De Agua Amarga al arrecife de las Sirenas: el verano perfecto en Cabo de Gata

Playas vírgenes, acantilados entre chumberas, pueblos de pescadores, viejas minas de oro y deliciosa gastronomía en uno de los últimos paraísos del Mediterráneo

Playa de los Muertos: el azul en mil tonalidades. Foto: Turismo de Andalucía.

Apenas 70 km separan Agua Amarga del arrecife de las Sirenas. Son los km que de verdad importan para un verano que, contra todo pronóstico, aún puede ser el mejor de nuestra vida: un verano en Cabo de Gata.

Cada vez un poquito menos salvaje y cada vez un poquito más conocido, es cierto, pero el hecho de ser Parque Natural -además de Reserva de la Biosfera y Geoparque Mundial por la Unesco-, ha logrado, casi milagrosamente, salvar esta pequeña joya en la costa de Almería de la urbanización despiadada y la masificación turística.

Donde el invierno no existe

Sin chiringuitos, sofisticados beach clubs ni siquiera alquiler de tumbonas en la mayor parte de sus playas, tampoco encontrarás grandes paseos marítimos con áreas comerciales ni, mucho menos, zonas de marcha atestadas de garitos y discotecas.

A cambio, te sorprenderán tesoros que creías imposibles en las costas españolas: paisajes casi lunares de naturaleza volcánica y 50 km de impresionante fachada litoral en la que se suceden abruptos acantilados y espectaculares arrecifes, playas vírgenes y calas escondidas, además de coquetas poblaciones como Agua Amarga o San José.

Playa de los Genoveses, San José. Foto: Mar Nuevo.

Con alrededor de 300 días de sol al año y escasísimas precipitaciones, Cabo de Gata es un auténtico desierto. Y, sin embargo, es un lugar lleno de vida, con decenas de especies de plantas y animales endémicas, humedales donde ver un espectáculo de flamencos rosados y fondos marinos con vastas praderas de posidonia perfectos para el buceo o el kayak.

De Agua Amarga al arrecife de las Sirenas, esto es todo lo que tienes que saber para las vacaciones perfectas en Cabo de Gata.

Agua Amarga

Agua Amarga es, en esencia, el pueblo de vacaciones perfecto: una postal de casas encaladas de ventanas azules, callejuelas salpicadas de buganvillas, pequeñas boutiques de lo más chic, heladerías artesanas y mucha animación.

Pero es, además, la localidad más cercana a una de las playas más espectaculares del Parque Natural, la Playa de los Muertos.

Aunque cuenta con un parking (5 euros), nada te librará de una caminata con pendiente acentuada de unos 15-20 minutos a buen paso y con calzado cómodo. Pero merece la pena. Y tanto. Abajo espera una playa larga y recta, de casi 1 km de longitud y pequeñas piedrecitas en lugar de arena, enmarcada por rocas, de aguas de increíble azul.

Los azules de la Playa de los Muertos no necesitan filtros. Foto: Mar Nuevo.

Con bastante oleaje y orilla con mucho desnivel, es también una playa muy divertida para el baño, aunque es mejor evitarla con viento de levante. ¿Alguien dijo viento? Ya sea levante o poniente, es de las pocas cosas que pueden echar a perder un día playero en el Parque. En la cuenta de Instagram Guiadelcabodegata cuelgan cada día un parte meteorológico donde indican la previsión de viento y además recomiendan las mejores playas y calas en función de las condiciones.

Agua Amarga cuenta también con una playa urbana bastante grande, de arena dorada y, esta sí, con servicios como accesos para personas con movilidad reducida, duchas o socorristas, así como restaurantes.

Aunque si hablamos de gastronomía, nada como dar una vuelta por la plaza del pueblo, sentarse en la terraza del bar La Plaza para disfrutar del arte de tapear. La Chumbera, a la salida del pueblo, es una opción perfecta para una cena más elaborada.

Las Negras

Entre Agua Amarga y Las Negras se oculta otra de zonas de baño más bellas del Cabo de Gata, la Cala de Enmedio.

Cala de Enmedio, Agua Amarga. Foto: Mar Nuevo.

Con 150 metros y arena fina y muy gustosa, el esfuerzo de llegar se compensa con creces con unas vistas de infarto a Agua Amarga y al cerro Mesa Roldán y, sobre todo, por las escenográficas dunas fosilizadas que cierran por ambos lados la playa con increíbles formaciones de lenguas de piedra blanca que se adentran en el mar dando lugar a pequeñas pozas para bañarse.

En dirección a Las Negras encontramos también la Cala del Plomo, de acceso más fácil que la anterior, y Cala San Pedro, tradicionalmente un edén naturista con su propia comunidad de residentes que disfrutan todo el año de sus aguas turquesas y fondos de arena blanca al que recomendamos llegar en las embarcaciones que se ofrecen desde la playa de Las Negras (12-15 euros por persona).

De vuelta en el pueblo de Las Negras, nada como sentarse en La Bodeguiya, frente a la playa, y ver el atardecer con una cerveza bien fresquita en la mano.

Rodalquilar

Siempre rumbo al sur llegamos a Rodalquilar, el único pueblo de la ruta sin playa, aunque a apenas 3 km de El Playazo, otro gran arenal de 400 m de longitud y 30 de anchura. A la izquierda y elevado sobre una duda fosilizada, el castillo de San Ramón,  un antiguo bastión defensivo del siglo XVIII. Como curiosidad, la propiedad, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 1985 y remodelada para incorporar todas las comodidades de una villa de lujo, está en venta.

El Playazo y la batería de San Ramón. Foto Victor Poblete | Unsplash.

El pueblo de Rodalquilar está lleno de encanto: además de los grandes murales que cubren las fachadas como parte de la iniciativa Rodalquilarte y que forman un verdadero museo al aire libre con obras de más de 60 artistas españoles e internacionales, tiene una curiosa historia asociada a sus minas de plomo y, más tarde, oro, que llegó a ocasionar una auténtica ‘fiebre del oro’ disparando la actividad y la población de una localidad que, una vez agotado el mineral y concluida la extracción en 1966, se redujo en más del 90%.

Para comer o cenar cuenta con varias opciones, desde la taberna El Cinto, perfecta para tapear o encargar un arroz negro, al mítico italiano Panpepato, que este año ha cambiado de ubicación, pasando por Oro y Luz, más elegante y de cocina mediterránea con un toque de creatividad.

La Isleta del Moro

En dirección a San José merece la pena hacer una parada en La Isleta del Moro, el pueblo de pescadores más auténtico del parque, con sus barquitas fondeadas cerca de la playa y sus casitas modestas.

Que el atardecer te pille en este punto justo de La Isleta del Moro. Foto: Turismo de Andalucía.

Un gran palmeral a la entrada y dos imponentes peñones en la playa completan su atractivo aunque, sin duda, más que a disfrutar de las playas o las vistas aquí venimos a darnos un homenaje gastronómico con el pescado más fresco de la zona -sargo, gallo pedro, breca, pollico o lecha- bien en fritura o a la plancha, e impagable en lugares como el Bar de la Tercera Edad, directamente sobre el agua y con una puesta de sol de escándalo, o La Ola.

A pocos km, ya en El Pozo de los Frailes, encontramos otro de los restaurantes más reconocidos de Cabo de Gata, La Gallineta.

San José

Considerada la capital del Parque Natural, es la localidad con más servicios de la zona, tanto en alojamiento como en restauración o supermercados, y en verano llega a cuadruplicar su población de alrededor de 800 habitantes.

Alrededor de la plaza encontramos siempre mucha vida, así como en el paseo marítimo, el coqueto puerto deportivo y la playa urbana, aunque seguramente sea más conocido aún por ser la puerta de acceso a las playas más renombradas de la zona: Mónsul y Genoveses.

Playa de Monsul, San José. Foto: Turismo de Andalucía.

Para llegar a ambas, además de las más tranquilas Playa del Barronal, Cala de la Media Luna y Cala Carbón, es necesario madrugar: entre los tres parkings disponibles hay capacidad para solo 400 coches (5 euros). A cambio, las restricciones evitan la sensación de masificación en (casi) cualquier momento. También se puede llegar caminando, en bici o en un servicio de buses (2,7 euros ida y vuelta) desde San José.

Mientras avanzamos entre chumberas y pitas vencidas por el viento nos adentramos en un auténtico territorio virgen hasta desembocar en los mayores arenales de Cabo de Gata.

Los Genoveses nos saluda en primer lugar: una playa salvaje de dunas de arena fina y dorada, con un pequeño bosquecillo en un extremo y aguas cristalinas en las que adentrarse suave y lentamente (la escasa pendiente la hace perfecta para ir con niños), bucear sobre sus praderas de posidonia o practicar deportes acuáticos los días de viento. Si el calor no aprieta demasiado se puede incluso subir al Morrón de Genoveses, al sur, y capturar toda la belleza del Parque Natural.

Pitas en el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. Foto: Juan Pablo de Vicente Gonzalez | Pixabay.

Y, por fin, Mónsul. Tan famosa que ha sido escenario de aventuras cinematográficas, incluida una de Indiana Jones, anuncios y videoclips y que, sin embargo, mantiene intacto el magnetismo. Sus alrededor de 400 m están cercados por formaciones rocosas de origen volcánico, con una dramática roca adentrándose en el mar y protegida por una inmensa duna de arena fina a su espalda.

Faro y arrecife de Las Sirenas

Y aún quedan cosas que ver: nos situamos en el faro de Cabo de Gata, el punto más oriental del sur de la península y utilizado ya por griegos y fenicios como punto de referencia para la navegación. Hoy, los destellos de su faro, edificado en 1863 sobre las ruinas del castillo de San Francisco, pueden verse a 30 millas de distancia (45 km).

Junto al faro nos espera el mirador de Las Sirenas con una de las vistas más icónicas del Parque: las formaciones del arrecife del mismo nombre. El paisaje es espectacular: oscuras chimeneas volcánicas que emergen del agua, escarpados acantilados y fondos marinos que casi parecen mosaicos que declinan el color azul en todas las tonalidades imaginables. También, claro, su correspondiente playita, Cala Rajá, con vistas al arrecife del Dedo y un refugio perfecto cuando el viento azota.

Arrecife de Las Sirenas. Foto: Pepe Saez | Unsplash.

No hay un broche mejor que un atardecer en el Arrecife de Las Sirenas para despedir este viaje al paraíso más cercano al que aún viajar este verano.

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