Qué hay al este de Punta del Este

La sofisticación de Punta del Este se prolonga en los pueblos que se extienden paralelos al Atlántico, en paisajes de playas y sierras de gran belleza

Siempre dado a comparaciones, a Punta del Este se la conoce como ‘la Costa Azul de Sudamérica’, ‘la Ibiza de Uruguay’ y otras analogías similares. En enero este sofisticado balneario es la meca del lujo y la elegancia del continente, pero en febrero los focos se apagan, los famosos vuelven a sus ciudades, y la privilegiada geografía uruguaya mantiene un despliegue de playas, campiñas, pueblos y lagunas de impactante belleza para descubrir.

Aunque las miradas siempre convergen en la famosa oferta de hoteles, tiendas, restaurantes y galerías de arte de este balneario, este mes es una buena oportunidad para poner rumbo al este, y descubrir qué hay para ver mientras la carretera sube por el Atlántico sur.

La Barra

La expansión urbanística de Punta del Este dificulta saber hasta donde se extienden sus límites, pero al llegar a La Barra ya se nota algunas diferencias.

Puente La Barra Foto Joao Vicente Flickr

Puente de La Barra de Maldinado. Foto Joao Vicente-Flickr

A 10 km del centro de la ciudad, la desembocadura del arroyo Maldonado es cruzada por el puente ondulado Leonel Viera, uno de los iconos arquitectónicos de Uruguay, y que impulsó un cambio urbanístico en este antiguo pueblo de pescadores.

La Barra cuenta con una activa oferta de discotecas, restaurantes y tiendas; pero en febrero el frenesí baja sus revoluciones

Las casas de colores de los alrededores recuerdan esta herencia, y tierra adentro las ‘chacras marítimas’ ofrecieron a las grandes fortunas de Argentina y Uruguay la oportunidad de estar en un sitio de gran belleza natural a pocos minutos de la vida nocturna de Punta del Este.

En enero los atascos de tránsito por la tarde y la noche son tradicionales, pero en febrero hay más oportunidades de descubrir las tiendas, las casas de antigüedades, los mercados de pulgas y los restaurantes que presentan un programa de lujo pero sin ostentación.

José Ignacio

Esta combinación de naturaleza y toque chic se prolonga en José Ignacio, otro antiguo pueblo de pescadores a 40 km de Punta del Este, sobre la ruta 10.

En los alrededores se multiplicaron las ‘chacras’ de empresarios y famosos, quizás un poco más sofisticadas que las de La Barra, pero que hacen de la privacidad su religión.

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El pueblo, que apenas supera los 300 habitantes de manera permanente, en verano presenta un llamativo contraste entre las boutiques de lujo y los puestos que venden el pescado del día.

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Playa Vik, uno de los hoteles más sofisticados de José Ignacio. Foto: Playa Vik

Los frutos del mar se pueden comer en elegantes restaurantes donde célebres chefs sudamericanos y de otras latitudes como Fernando Trocca, Jean Paul Bondoux, Martín Pitalunga, Marcelo Betancourt y Martín Baquero los preparan en sus locales.

El faro de 32 metros levantado en 1877 es el símbolo de este pueblo, que vigila la vida que en verano transcurre en los dos kilómetros de playas, que como un reflejo de Punta del Este, también se llaman Brava y Mansa.

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El faro de José Ignacio, el símbolo de este pueblo uruguayo.

En José Ignacio las estrictas normas urbanísticas impiden la construcción de grandes edificios, por lo que la escasa oferta hostelera se limita a coquetos hoteles boutique, como los tres complejos fundados por el millonario noruego Alexander Vik: el moderno Playa Vik, el rústico Bahía Vik y la Estancia Vik, que combina la sofisticación con el encanto del turismo rural.

Laguna Garzón

Siguiendo por la ruta 10 hacia el norte el paisaje va dejando atrás las casas y presenta un paisaje de suaves lomas (aquí llamadas cuchillas), llanuras y playas solitarias.

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El elegante puente de Laguna Garzón. Foto: Jimmy Baikovicius-Flickr

Al llegar a la Laguna Garzón la carretera se bifurca en un puente redondo, una elegante solución vial que permite el paso de los coches sin interrumpir los ciclos biológicos de la laguna.

Las lagunas Garzón y Rocha son el hogar de numerosas aves residentes y migratorias, que se pueden contemplar desde los chiringuitos afincados en la arena

Vale la pena hacer una parada en algunos de los cafés y restaurantes sobre la costa de arena de esta laguna, para contemplar la variada fauna de aves residentes y migratorias.

Allí también se pueden probar los peces, moluscos y crustáceos que se pescan en el Atlántico, que si hay suerte, permite avistar alguna ballena franca en su ruta hacia el sur a los santuarios patagónicos donde se reproduce.

El restaurante de Bodegas Garzón cuenta con impactantes vistas sobre las praderas de Uruguay. Fotos: Bodegas Garzón.

El restaurante de Bodegas Garzón cuenta con impactantes vistas sobre las praderas de Uruguay. Fotos: Bodegas Garzón.

Si hay tiempo, a una hora atravesando las campiñas uruguayas se pueden conocer elegantes establecimientos de enoturismo como la Bodega Garzón, con un restaurante de alta categoría y un complejo de spa

La Paloma

A 15 kilómetros la ruta gira de repente hacia el oeste porque enfrente se encuentra el paisaje protegido de Laguna de Rocha, que como la de Garzón, es un valioso baluarte de biodiversidad marina y de aves, donde se pueden avistar a más de 220 especies.

La carretera rodea la formación lacustre hasta Rocha, la capital del departamento, que presenta la clásica calma provinciana de las ciudades de la campiña uruguaya.

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La Paloma cuenta con playas de aguas tranquilas y otras de oleaje fuerte. Foto Turismo de Rocha

La meca turística de la comarca es La Paloma, que como José Ignacio, tiene a un faro, el del Cabo Santa María, como símbolo.

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Quien se anime a subir los 143 peldaños de su escalera en espiral puede contemplar la costa pedregosa que es matizada con grandes playas de arenas finas y abundantes dunas.

Los hoteles y restaurantes son menos sofisticados que los de Punta del Este, pero son buscados sobre todo por los turistas uruguayos que aspiran a descansar en tranquilidad sin renunciar a la calidad en hoteles y restaurantes.

Atardecer en las playas de La Paloma Foto Turismo de Rocha

El atardecer en las playas de La Paloma tiñe el cielo de rojo. Foto Turismo de Rocha

En la Bahía Grande apenas hay olas por lo que es invadida por las familias, mientras que las de La Balconada, La Aguada y La Pedrera, donde el Atlántico se siente con fuerza, magnetiza a los más intrépidos y a los surfistas.

En Los Balcones todavía se pueden ver a los pescadores que cada mañana zarpan con sus barcas encomendarse al Cristo de Lucho, cuyas capturas al atardecer es quitada de las manos por residentes y visitantes.

En Barra de Valizas las dunas como cerros invitan a practicar sandboard, mientras que al caer el sol varias playas, sobre todo la de La Balconada, se convierten en un mirador natural para contemplar cómo el disco rojo se sumerge en el Atlántico.

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