Las grúas acorralan la iglesia románica de Frómista

Uno quería pensar que los tiempos del desarrollismo a ultranza, el modelo en el que los intereses particulares se imponían al bien público, había firmado su punto final hacía tiempo en España. Craso error.

Llegué a estar convencido de que la crisis económica acabaría imponiendo su lógica y racionalizando un sector, como el de la construcción, cuyas tendencias hacia la irracionalidad parecen irrefrenables; que el construir por construir en la absurda confianza de que cualquier edificio acababa revalorizándose exponencialmente, y vendiéndose, se había acabado. Me equivoqué.

Me han bastado unos pocos días de vacaciones, una visita a uno de los monumentos más fundamentales del románico español, la iglesia de San Martín de Frómista, en Palencia, para comprobar que falsas eran las ilusiones que me había hecho de que hubiéramos aprendido de los funestos tiempos anteriores.

Fue a primera hora de una tarde de principios de agosto. De camino hacia León paré en este pequeño pueblo palentino de ochocientos y poco habitantes, situado en medio del Camino de Santiago, con el objetivo de recrearme de nuevo unos minutos ante la bella elegancia, las proporciones justas, de esta iglesia cuyos orígenes se remontan al siglo XI.

Las obras acorralan la iglesia de Frómista (León)

La iglesia, acabada de restaurar hace unos años, estaba allí claro. Allí se exhibía su exterior sobrio, singular, sus tres naves con crucero? pero, ¡oh sorpresa! casi pegada a ella emergía aberrante una construcción, creo que de viviendas, de la que ya se observaban al menos las dos primeras plantas, reduciendo lógica, innecesariamente la perspectiva desde la que observar esta joya del románico.

¿Cómo es posible que se permita construir precisamente ahí, cuando es obvio que si algo sobra en Frómista es suelo? ¿Cómo es posible que nadie, ni en el ayuntamiento, ni en la Junta de Castilla y León, ni en la dirección de Patrimonio Nacional, advierta de esa inútil, innecesaria, agresión a uno de los grandes activos turísticos de nuestras tierras?

Cuando llegué a León aún me dolía ese atentado estúpido que quizá nadie consiga impedir que se consume. Hacía mucho tiempo que no visitaba esta ciudad y de camino hacia el barrio Húmedo pasé por la plaza de la Inmaculada, me fijé en las fachadas de las casas que la rodean, más o menos todas del desarrollismo de los 60, todas ellas vulgares, todas desiguales en altura y formas, y pensé en que tal vez tenían razón los pesimistas y pocas cosas habían cambiado desde esos tiempos oscuros, que no teníamos remedio y que nadie como nosotros sabía restar valor a nuestros más importantes activos.

Paseando por León afortunadamente pude abandonar el derrotismo que me invadía. Los esfuerzos por peatonalizar una parte importante de su casco histórico, las inversiones en nuevas infraestructuras culturales como el MUSAC, me aliviaron la tristeza en que la dejadez de Frómista me había sumergido.

a.
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