Montilla, mucho más que vinos entre las sierras cordobesas

Entre suaves colinas, las casas blancas de Montilla te abren las puertas a un lugar donde el aceite y el vino son solo la punta del iceberg de una villa con una historia y una cultura envidiables

Museo Garnelo.

Desde lo alto del montículo sobre el que se asentaba el castillo de Montilla, admiro ese entramado de callejuelas a las que se asoman irregulares casas de fachadas blancas.

Más allá, los vastos campos de cultivo ofrecen un bello lienzo de distintas tonalidades verdes que se extiende hasta donde alcanza la vista, llegando a trepar, sin más ayuda que la de las raíces de olivos y vides, por las suaves laderas de las colinas que componen la cercana Sierra de Montilla.

Vistas desde el castillo de Montilla. Foto: Turismo de Andalucía.

El sol comienza a despedir otro día de intenso trabajo y movimiento, tanto en la ciudad como en los campos, y mi mente se desliza hacia la realización de ese ejercicio imaginativo que le encanta llevar a cabo en lugares históricos: intentar evocar cómo sería esa estampa que contemplo en los tiempos en los que el castillo de Montilla no era un antiguo granero ducal, sino una de las más poderosas y señoriales fortalezas de la Andalucía medieval.

Para conseguir una imagen fidedigna, habría sido fantástico hablar con una de las figuras militares más destacadas de la historia de España: Gonzalo Fernández de Córdoba y Enriquez de Aguilar, más conocido por el sobrenombre de ‘El Gran Capitán’.

La Montilla de El Gran Capitán

El Gran Capitán nació, en 1453, en una de las dependencias de ese castillo que fue reducido a cenizas, en 1508, por orden del rey Fernando el Católico, como castigo a la conducta rebelde de don Pedro Fernández de Córdoba, quien fuera primer marqués de Priego.

Iglesia de San Francisco Solano. Foto: Turismo de Andalucía.

Aunque un par de años más tarde la reina doña Juana perdonó al marqués y permitió la reconstrucción del bastión defensivo, el lugar quedó desolado hasta la edificación – ya en el siglo XVIII – de los graneros ducales que perduran hasta el día de hoy.

Visto desde la lejanía – o desde el aire con un vuelo en paramotor, actividad totalmente recomendable y que me dio una espectacular panorámica de Montilla -, el granero tiene un porte tan digno e impresionante que muchos piensan que se trata de una grandiosa iglesia.

No es así, pero sí que uno de los grandes de la iglesia habitó en Montilla. Se trata de San Juan de Ávila, uno de los únicos cuatro doctores españoles de la iglesia católica, y cuya casa pude visitar siguiendo una interesantísima ruta cultural que me llevó a conocer las casas solariegas y palacetes de la ciudad.

La casa de Garcilaso de la Vega

La casa de San Juan de Ávila me llamó poderosamente la atención, pues se encuentra decorada y mantiene el aspecto de la época en la que este gran personaje histórico habitó en ella. Traspasar el umbral de madera de la puerta principal fue como entrar en una auténtica máquina del tiempo.

Casa de San Juan de Ávila. Foto: Turismo de Montilla.

La humilde vivienda del siglo XVI posee dos plantas y un bello patio. Allí pasó los últimos 17 años de su vida aquel religioso y escritor, que acudió a Montilla por petición expresa de Catalina Fernández de Córdoba, segunda marquesa de Priego, quien quiso que San Juan de Ávila fuera el tutor espiritual de sus hijos.

No fue San Juan de Ávila el único escritor de renombre que habitó en Montilla. Cerca de su antigua casa, en el número 3 de la calle Capitán Alonso de Vargas, otra puerta de noble madera me dio paso al literario mundo de Gómez Suárez de Figueroa – conocido con el sobrenombre de Inca Garcilaso de la Vega-, mestizo nacido en Cuzco (Perú) y protegido de su tío, cuyo nombre porta la calle en la que se encuentra la vivienda.

En su casa-museo – que consta de biblioteca, despacho, bodega y patio central al estilo de la época – pude aprender sobre el gran legado dejado por un literato que, durante 30 años, redactó obras como sus Comentarios Reales de los Incas, La Florida del Inca y una completísima Historia General del Perú, escrita en 1617.

Patio de la Casa del Inca Garcilaso de la Vega. Foto: Turismo de Montilla.

Ciudad de artistas

Otro arte, el de la pintura, también se halla representado por una importante figura en Montilla. Se trata del pintor José Garnelo y Alda, quien vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, llegando a ser subdirector del Museo del Prado, director de la Academia Española de Roma y, sobre todo, primer maestro de un talentoso jovenzuelo malagueño llamado Pablo Ruiz Picasso.

A pesar de haber nacido en Enguera (Valencia), Garnelo desarrolló prácticamente toda su carrera en Montilla. Mientras admiraba el grueso de su obra (que se encuentra en el Museo Casa de las Aguas, una preciosa casa palaciega del siglo XIX), Irene, nuestra guía, me contaba que Garnelo había sido un auténtico erudito de la pintura,.

Siempre humilde – nunca se vanaglorió de ser profesor de Picasso -, fue respetado por sus contemporáneos (como Sorolla, junto al cual estudió en Roma) y dominador de varios estilos, aunque fue un auténtico experto del retrato.

Museo Garnelo. Foto: Turismo de Andalucía.

Entre sus debilidades se encontraban, según decían, las deliciosas tejas de la pastelería Manuel Aguilar, toda una institución no solo en Montilla, sino en toda España.

Y pasteleros

Fundada en 1886, esta pastelería artesanal y familiar lleva más de un siglo creando tentaciones dulces sin cuartel. Sus míticos alfajores finos – los cuales pude probar in situ – ya fueron premiados en la Exposizione del Progresso Industriale celebrada en Roma, en 1922. Además, dicen que la mismísima Casa Real española les encarga sus tejas con praliné de alfajor cada Navidad.

Tuve la fortuna de conocer a la cuarta generación de una familia de artesanos que siguen elaborando sus dulces con productos naturales, sin utilizar ningún tipo de aditivos ni conservantes.

Estuche dealfajores finos. Foto: Pastelería Manuel Aguilar.

Y aunque las tejas y los alfajores me parecieron sublimes, me quedo con el Pastelón, una creación de Manuel Aguilar Luque-Romero en los años 30 del pasado siglo, que consiste en un finísimo hojaldre, relleno de cabello de ángel y cubierto por cremoso merengue. ¡Delicioso!

Para bajar el dulce, nada como dar un paseo por los bellos campos que rodean Montilla.

a.
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