La historia de Barcelona fluye por Las Ramblas

Las Ramblas han sido testigo de la milenaria historia de la ciudad que la han convertido en su paseo más famoso

De los 2.000 años (siglo más, siglo menos) de vida de Barcelona, Las Ramblas no fueron un lugar de paso hasta los últimos 500 años. Hasta la Edad Media la ciudad vivía dentro de sus herméticas murallas, y donde hoy se encuentra el paseo más famoso corría un riacho arenoso que traía las aguas de la sierra. Precisamente, ‘rambla’ es una derivación de la palabra árabe ‘ramla’, que significa ‘arenal’.

En la cara sur se encontraban las puertas de Santa Anna, Ferrisa, de la Boquería y dels Ollers, nombres que han sobrevivido a los siglos. El arenal se convirtió en un curso acuífero algo más importante cuando se desviaron las rieras para urbanizar las calles de la ciudad que crecía en habitantes e importancia estratégica.

La espantada de vecinos tras la peste negra en 1347 al actual Raval llevó al primer intento de urbanización de este curso fluvial, que funcionaba como depósito de vísceras y restos de animales que eran sacrificados y vendidos a los habitantes. Según describe Robert Hugues en la maravillosa Barcelona, en el catalán antiguo se lo llamaba algo así como el “mierdero”.

El primer paseo

Un tramo quedó dentro de la ciudad cuando se ampliaron las murallas, y allí se instalaron pequeños talleres que se inundaban con cada torrente que bajaba de Collserola. Cansado de esta situación el Consell de Cent decidió soterrarlo y este tramo, en el sector de Jaume I (actual Rambla de los Capuchinos), fue el primero en convertirse en paseo.

El lugar se convirtió en el parque de diversiones local, con justas entre caballeros, torneos de tiros de ballesta y desfiles a caballo cuando tocaba alguna festividad.

Durante los siglos XIV y XV el sector de Las Ramblas a la altura de la Boquería era un hervidero de artesanos, comercios y paradas de campesinos, hasta que la explosión urbanística del Raval en el siglo XVI, sobre todo con la edificación de templos y monasterios, cambiaron la cara del lado sur del paseo. Así llegaron los conventos de Betlem, Sant Josep, Trinitaris y Santa Madrona, mientras que el Santa Anna amplió sus infraestructuras.

Historia de Las Ramblas, por Jordi Català

La vida académica llegaría con la creación del Estudio General –que luego derivaría en la Universidad de Barcelona-, y la cultural despertaría con la apertura del Teatro de la Santa Creu, en 1557, abierto donde ahora se alza su heredero, el Teatro Principal.

Explosión urbanística

Las grandes fortunas dejarían de competir por el palacio más fastuoso en la calle Montcada y usarían a Las Ramblas como su escaparate inmobiliario. Así surgieron el Palacio Moja y el Palau de la Virreina, mientras que el Gran Teatro del Liceu, el Mercado de la Boquería y la Plaza Real se levantarían sobre los conventos alcanzados por la desamortización de Mendizábal a mediados del siglo XIX.

La caída de las murallas entre 1868 y 1888 lograrían que Las Ramblas lleguen al mar, años en que Antoni Gaudí levantaría el soberbio Palau Güell. Del otro lado, el genial arquitecto de Reus había diseñado las farolas de la Plaza Real, uno de los espacios más interesantes de Las Ramblas que, tras varios años languideciendo como centro de yonquis y camellos, ha recuperado su oferta gastronómica y cultural.

ramblas centro 1900

Burgueses y marginales

Por Las Ramblas la burguesía paseaba lentamente a pie o en carruajes, que aprovechaban las ofertas de las vendedoras de flores para lanzarse a la conquista de alguna soltera de oro. Sus calles fueron campo de barricadas en la Semana Trágica y al inicio de la Guerra Civil, y en el conflicto George Orwell se sorprendió cómo los sindicatos y movimientos obreros confiscaron los hoteles y restaurantes del paseo y lanzaban sus proclamas por el kilómetro de extensión.

Las Ramblas siguieron como el paseo favorito de la ciudad, con su dicotomía entre la parte alta más elegante y la baja más canalla –como corresponde con su cercanía al puerto-. Los turistas la han conquistado con paseos lentos y bolsillos llenos, las momias humanas siguen petrificadas en el tramo final, los kioscos de venta de animales desaparecieron, y muchos comercios de estética modernista y restaurantes emblemáticos han tenido que cerrar sus puertas para acoger tiendas de recuerdo y bares de paella y sangría. El paseo cambia, siempre ha cambiado, y sin embargo sigue siendo el espacio más emblemático de la ciudad.

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