Los vecinos nos enseñan el Miami alternativo (y a esquivar cruceristas)

Los barrios organizan una "rebelión a bordo" para enterrar los tópicos atados al turismo de cruceros y compras. Descubrimos un destino cargado de arte sincero, tradición culinaria, desconexión… poblado de emprendedores con propuestas llenas de imaginación

Starbucks es lugar común de encuentro para los viajeros de tres cuartas partes del mundo. La globalización o, mejor dicho, la habilidad de los Estados Unidos para ejercer la colonización cultural y comercial, tiene estas contraprestaciones. Piénsalo fríamente. ¿Por qué pagas cinco dólares para que griten mal tu nombre en una barra y te den el peor café? Efectivamente, sólo por la comodidad que supone el ‘¿quedamos en este Starbucks o en el de enfrente?’ Inadmisible. Los viajeros, cada vez más, nos aburguesamos en lugares comunes, los que nos resultan familiares y, por tanto, seguros.

Jamás he sentido demasiada devoción por Miami. Pero mi última visita logró matizar con creces esa convicción. Claro que nunca antes la había recorrido acompañado de sus vecinos. Y el tema cambia, creedme. Quedo con Eduard en la mejor cafetería de la ciudad. Está esquinada y lejos de los circuitos típicos de los cruceristas –subespecie turística a esquivar—. En West Coconut Grove encontramos el Phanter Coffee (hay otros dos en la ciudad). Nos encantó. Si es tu primer contacto con la ciudad, es muy sencillo llegar a la zona.

Eduard Divall en su taller de Little Haite

Tazas gigantes, café tostado y molido allí mismo y el punto justo de leche y cacao –también natural— para uno de los mejores capuchinos de la vida. Eduard tiene puntos de vista interesantes por explicar. ¿Por qué alguien que nace en Haití, vive 15 años en París y otros tantos en Nueva York, acaba en una ciudad aparentemente prescindible y sobrevalorada como Miami? «La ciudad es menos comercial de lo que parece». Y tiene razón. Él es artista. Se instaló en Little Haiti, al otro extremo de la urbe, donde tiene su taller en un almacén extraño.

La lluvia, cuando cae, retumba con fuerza y genera un clima interior reconfortante. Y es aquí cuando cae el primer mito. Uno diría que el Ayuntamiento de Miami sólo se preocupa de levantar a golpe de talonario varios barrios de moda con los que hacer cosquillas a otras metrópolis genuinamente cosmopolitas. Resulta que el consistorio lleva diez años ayudando a gente como Eduard para que eche raíces. ¿Mande? ¿Estoy en los Estados Unidos? ¿Lo público existe?

La cafetaría Panther en Coconut Grove

El respaldo del erario se manifiesta además en centros públicos donde los chavales tienen refuerzo escolar y mantienen al día sus orígenes culturales. Miami, como todo el país, se erigió con la argamasa de la inmigración. Las comunidades se cuentan por decenas y, aunque copan el protagonismo, los cubanos no son los más cuantiosos. Haitianos e incluso brasileros deambulan a sus anchas en mayor número. «El arte es el lenguaje común en esta ciudad». «Ni lo dudes», cuenta Eduard ciñendo ligeramente el entrecejo. Creo que es un tópico, pero descubro que me equivoco.

La sofisticación tímida de Miami se percibe con suma nitidez desde Chicago. Maris y su socio, Mathew, decidieron lanzarse sin red con un negocio franquiciado que redunda en el concepto de pintura espontánea. Nada profesional, pero divertida. Les visito porque puedes comer uno de los sándwiches más adictivos de la ciudad, patatas fritas fetén y un excelente tomate. Seguimos lejos de los cruceristas… y de Miami Beach. Nos atrae hasta la avenida 27 ver cómo se adapta una experiencia gastronómica que nació en Illinois: tienes que estampar en el lienzo las emociones que te produzca la cena.

Durante tres horas lidio con pinceles, pinturas y cachivaches varios. Al mismo tiempo cato el vino de una carta corta pero efectiva. Maris apostó por los californianos. Para el paladar español es mejorable; pero reconforta comprobar como la pareja disfruta con su trabajo. Mathew intenta, de verdad, encontrar un artista en cada uno de nosotros. «El negocio no da como para que no puedas entrar desde la calle sin reserva», cuenta. Pero asegura que en Miami son felices. Su negocio, al amparo de Bottle & Bottega, apunta maneras.

Bottle & Bottega, en la avenida 27 de Miami

Caigamos en tópicos: hablemos de los cubanos. Cierto es que debería estar penado marcharse de Miami sin degustar la gastronomía isleña. Precisamente por ello, la experiencia puede convertirse en deporte de riesgo, si no tomas precauciones. Lo fácil es ir a Larios. Ojo: si existe algo peor que los discos de Gloria Estefan, no cabe duda de que es su restaurante. Larios debería estar prohibido además de por su cocina, que logra que cualquier rancho parezca un club gourmet, por la foto pretenciosa de Emilio Estefan que preside el comedor. Larios, mal; Versailles, muy bien.

Este restaurante familiar está en plena calle 8. La ubicación es curiosa, cerca de Little Havana, pero titubea con las distancias, como si no quisiera mezclarse demasiado con el icónico barrio. En 1971 abrió sus puertas y es punto no oficial de arranque de las campañas electorales tanto para los comicios locales, estatales y los presidenciales –incluidas las batallas previas a las primarias–. Acumula reminiscencias y un impacto cultural similar al Katz’s de Nueva York. Aunque Varsailles es esencial para disfrutar de la mejor gastronomía cubana, Nicole te preparará el mojito más equilibrado de la ciudad.

Plato tradicional cubano, servido en el restaurante Versailles de MiamiMi ruta vecinal se adentra, por imperativo legal, en Miami Beach. No importa. Hay tres cosas que me interesan de la zona. Las rutas gastronómicas, la arquitectura deco y la heladería Milani. Anochece y Grace me invita a añadirme al grupo que ha reunido para cenar de picoteo. ¡Todo empieza con unos churros! Los corner que abundan en la calle 11 son espectaculares. Puedes seguir por Lincoln Road y pararte sin riesgos en cualquier garito que veas. Grace es una empresaria argentina de la restauración que conoce perfectamente los rincones culinarios más entrañables de South Beach. La clave para descubrirlos es, ahora sí, «dejarse llevar» y evitar Ocean Drive.

Me dejo llevar de vuelta al hotel. Elegí dos diferentes: el Mondrian, con un aire al W de Barcelona pero con mucho por aprender, y el Sonesta Coconut. Grande y humilde. Es resultón. Arriba tiene el restaurante Panorama, donde las vistas de la bahía son hipnóticas. La carta es simple. Mejor, ¿no odias esas páginas y páginas de platos prescindibles? Después de tanta cocina tradicional, en el Panorama topo de bruces con nuevos sabores y colores. Mi lado de periodista económico no se resiste a pedir el ‘tuna Nikkei’.

Grace dedica las tardes a divulgar los restaurante ajenos al circuito turístico

El chef Chris Cramer tiene tiempo para charlar un rato. «Quiero hacer una cocina honesta, nada complicada». Y a veces, lograr que algo sencillo, como un plato de atún, rompa el paladar es la tarea más complicada para un artista de los fogones. A medida que avanza la conversación, Chris da la clave. El Panorama es el único restaurante de Miami que no admite becarios en su cocina. «Todos somos profesionales». Se nota. Chrstian Jaramillo es el director del hotel y se une para tomar café.

Comparto con ellos mis experiencias en la Miami que dibujan los vecinos. Confirma que «han organizado una rebelión a bordo en algunos barrios». Pero «el turismo de compras nunca parará», sentencia. Y reflexionando con calma, ¡está bien que se así! La verdadera Miami se abre a codazos un espacio entre cruceros y centros comerciales, pero, sin los dólares de éstos, la evolución del destino llanamente no sería posible. Vuelvo a Madrid con la sensación de haber disfrutado y con sobrepeso de nuevas amistades.

El amanccer desde las habitaciones del hotel Sonesta Coconut

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