Cinco razones mágicas para desconectar en Lanzarote

Pueblos blancos, arenas negras, mar turquesa, viñas verdes y las huellas de César Manrique se encuentran a lo largo y ancho de Lanzarote

Pueblos de casas blancas y barcas de colores, una postal habitual de Lanzarote

La árida geografía de Lanzarote fue lo primero que vieron los expedicionarios que acompañaron al genovés Lancelotto Malocello cuando desembarcaron en esta isla volcánica, la más septentrional de las Canarias. De ahí su nombre. Y ese es uno de los rasgos que más llama la atención a los visitantes que buscan desconectar en este archipiélago atlántico.

Sus tierras agrestes y oscuras, con retazos verdes de las viñas y los cactus, son producto de erupciones volcánicas, que contrastan con la claridad de las aguas del Atlántico.

Además de su capital, la ciudad de Arrecife, a lo largo y ancho de la pequeña pero variada geografía de Lanzarote se encuentran pequeños pueblos que ofrecen la tranquilidad que se busca en las vacaciones.

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Yaiza

Un buen punto de partida puede Yaiza, ubicado en el extremo sur de la isla, un pueblo que cada tanto gana algún premio a la belleza urbanística y al celo que sus residentes ponen en cuidar las calles y casas, siempre engalanadas con flores.

El blanco de Yaiza contasta con la tierra oscura de Lanzarote. Foto: TurismoLanzarote

Yaiza suele ser elegido como uno de los pueblos más limpios y bellos de España

En el lugar hay edificios históricos como la Casa de la Cultura Benito Pérez Armas, con sus balcones y escaleras de madera; y la iglesia Nuestra Señora de los Remedios, del siglo XVII.

Las viviendas, de un blanco que se replica en cada fachada, ofrecen un balance cromático al paisaje de arenas negras y marrones de la lava que impregnó la región entre 1730 y 1736, solo interrumpido por el verde intenso de las viñas que producen interesantes vinos que valen la pena probar.

Ese es el Parque Nacional de Timanfaya, hogar de los volcanes que integran las Montañas de Fuego.

Las tierras volcánicas es fértil para el cultivo de vinos. Foto: Turismo de Lanzarote
Las tierras volcánicas es fértil para el cultivo de vinos. Foto: TurismoLanzarote

Allí el suelo alcanza temperaturas de 140 grados, y esa energía geotérmica fue aprovechada por el artista César Manrique para diseñar el horno natural del Restaurante El Diablo.

El Golfo

Dentro de este parque, en la costa oeste, se encuentra el pequeño pueblo de pescadores de El Golfo, donde una serie de restaurante en primera línea del mar ofrecen una oferta gastronómica que oscila entre lo rústico y lo sofisticado, pero siempre con el pescado fresco del Atlántico como protagonista.

El pequeño núcleo de El Golfo. Foto: TurismoLanzarote.

Las casas de este paraje son una fiel muestra del estilo lanzaroteño, con sus paredes encaladas, sus puertas y ventanas pintadas de colores intensos y los techos planos.

Las barcas, que esperan en silencio sobre la arena negra, es una de las postales más conocidas del lugar.

La energía geotérmica de las Montañas de Fuego fue aprovechado por César Manrique para crear un horno natural en el restaurante El Diablo

Cerca se encuentra Los Hervideros, formaciones de lava esculpidas por la furia del mar, y las Salinas de Janubio, centenarias instalaciones que con sus pequeñas pirámides blancas sobre calentadores y pocetas entregan una estampa algo surrealista.

Las olas esculpen las cuevas de Los Hervideros. Foto: Turismo de Lanzarote
Las olas esculpen las cuevas de Los Hervideros. Foto: TurismoLanzarote

Más al sur están algunas de las mejores playas de la isla, las calas del Papagayo y de Las Mujeres, de arenas amarillas rodeadas de acantilados negros como el carbón.

Caleta de Sebo

Al noroeste de Lanzarote una serie de islas e islotes forman el Parque Natural Archipiélago Chinijo, sitios de exótica belleza volcánica.

Solo una de ellas está habitada, la isla de La Graciosa, donde se encuentra el pequeño pueblo de Caleta de Sebo.

La calma de Caleta de Sebo, en La Graciosa. Foto: TurismoLanzarote

Solo se puede llegar en barco a este paraje de casas blancas y calles tapizadas por la arena, donde uno puede caminar descalzo como si se olvidara de los progresos de la civilización.

En los alrededores se puede practicar buceo en la reserva marina del parque, descubrir calas y playas casi solitarias como La Francesa, La Cocina y Las Conchas, aunque si uno busca algo más urbanizado y con servicios el arenal junto al pueblo ofrece la posibilidad de disfrutar de pescado fresco en un chiringuito con hermosas vistas a las aguas turquesas.

Haría

Se lo conoce como el pueblo de las mil palmeras. Es un oasis autóctono al norte de Lanzarote, dueño de un microclima donde el verde de estos árboles dialoga con las casas blancas que descansan al pie del volcán de La Corona.

Haría, la villa de las mil palmeras. Foto: Turismo de Lanzarote
Haría, la villa de las mil palmeras. Foto: TurismoLanzarote

Una amplia y fresca vivienda fue el último hogar de César Manrique, desde 2013 reconvertida en museo, lugar que permite conocer la vida y obra del pintor, escultor, ecologista, conservador de monumentos, consejero de construcción, planeador de complejos urbanísticos y configurador de paisajes y jardines, que protegió el frágil ecosistema con pasión de caballero medieval, lo que permitió que la isla sea declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco en 1993.

El Mirador del Río, a más de 470 metros de altura, permite tener unas de las mejores vistas de Lanzarote

Otros puntos dignos de interés son la plaza León y Castillo, centro de la vida social entre eucaliptos y laureles; el cruce de caminos que confluye en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, y el mercado artesanal que cada sábado por la mañana se organiza en la plaza de Haría.

El Mirador del Río, diseñador por César Manrique. Foto: Lanzarote
El Mirador del Río, diseñador por César Manrique. Foto: TurismoLanzarote

A una corta distancia del pueblo se encuentra el Mirador del Río, una de las intervenciones más logradas de Manrique.

Ubicado en el Risco de Famara, a 474 metros de altura y en el extremo norte de la isla, se pueden tener algunas de las mejores vistas de la región.

Villa de Teguise

Antes que Arrecife durante tres siglos y medio la capitalidad de Lanzarote estaba en la Villa de Teguise, uno de los primeros núcleos fundados en Canarias.

El centro histórico de Villa de Teguise. Foto: TurismoLanzarote

Su centro de calles empedradas y casas de una planta abunda en edificios de interesante valor histórico, como el castillo de Santa Bárbara (sede del Museo de la Piratería), el Palacio Spínola -construido en el siglo XVIII- y edificios religiosos como la iglesia de Guadalupe y el convento de San Francisco.

Otros museos como la Casa Perdomo y la del Marqués de Herrera permite conocer cómo era la vida durante los siglos pasados, y no hay que perderse el particular Museo de Timple, esa especie de guitarra pequeña que es un símbolo de la cultura canaria.

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La villa tiene una larga tradición de artesanías, que se conocen en sus cuatro mercadillos, de los que el más importante se organiza cada domingo por la mañana en el centro.

Fundación César Manrique, en el pueblo de Tahíche. Foto: Turismo de Lanzarote
Fundación César Manrique, en el pueblo de Tahíche. Foto: TurismoLanzarote

La playa de Famara es una de las más bonitas, y allí se encuentra una caleta con varios restaurantes que presentan como ninguno la generosa ración de pescados que llega del Atlántico.

Aquí también están las huellas de Manrique, tanto en el Jardín de Cactus que creó con 4.500 ejemplares como en la Fundación que se encuentra en la casa que el artista tenía en el pueblo de Tahíche, donde la arquitectura se convierte en una obra de arte, de formas tan caprichosas como las rocas de lava que la rodean.

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