Húsavik, el paraíso de ballenas y Eurovisión

Al norte de Islandia, una pequeña localidad de tradición pesquera atrae a visitantes de todo el mundo gracias a sus ballenas, sus impresionantes paisajes, su encantadora atmósfera… ¡Y Eurovisión!

Húsavik. Foto: Annca Pictures | Pixabay.

El sol lucía alto en un despejado cielo azul la primera vez que visité Húsavik. Nada extraño en el hemisferio norte si tenemos en cuenta que era el mes de julio, pero eso es algo que no se puede dar por hecho en un país como Islandia, donde la canción de Crowded House Four Seasons in One Day (Cuatro Estaciones en Un Día) describiría a la perfección el clima habitual.

Húsavik, capital eurovisiva

Menos de un año atrás, otra canción, Húsavik (My Hometown) había hecho que esta ciudad de poco más de 2.300 habitantes se colocara en el foco del panorama artístico internacional.

Y es que ese fue el tema principal de la película Eurovisión: la historia de Fire Saga (2020), creada por Netflix y en la que los actores Will Ferrell y Rachel McAdams dan vida a dos desconocidos músicos – y residentes en Húsavik – que, por azares del destino (y una bomba en un barco), acaban representando a Islandia en Eurovisión.

La canción es realmente bonita, pero lo cierto es que casi nadie esperaba que fuera nominada a los Oscars 2021. Casi sin quererlo, se convirtió en un nexo de unión entre dos de los eventos artísticos más seguidos a nivel mundial: los Oscars y Eurovisión.

Desde enero 2021, los habitantes de Húsavik se unieron para iniciar una frenética campaña a favor de la canción. Con ello consiguieron la nominación, pero no que la cantante sueca Molly Sanden (quien daba voz al tema) se alzara con la preciada estatuilla.

Daba igual: Húsavik había sido puesta en el mapa mundial gracias a una película.

Las ballenas de Húsavik

Esa era la principal referencia que yo tenía sobre la ciudad antes de visitarla. Bueno, esa y las ballenas. Y es que hoy en día es casi imposible entender Húsavik sin los enormes cetáceos que vienen a alimentarse en sus aguas, cada año, entre los meses de mayo y octubre (aunque últimamente también pueden verse en abril e incluso noviembre).

Aunque hace décadas los barcos pesqueros eran inmensa mayoría en el bello y acogedor puerto de Húsavik, hoy lo son las embarcaciones utilizadas por las empresas que ofrecen el servicio de avistamiento de ballenas a los turistas.

Puerto de Húsavik. Foto: Orelian | Pixabay.

Subí a bordo de uno de esos hermosos barcos cerca de la una de la tarde. En su lateral de estribor se leía su nombre: Faldur. Muy islandés.

Tras ponerme el traje que me habían dado los chicos de Gentle Giants y atender a sus someras explicaciones de seguridad, soltaron amarras y dejamos atrás las coloridas casas bajas y la hermosa iglesia de Húsavik para adentrarnos en las frías y grisáceas aguas de su bahía.

Una cálida voz nos iba contando, en un inglés con cierto acento español, qué ballenas podíamos encontrarnos ese día, qué hacían allí y cuáles eran sus características principales y hábitos de vida. La voz pertenecía a Natalia, una bióloga marina majísima que no había dudado en dejar su Barcelona natal cuando se le presentó esta oportunidad laboral en Islandia.

Húsakiv es un destino perfecto para avistar ballenas. Foto: Till Rottmann | Unsplash.

Así, aprendimos que las ballenas vienen a este lugar a alimentarse durante meses, para poder soportar luego la temporada de apareamiento y cría en lugares como el mar Caribe o el oeste de África. En esas cálidas aguas el alimento escasea y los grandes cetáceos deben subsistir gracias a las reservas de comida que han ido ingiriendo, a razón de 1,5 toneladas diarias, en las aguas nórdicas.

El reino de la naturaleza salvaje

Conforme nos íbamos adentrando en la bahía, cada vez se acercaban más las bellísimas montañas que teníamos frente a nosotros. Sus picos aparecían cubiertos por nieve y hielo, mientras que sus verdes y ocres laderas parecían desangrarse por el efecto de las cascadas que fluían por doquier, algunas de ellas muriendo directamente en el mar o estrechas y solitarias playas. La estampa era inolvidable.

Junto a nosotros, los charranes árticos y fulmares aleteaban, nerviosos y veloces, junto a grupos de frailecillos, esas graciosas aves pelágidas –que viven en las aguas de los océanos– que se pueden admirar en diversas paredes de acantilados islandeses entre los meses de mayo y agosto, cuando se hallan en su temporada de apareamiento y cría. Cerca de Húsavik, los frailecillos habitan las paredes rocosas del islote de Lundey, el cual podíamos ver claramente a nuestra derecha.

No tardamos en divisar nuestra primera ballena. Se trataba de un magnífico ejemplar de ballena jorobada, que bien podría medir unos 15 metros de largo. Salió a respirar en varias ocasiones, pudiendo admirar su flanco y, al sumergirse hacia el fondo marino, su magnífica aleta.

Húsavik. Foto: Christian Klein | Pixabay.

El barco iba virando para que todo el mundo pudiera tomar sus fotos y disfrutar de esta maravilla natural. Junto a nosotros, otro barco de turistas y alguna zodiac también se presentaban llenas de gente ávida por conseguir su instantánea. Eso me hizo pensar que quizás estábamos estresando al animal, pero Natalia intentó tranquilizarme al comentarme que usan motores silenciosos y suprimen los sónar. Sin embargo, no quedé muy convencido.

Tras la jorobada, y antes de regresar a puerto tras 3 horas de actividad, vimos delfines, un rorcual aliblanco y un rorcual común, completando así una salida realmente fructífera.

Gastronomía y bienestar en Húsavik

Tras despedirnos de Natalia y pasar un momento por el albergue, nos dirigimos a Geo Sea, un complejo termal de lujo a precio más que asequible (sobre todo para los estándares islandeses). Allí pudimos disfrutar de un cálido baño en unas piscinas que miraban directamente al mar y la montaña. Además, también nos tomamos unas cervezas mientras estábamos en el agua.

Bañarse en aguas termales es un ‘must’ en Húsavik. Foto: Geosea.

Al tener un clima tan benigno, había bastante gente, creándose una atmósfera alegre y de confraternización entre extranjeros e islandeses (que son auténticos amantes de los baños calientes).

Para acabar la jornada, no se nos ocurrió un plan mejor que degustar los sabrosos pescados de Húsavik. Por algo este pueblo posee la fama de tener el mejor producto fresco de toda Islandia. Y eso es mucho decir en un país que ha vivido de la pesca durante siglos.

Para ello nos dirigimos al restaurante Naustid, donde la amabilidad y atención del servicio estuvo a la altura de las estupendas viandas que se presentaron en nuestra mesa.

En Húsavik se degustan excelentes pescados. Foto: Naustid.

Para ayudar a digerir la cena bajé al puerto de Húsavik, que lucía hermoso bajo esa tenue luz del eterno atardecer del verano islandés. Las gentes de aquel pueblo de pescadores reconvertido al turismo se divertían en las terrazas de los bares. Brindaban por la vida, las ballenas y el amor… Y, quizás, también por Eurovisión.

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