Los pueblos ideales para disfrutar del otoño en Ibiza

El otoño más cálido y relajante se descubre en estos pueblos de Ibiza, lejos de los focos del glamour y más cerca de las tradiciones de la isla

Puig de Missa en Santa Eulària. Foto: Turismo de Ibiza.

Si uno cree que por estar en otoño no se puede disfrutar del sol y la playa, es que no ha estado en Ibiza. Las suaves temperaturas de la isla balear invitan a relajarse en sus costas con el relax que da la menor presencia de turistas.

Pero hay otros programas que se pueden hacer al término de la temporada, y uno es descubrir los encantos de los pueblos ibicencos.

Algunos como Sant Antoni de Portmany han crecido fogoneados por el turismo. Otros como Sant Josep de sa Talaia son un cruce de caminos donde se concentran comercios, alguna iglesia y casas típicas.

Lo que los une son los encantos que se descubren en otoño. Vamos a conocerlos.

Muchas personas llegan a Ibiza buscando la conexión rural. Foto Consejo de Ibiza-Xescu Prats

Santa Eulària des Riu

Uno podría argumentar que Santa Eulària des Riu es demasiado turística incluso fuera de temporada, pero el lugar tiene sus pequeñas joyas como el paseo marítimo, o los cercanos mercadillos de Las Dalias y Es Canar, que se pueden visitar los sábados y miércoles.

Bar Can Xicu Sant Miquel. Foto Xescu Prats

Los interesados por la cultura pueden visitar el Museo Etnológico o su puente romano; y quien busque un toque más rural puede conocer los pueblos vecinos de Sant Carles de Peralta, Santa Gertrudis de Fruitera y Jesús.

Sant Josep de sa Talaia

Sant Josep de sa Talaia se encuentra al sur de Ibiza, y su ejido municipal es el más extenso de la isla, que también abarca a los pueblos de Es Cubells, Sant Agustí y Sant Jordi; que replican el modelo de iglesias blancas rodeada de viviendas típicas.

Más allá de los núcleos turísticos se encuentran hermosas calas y bases de pescadores como Porroig, es Xarco, sa Caleta, Cala Llentrisca o Cala Corral; en un entorno rodeado por la belleza natural del parque de Ses Salines y la reserva de Es Vedrà.

Muchos pueblos de Ibiza se limitan a una iglesia, un par de comercios y algunas casas. La mayoría reside en vivienda alejadas del centro

Iglesia de Santa Gertrudis. Foto Mateu Benassar

Además están los valiosos yacimientos históricos de Sa Caleta (habitado por fenicios) y el de Ses Païses de Cala d’Hort (púnico-romano).

Sant Joan de Labritja

Los amantes de la soledad y de evitar los agobios suelen llegar a este municipio, el menos habitado de Ibiza, donde no se llega a los 5.000 residentes.

Rodeado de grandes bosques, la vida agrícola es el motor económico desde hace generaciones (excepto por los enclaves turísticos de Port de Sant Miquel o Portinatx).

Esta calma es buscada por los neo ruralistas, algunos con nostalgias hippies y otros con el afán de tener una vida más relajada y saludable.

Iglesia de Sant Jordi de ses Salines. Foto Roberto Pla – Flickr

Antiguos y nuevos pobladores se encuentran en las cuatro pequeñas parroquias, que son las de Sant Joan, Sant Miquel, Sant Vicent y Sant Llorenç.

Además de la naturaleza de sus calas y de la zona de Es Amunts, en el lugar se puede conocer la torre defensiva de Balanzat, las cuevas d’en Marçà o el yacimiento de la cueva de Es Culleram, donde se halló la estatua de Tanit, la diosa de la mitología púnica pitiusa.

Sant Antoni de Portmany

Lo que era un tranquilo pueblo agrícola en medio siglo sufrió una transformación radical con la llegada del turismo, con su zona cero a lo largo del Passeig de ses Fonts.

El pueblo de Sant Rafel es el único declarado como ‘Zona de Interés Artesanal’

Sant Mateu d’Albarca. Foto Jim Bowen – Flickr

Quien busque una imagen más autóctona puede salir a visitar pueblos como el de Sant Rafel, el único de la isla declarado ‘Zona de Interés Artesanal’ por su tradición en la elaboración de cerámicas, y en donde se encuentra una iglesia de fines del siglo XVIII.

Sant Mateu d’Albarca es conocido por su producción de vino. Su centro es minúsculo, donde la vida gira en torno a la iglesia encalada; y el pueblo de Santa Agnès de Corona, al estar rodeado de almendros, adquiere una magia única en enero y febrero cuando estos árboles están con sus flores blancas.

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