Escanciar la sidra es casi religión. Foto: Xurde Margaride | Turismo de Asturias.

Segunda jornada: Cangas de Onís

La segunda jornada, decidimos conducir hasta Cangas de Onís para comenzar la ruta a pie desde su famoso puente románico, quizás uno de los más fotografiados de España.

La que fuera primera capital del Reino de Asturias y sede de la corte, posee un encanto innato que no se diluye con el paso de los siglos, ni tampoco con el de las aguas del río Sella, que fluyen, limpias y bravas, bajo la cruz de la victoria que pende de las piedras del puente.

Parador de Cangas de Onís. Foto: Mampiris | Turismo de Asturias.

Salimos del pueblo tomando una senda que conducía hacia el noroeste, siempre casi pegada al curso del Sella.

Parador de Cangas

Después de recorrer algo menos de 3 km, junto al río apareció ante nosotros la imponente silueta pétrea del monasterio benedictino de San Pedro de Villanueva, ejemplo del románico asturiano que nos maravilló por los detalles de sus espléndidos capiteles.

Hoy, el edificio se ha transformado en el Parador de Cangas de Onís, uno de los más encantadores del norte de España y lugar ideal para disfrutar de una estancia romántica por estos lares.

Santa María de Villamayor. Foto: Turismo de Asturias.

Con algo de pena, abandonamos el curso del Sella para internarnos en los campos en dirección oeste, siguiendo un largo tramo de absoluta belleza rural que nos llevó a nuestra última parada románica del viaje: la iglesia de Santa María de Villamayor.

Construida entre los siglos XII y XIII, fue anteriormente un poderoso y rico monasterio de monjas benedictinas, aunque quedan pocos elementos que recuerden aquella etapa prerrománica.

Dicen que fue la codicia de un obispo la que despojó al monasterio de sus riquezas, pasando estas a manos del monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós, lugar esplendoroso que también pertenece a esta ruta del románico por el oriente asturiano.

Claustro Monasterio Valdedios. Foto: Paco Currás S.L. | Turismo de Asturias.

Sentado junto a la iglesia, el atardecer me sorprendió haciendo lo que más me gusta cuando viajo por lugares históricos: imaginarme aquel sitio en su época de esplendor. Cómo serían sus gentes. Cómo vivirían. Qué preocupaciones tendrían. Y es que la gente cambia, pero la piedra no se inmuta.

a.
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