Nápoles: ¡Qué horror!

La tercera ciudad más poblada de Italia está soterrada bajo toneladas de mugre y suciedad. La localidad popular que existía hace 30 años ha dado paso a un vertedero, la mataron la mafia, la corrupción y la desidia de sus habitantes.

El objetivo del viaje era la Costa Amalfitana. Un buen amigo al comprobar la desorientación que me invadía sobre donde pasar este año mis vacaciones me la aconsejó. Cuando, además, me enseñó unas fotos del hotel que me sugería con unas tumbonas desplegadas en la terraza de la habitación, frente al mar de la bahía de Sorrento, el convencimiento ya fue absoluto.

Pero conseguir reserva no fue tan fácil. Volví a echar mano de la generosidad de ese amigo y gracias a su intercesión finalmente me hicieron un hueco para una corta estancia del 5 al 9 de agosto. Como no podía esperar hasta entonces para empezar mis vacaciones y sentía la necesidad imperiosa de salir de Barcelona sólo tuve que resolver qué hacer los días previos a esas fechas. Tres días los empleé en la tranquila Menton, pero aún me quedaban dos noches antes de llegar al objetivo de mi deseo vacacional.

Dos noches en Nápoles

Busqué algún lugar de camino hacia el hotel soñado. La Toscana la conocía bastante bien y quedaría aún lejos para el recorrido del último día. En Roma había estado hace poco un largo fin de semana. ¿Nápoles? ¡Claro! Estaba al lado y hacía mucho tiempo que no la visitaba, tanto como más de 30 años. Apenas me quedaban recuerdos de entonces, un cierto feísmo, muy popular eso sí, suciedad, caos, el escaso valor de las normas de circulación… Tenía que actualizar mi idea de Nápoles y decidí pasar ahí esas dos noches previas a las vacaciones «de verdad».

¡Qué horror! Nápoles no era ya la misma que esos treinta años antes, seguramente era aún peor. La entrada por la autopista mostraba ya a las afueras de la ciudad un paisaje de urbanismo desordenado, con casas a medio hacer, de fachadas ajadas y una suciedad omnipresente, más próximo al de las favelas que al de otros suburbios europeos. Una vez dentro de los límites urbanos, la impresión fue aún más lamentable.

Nápoles

El olor de la basura infecta el ambiente

Entrar a Nápoles por la zona portuaria es recorrer un paisaje de contenedores desbordados de basura, que se desparrama en varios metros a su alrededor, abiertos y por consiguiente desprendiendo en verano un olor insufrible; de paredes desconchadas pintarrajeadas; con el suelo de las calles lleno de papeles y botellas de plástico; con buena parte de las paredes de sus casas cubiertas de andamios que parece que perdieron hace siglos su condición de accesorios temporales…

Me hospedé en un hotel muy correcto, el Decumani, y decidí salir a cenar algo antes de dormir. No muy lejos de allí está la famosa pizería Di Matteo, el establecimiento que quizás le haya sacado más rédito a una visita de Bill Clinton. Una pizzería donde por cierto el encargado de controlar la lista de reservas lucía una camiseta con publidad de una marca de productos insecticidas.

Una amalgama insospechada de vehículos

Mientas esperaba en la calle, junto a varias decenas de personas, que me hicieran un hueco en su comedor, ví en una escasa media hora más irregularidades de tráfico que seguramente en los últimos dos o tres años de mi vida: coches que no es que no pasarían una ITV benévola es que no les dejarían ni presentarse: sin retrovisores, abollados hasta extremos casi de película; motos en contradirección con una naturalidad sorprendente, en algunos casos hasta con tres ocupantes en un alarde de malabarismo; niños de diferentes edades en los asientos delanteros sin ningún tipo de sujección, etc., etc. Si se puede hacer alguna otra barbaridad, seguro que la vi aunque no la recuerdo.

De vuelta al hotel reflexionaba sobre lo que había visto en mis primeras horas en Nápoles y lo que había leído en algunas reseñas orientadas a turistas y viajeros. Me preguntaba qué valor tenían en realidad esos atributos con los que cronistas y escritores parecían deleitarse en obsequiar a esta desastrosa ciudad: «foco irradiador de personalidad urbana…, fascinante a pesar de sus llagas…, la urbe que ha convertido la decadencia en motivo de atracción…, la capital de la miseria, la camorra, la contaminación, el desempleo, la corrupción, la especulación…».

Nápoles

Un estado inexplicable

¿Qué gobiernos nacionales, provinciales, locales… pueden mantener a una ciudad como Nápoles, la tercera más poblada de ese país europeo de vanguardia, cuna de nuestra civilización, que es Italia, en semejante estado de postración y abandono? ¿Dónde está la virtud de esa situación para los napolitanos? ¿Cómo se puede encontrar belleza en ese feísmo generalizado y desgarrador?

Esa Nápoles idílica, de edificios presumiblemente bellos no existe, querido lector. Los monumentos los sepultan toneladas de mugre y malas hierbas. Y a la ciudad, por si aún tiene alguna duda, la mataron la mafia, la corrupción y la desidia de sus habitantes. No hay ningún motivo para viajar a Nápoles. ¿Cómo, en base a qué criterios, alguien puede alabar ese estado de desorden y abandono y mencionarlo como auténtico o popular. Sólo con una elevada dosis de cinismo.

a.
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