Nimes: la Roma low-cost

El anfiteatro y la Maison Carrée, construidos entre el 20 a.C. y el año 0, se erigen como las dos grandes atracciones de la ciudad. A apenas tres horas en tren de Barcelona, una opción ideal para una escapada de fin de semana.

Un anfiteatro anterior al Coliseo a 180 minutos de casa. Nimes te garantiza revivir la gloria del imperio romano. Ideal para escaparse un fin de semana con la pareja, la ciudad ofrece la tranquilidad tradicional de las pequeñas localidades galas con un valor añadido: su impresionante patrimonio arquitectónico. 02B fue invitado por el ayuntamiento y los trenes Renfe-SNCF a conocerla. En estas líneas os contamos nuestra experiencia. 

Una primera clase cómoda y espaciosa

Salimos de la barcelonesa Estación de Sants a primera hora de la mañana con uno de los trenes de alta velocidad Renfe-SNCF. En apenas tres horas debíamos estar en Nimes. Viajamos en primera clase; elegante y muy espaciosa, sobria y sin grandes alardes. A su favor, el espacio y la comodidad de las butacas. En contra, la limitada oferta de entretenimiento. No hubo la típica película que echan en el AVE pues el aparato era de la flota francesa. Casi mejor, me comenta un compañero de viaje. «Â¿Te imaginas el trayecto viendo Nouvelle vague?», alarma. 

El camino no se hizo para nada largo. Para aquellos dispuestos a imitarlo, el trayecto entre ambas ciudades sale por 39,90 euros -29,90 si estás atento a las ofertas que van surgiendo-. Los más ambiciosos tienen la conexión con París por 59,90 euros. Sólo Ryanair te acerca a la capital gala por un precio inferior.

Debido a algún retraso, ajeno al servicio, llegamos a Nimes pasadas las 13:00 horas. Aterrizamos en plena avenida Feuchères, un amplio boulevard coronado por la fuente Pradier (1845). Un homenaje a los dos grandes ríos, el Rodano y el Vidourle, y a los manantiales Nemausa y Eure.

Le Resto: excelente pato con patatas salteadas

Por la hora a la que habíamos salido, como buenos invitados nos adaptamos a los horarios vecinos, nos dirigimos a comer. Recomendable Le Resto -el único que probamos-. Alejado de todo glamour, su entrada puede confundirse con la de una mercería cualquiera. Dentro, en cambio, sirven un excelente pato con patatas salteadas. El plato del día y una copa de vino rondan los 20 euros en el diminuto local.

2000 años después, la Arena de Nimes mantiene su uso

Con el estómago lleno y dirigidos por Alejandro –gran dominio de la historia de la ciudad- es hora de entrar en materia. Empezamos por el plato fuerte: la Arena de Nimes, construida entre el 20 a.C. y el año 0, la época en la que se glorificó la ciudad. Un coliseo en miniatura. Un anfiteatro que 2000 años después sigue utilizándose para lo mismo para lo que fue diseñado. Los romanos enfrentaban fieras contra gladiadores, hoy se practican corridas de toros. 

Por algo nuestro guía repite una y otra vez: «Somos romanos, no hemos evolucionado casi». Merece la pena pagar los 10 euros que cuesta la entrada de adultos para poder sentarse en las gradas -lástima el revestimiento metálico por el que están cubiertas- e imaginarse en pleno combate. En las primeras filas, se situaba la aristocracia, al centro los latinos y arriba, mujeres y niños. La iluminación amarillenta de sus muros ayuda al ejercicio retrospectivo.

Un paseo por la ciudad de los vaqueros

Tras rodear la arena, es el momento de dirigirnos al otro hit turístico de la ciudad. Vamos a la Maison Carrée. El centro está plagado con los dos símbolos de Nimes: la palmera y el cocodrilo. Están por todas partes. Y mientras fantaseamos con el posible origen de Lacoste en algún taller de la localidad -se quedó en eso, fantasía- sí descubrimos la aportación de la ciudad al mundo de la moda. Los pantalones vaqueros que popularizó Levi Strauss tienen su origen en el destino. No en vano todavía son reconocidos como ‘denim’, ‘de Nimes’.

Es al pasar frente a la catedral -hecha añicos- cuando nos damos cuenta de otra similitud entre España y Nimes. No sólo hemos exportado los toros, los restauradores chinos también ha llegado a Francia. En este caso no compran bares gallegos, es el acogedor Le petit moca. «No es algo extraño», nos avisan.

Casi no vemos inmigrantes por el centro de la localidad -sí existe una importante colonia árabe cerca de la estación-. En la ciudad gobiernan Les Républicains, como en la mayoría de ciudades, la comunidad musulmana reside en la periferia. Sin embargo, no es tan grande como, por ejemplo, en París y Marsella. 

La imponente Maison Carrée

Al llegar a la Maison Carrée -16 a.C.- nos sorprende un cartel en occitano. «Esto en noviembre no estaba», se sorprende Alejandro. En un país tan centralista como el francés no deja de parecernos extraño.

El templo, por su lado, se erige imperial en el centro de la plaza. En este caso, con pararse frente a él y compararlo con el Carrée d’Art, diseñado por Norman Foster en 1993, es más que suficiente. Por 6 euros puedes acceder al interior, dentro echan una película sobre la ciudad. En plena recta final hacia los Óscar, casi mejor optar por algo más comercial a la vuelta.

Ocho horas después de nuestra llegada es hora de irse. Con la sensación de haber visitado un destino ideal para una escapada de fin de semana, nos quedamos con ganas de más. Ganas, por ejemplo, pisar el manicomio de Arlés, donde pasó sus últimos días Vincent Van Gogh. Será en otra ocasión.

a.
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