Formentera: cómo descubrir el paraíso slow de Baleares

Formentera tiene una forma de disfrutar de la vida mucho más relajada. Vueling te cuenta lo que no debes perderte si decides coger el avión y volar hasta Ibiza, para luego llegar vía marítima hasta la más meridional de las Baleares

Formentera se encuentra a solo tres kilómetros de Ibiza, pero pareciera estar en otro mundo. Esta isla, la hermana menor de las Islas Baleares, es un paraíso para los amantes del turismo slow, para los que buscan desconectar y evitar la parafernalia del glamour y la diversión sin fin. Es una isla donde el respeto a la biodiversidad es tan estricto que la única vía de comunicación con el exterior es por medio del transporte marítimo hacia Ibiza, donde Vueling tiene conexiones directas con 11 destinos.

Sus carreteras permiten el paso de un número limitado de coches y se promueve la movilidad sostenible, indican en la Agencia de Estrategia Turística de las Illes Balears.

Nada más desembarcar en Formentera se siente que todo transcurre más lento, sin prisas. Es un territorio pequeño pero lleno de grandes sorpresas, como el ambiente amigable de sus pueblos, el pasado de las torres de defensa, el encanto de los molinos de viento, la belleza de sus costas y de la laguna S’Estany des Peix.

En la isla persisten manifestaciones musicales como las ballades y las cantades, que se han transmitido de generación en generación, y fiestas populares donde la tradición de la vida marinera se conjuga con el fervor religioso.

Los vigías de Formentera

A pesar de su pequeña extensión Formentera durante siglos fue una valiosa pieza de la geografía mediterránea por su estratégica posición, en el extremo sureste del archipiélago balear.

Numerosas torres de defensa dan cuenta del pulso entre los gobernantes y los piratas que merodeaban la isla (y que cada tanto realizaban incursiones) como la de la isla de S’Espalmador, de 1749; y las cuatro levantadas entre 1762 y 1763: Sa Punta Prima, La Gavina, Cap de Barbaria y Des Pi des Català, que repiten el esquema de plantas circulares y dos niveles.

Otros símbolos de la relación de Formentera con el mar son sus faros, vigías silenciosos que a pesar de los avances en las tecnologías de la navegación siguen siendo imprescindibles para los barcos comerciales y de recreo que circulan por el Mediterráneo.

El primer faro fue del La Mola, en el acantilado que se levanta en el extremo oriental de la isla, encendido en 1861.

Dos años más tarde el mismo ingeniero, Emili Pou, terminó el proyecto del faro que se encuentran en un islote al norte de S’Espalmador.

Queda un tercer faro, el de Cap de Barbaria, inaugurado en 1971 y que marca el punto meridional de las Islas Baleares.

La historia viva de Formentera

La presencia humana en Formentera data del tercer milenio a.C., y los romanos fueron una de las primeras civilizaciones que valoraron su importancia, como se evidencia en el yacimiento de Can Blai.

Durante siglos, ya sea cuando la isla estuvo en manos de la Corona de Aragón o del Reino de España, la vida transcurrió en tranquilidad dedicada a las tareas agrícolas y pesqueras; aunque quedó casi despoblada por la Peste Negra de mediados del siglo XIV.

La vida social, sobre todo a partir del siglo XVIII, se estructuró en torno a las iglesias.

El primero entre los templos activos fue el de Sant Francesc Xavier. Construido entre 1726 y 1738, su estructura que recuerda a una fortaleza, con sus gruesos muros y su pesada puerta de hierro, obedece a que en el siglo XVIII todavía eran frecuentes las incursiones de piratas.

Mucho más antigua es la capilla de Sant Valero, de 1336, que en ese siglo se anexionó a la iglesia de Sa Tanca Vella. Su pequeña estructura abovedada parece no encajar entre los edificios que la rodean.

De facciones más armónicas es la iglesia del Pilar de la Mola, que data de 1784, la única de la isla que tiene un porche para resguardar la puerta de entrada.

Con sus muros encalados, es de planta rectangular y de una sola nave.

La tercera iglesia en activo es la de Sant Ferran de ses Roques, inaugurada en 1889, y la más pequeña de todas. Presenta una planta de cruz latina y con dos capillas.

Recuerdos de la vida campestre de Formentera

Hasta el siglo XIX la gente vivía en casas aisladas en sus terrenos, en viviendas austeras y pequeñas rodeada de canaletas para recoger el agua de lluvia.

A finales de ese siglo y principios del XX surgieron pequeños núcleos en torno a las iglesias y el cruce de caminos, y con la llegada de los primeros vehículos las casas miraron a las vías de acceso.

Los ejemplos más claros de la arquitectura popular de 1920 y 1930 son el Bar Centro, la Fonda Plater o Can Manolo, que se pueden ver en torno a la iglesia de Sant Francesc Xavier.

Pero los ejemplos de la vida agrícola abundan como las paredes de piedra seca que serpentean a la vera de caminos y cruzando los campos, que servían para delimitar las propiedades y evitar que se escapen los animales.

Otros testigos son los molinos de viento, que sustituyeron a los impulsados por animales, como los del Teuet (de 1773), el de la Mola (1778) y el de Ses Roques (1797).

Los aljibes, como los que se pueden ver en La Mola, datan del siglo XVIII, y son los últimos exponentes de la búsqueda de agua en una isla sin ríos ni arroyos. Se los distingue por su pequeña bóveda de cañón blanca.

Más rústicos son los pozos de agua, como el Pou de Cala Salona, el de Marianet Barber y el de Pere Blai, una estructura rectangular de piedra seca con un cubo para obtener la apreciada agua dulce.

En la finca pública de Can Marroig se puede ver una de las norias que, gracias a la tracción animal, permitía extraer agua y conservarla en grandes albercas para luego ser usada en el riego de las plantaciones.

De las tradiciones pesqueras, unas de las huellas son los varadores. Conocidos como escarcs, son rampas de troncos de madera que servían para remolcar las embarcaciones y, en algunos casos, llevarlas a la protección de los cobertizos. Estos se pueden ver en Cala Saona, Es Calí, Es Torrent de s’Alga o Es Pujols.

Tradiciones, música y espíritu bohemio

Las fiestas populares y religiosas fueron algunos de los vínculos de unión de los pobladores de Formentera, que dejaban sus campos para participar en procesiones y otras celebraciones.

Las de Sant Joan el 24 de junio, el día de la Virgen del Carmen el 16 de julio, Sant Jaume el 25 de julio, Santa Maria el 5 de agosto, el día de la Virgen del Pilar el 12 de octubre y la fiesta de Sant Francesc Xavier el 3 de diciembre son las más importantes.

En ellas, frente a las iglesias, actualmente se pueden ver a agrupaciones folclóricas realizando las danzas a la llarga y a la curta, que tienen sus raíces en la Edad Media.

Las cantadas tuvieron más importancia en generaciones pasadas, pero el recitado de extensos versos llamados mots persiste en algunos centros de jubilados.

En Navidad y Pascuas los hombres solían tocar las caramelles, uno con las castanyoles y el otro con el espasí; con un tercero acompañando con un tambor y una flauta.

Más allá de las tradiciones, el calendario cultural de Formentera tiene varias citas a tener en cuenta.

Una es el Formentera Jazz Festival, que hereda el magnetismo que tuvo la isla con grandes artistas, y que se ha realizado en septiembre con conciertos, talleres y jam sessions.

Ese mes también se suele organizar el Festival de Guitarras, impulsado por el músico y lutier Ekkehard Hoffmann, afincado hace 26 años en la isla.

Formentera fue una de las mecas del movimiento hippy en los ’60 y ’70; quizás no tan potente como Ibiza, pero el espíritu de aquellos años ha quedado en el Mercado Artesano de la Mola (miércoles y domingos de 16 a 22 horas), así como en el Mercado Artesano de Sant Ferran; donde en ambos sitios se organizan conciertos y presentaciones musicales.

El diseño de vanguardia y la artesanía comparten paradas, así como en los comercios de Sant Ferran, Sant Francesc, Es Pujols, Es Caló de Sant Agustí, La Savina y El Pilar de Mola.

Las maravillas de la gastronomía de Formentera

El aislamiento histórico de Formentera la ha llevado a crear una tradición gastronómica basada en su vínculo con el mar y la agricultura de secano.

Con un respeto a rajatabla por la sostenibilidad y los productos de kilómetro cero, los restaurantes más elegantes de la isla así como en las tabernas tradicionales se pueden encontrar platos como la ensalada payesa (con pescado seco), el frito de pulpo, el sofrito del pagès (con carne y patatas), los calamars a la bruta (frito de calamares en su tinta) o el bullit de peix (guisado de pescado con patatas).

Los dulces y postres más representantivos son el flaó (pastel de queso fresco con hierbabuena), las orelletes (dulce anisado) y la greixonera (pudin de ensaimada).

En varias calas se pueden ver los pescados secos, filetes expuestos al sol durante uno a cuatro días que luego se convierten en uno de los platos más apetecibles.

Las propiedades de la sal líquida de Formentera, proveniente del mar, es de un gran valor nutricional; cuya producción se puede ver en el paraje de Ses Salines.

La isla cuenta con 80 hectáreas de viñedos, con bodegas como Terramoll de la Mola que ofrecen vinos de gran calidad.

La miel, los higos secos, el queso fresco y el bescuit (pan horneado mucho tiempo) son otras perlas de la gastronomía local que hay que probar sí o sí.