Las claves de la experta en turismo que inspira el modelo Colau

Elizabeth Becker advierte sobre los perjuicios de la masificación turística y mira a lugares como Copenhague o Francia, donde la planificación y una normativa estricta han permitido mantener el negocio sin saturar los lugares más atractivos

Elizabeth Becker se dedicó durante años a contar la guerra desde el terreno para diarios como The Washington Post o The New York Times. Retirada de sus antiguas corresponsalías, Becker emplea ahora su tiempo en estudiar el impacto del turismo en algunos de los puntos más visitados del planeta. 

Defensora de un modelo regulado que permita la convivencia real entre visitantes y locales –y que, al mismo tiempo, no sea ajeno al beneficio económico que se puede obtener de esta actividad–, Becker pone como ejemplo a la ciudad de Copenhague o la gestión de esta industria que desde hace décadas se lleva a cabo en nuestro país vecino, Francia. 

Barcelona y la llegada de Colau

La autora estadounidense también mira a Barcelona. Y desde hace pocos meses se congratula de las decisiones e intenciones que el nuevo equipo de gobierno municipal está planteando.

Esta misma semana, en una entrevista con el diario El País, Becker aseguraba que Colau ha puesto «el dedo en la llaga» del problema al decir: «voy a escuchar lo que quiere la gente». «El turismo afecta a todo el mundo y cómo determinas el tipo de turismo que quieres es crucial para la población», analiza la periodista y escritora.   

Para Becker, el problema que ha devastado ciudades como Venecia reside en el enfoque puramente economicista que, casi siempre, se le da a este asunto. «[Los políticos], al turismo o lo ignoran o lo temen, creen que la única manera de gestionarlo es promocionarlo», asegura. De ahí que aplauda medidas como la moratoria de las licencias hoteleras que ha impulsado el nuevo consistorio barcelonés.

Consecuencias de la masificación

En un reciente artículo publicado en el Times neoyorquino –periódico con el que todavía colabora–, Becker ponía varios ejemplos del tipo de perjuicios que una llegada descontrolada de visitantes puede provocar, tanto en la población local como en los atractivos que estos lugares ofrecen.  

En Asia, las alarmas se han encendido por las avalanchas de turistas provenientes de China que aterrizan en destinos como Tailandia o Malaysia.

La llegada de millones de chinos deseosos de conocer las maravillas del sureste de su continente –hasta los 90 del siglo pasado el régimen comunista no suavizó las restricciones para salir del país—ha provocado situaciones tan desagradables como la profanación de monumentos (un turista chino fue sorprendido recientemente aporreando las campanas sagradas de un templo budista) o la gravísima contaminación que sufren algunas de las playas de la zona.

Aunque lo aparente, estos comportamientos no son exclusivos de los turistas asiáticos. En enero pasado, tres franceses y dos hermanas estadounidenses fueron deportados desde Camboya por desnudarse dentro del complejo histórico de Angkor, uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo.

Ejemplos de regulación

Becker, autora del libro Overbooked: the exploding business of travel and tourism –todavía no disponible en castellano–, señala también ejemplos opuestos. Lugares como el diminuto reino de Buthan, conocido por sus espectaculares templos al pie del Himalaya, que ha establecido una estricta regulación a la hora de conceder visados a extranjeros.

O la ya mencionada capital de Dinamarca, donde el gobierno municipal ha prohibido la venta de viviendas en primera línea de mar a foráneos, con la intención de evitar una masificación del litoral de la ciudad.

La dificultad para gestionar el turismo

Aunque valora positivamente las decisiones tomadas hasta ahora por Colau y su equipo, Becker advierte de las dificultades de poner límites a la llegada de visitantes. Entre ellas destaca la oposición de una parte de la opinión pública. ¿Pero por qué?

«Una de las razones está en las asociaciones positivas que hacemos al turismo», analiza esta periodista. Y no sólo por cómo lo vinculamos al tiempo libre y al prestigio cultural de un país.

«La gente está orgullosa de los paisajes y monumentos por los que sus ciudades son más conocidas. De ahí que los intentos para regular el turismo no sean siempre populares», concluye.

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