Un viaje lleno de leyendas por la Costa Amalfitana

Sorrento, Positano y Amalfi son tres joyas que se descubren en la serpenteante carretera costera que recorre uno de los rincones más bonitos de Italia

Positano, una de las joyas de la Costa Amalfitana. Foto JP Chuet-Missé

El autobús gira por las curvas cerradas, al borde del precipicio, con una pericia de malabarista. De un lado, como gigantes silenciosos, se levantan los Monte Lattari.

Del otro, el Mediterráneo de un azul que parece retocado por Photoshop. Y en el medio, el rosario de pueblos que se despliega al sur de Nápoles.

Esta es la espectacular Costa Amalfitana.

Tierra de leyendas

La franja costera de Campania es una tierra de leyendas. Se dice que Sorrento fue fundado por Ulises en homenaje a las sirenas (de ahí su nombre), que la etimología de Positano es una deformación de Poseidón y que Amalfi fue bautizada en honor a una ninfa (aunque en realidad fue colonizada por patricios romanos de la ciudad de Memfi).

El limon, la fruta que simboliza la Costa Amalfitana. Foto JP Chuet-Missé

Se dice que Sorrento fue fundada por Ulises en homenaje a las sirenas que pretendieron seducirlo

También los santos tienen sus mitos: en la iglesia dedicada a San Antonino en Sorrento hay una costilla de ballena, en recuerdo a la mediación del santo para que un cetáceo devuelva vivo a una de sus víctimas. O la de San Genaro, amado en Nápoles, quien detuvo la lava del volcán con sus manos.

Y uno dirá –con toda lógica- que son supersticiones, pero fue casi milagroso que al atravesar el túnel que desemboca en Meta di Sorrento la tormenta otoñal que arreciaba en Nápoles se haya detenido y haya dado paso al sol hasta salir de Amalfi.

Sorrento está construido sobre un acantilado volcánico. Foto JP Chuet-Missé

El grupo estaba conformada por los invitados al viaje del Costa Firenze, uno de los cruceros de Costa Cruises que realiza periplos por el Mediterráneo Occidental antes de poner rumbo a Dubái y girar por el Golfo Pérsico.

Una carretera tan inspiradora como peligrosa

Si uno no es lugareño más vale que deje el volante a alguien experto en estos caminos. Ya sabemos cómo conducen los italianos del sur. Y así se puede disfrutar de este paisaje de película, que inspiró obras como El talento de Mr Ripley de Patricia Highsmith, donde cada curva merece ser atrapada por la cámara.

Para ello hay miradores, donde por supuesto que no faltan los puestos ambulantes de limoncello, paprika y otras maravillas de la gastronomía regional.

La belleza del Mar Tirreno. Foto JP Chuet-Missé

La tierra de las sirenas

Sorrento fue la primera escala. Esta localidad se eleva sobre un inmenso talud de tierra que se formó hace 4.000 años por una de las tantas violentas erupciones del Vesubio.

Si uno no es lugareño más vale que deje el volante a alguien experto en estos caminos. Ya sabemos cómo conducen los italianos del sur

El mar transparente es muy tentador, pero aquí apenas hay playas: tan solo algunas franjas arenosas intercaladas con calas rocosas. Igualmente es una importante meca turística.

Exposición de fotografías en Sorrento. Foto JP Chuet-Missé

La ciudad, de un trazado laberíntico, cuenta con grandes villas, algunas con un mágico toque decadente que se convirtieron en elegantes hoteles que recuerdan a los viajes de la aristocracia en el Grand Tour europeo.

En terrazas, creciendo donde haya un metro cuadrado de tierra, se elevan los limoneros que dan fama a la bebida más famosa; aunque su primo el meloncello también merece una degustación.

En el centro histórico está la angosta calle San Cesáreo, lleno de tiendas de recuerdos y de derivados del limón, donde se pueden ver las entradas a antiguos palazzos siempre rebosante de flores y con alguna fuente o estatua en el centro.

Venta de paprika en Amalfi. Foto JP Chuet-Missé

La carretera que es Patrimonio de la Humanidad

Al salir de Sorrento se despliega la carretera costera 106, construida en los tiempos de Fernando II de Borbón, y de una belleza de tal magnitud que en 1993 la Unesco la catalogó como Patrimonio de la Humanidad.

Esta cinta de asfalto es imposible de circular en verano. “Se tardan cuatro horas en hacer 10 kilómetros”, dice la guía Alessa. Por ello el otoño es la estación ideal para transitarla.

Antes de llegar a Positano emergen pequeñas islas como Li Galli, donde las sirenas enloquecían a los marineros, y que fue el refugio privado del bailarín Rudolf Nureyev.

Vista de la península de Sorrento. Foto JP Chuet-Missé

El elegante encanto de Positano

Estos pueblos en los acantilados han sido y son elegidos por estrellas de todo el mundo. Por ejemplo aquí está la fastuosa villa del director Franco Zefirelli y el lujoso hotel San Pietro Positano, con sus habitaciones excavadas en la roca viva y su restaurante de estrella Michelin elegido por George Clooney o Paris Hilton para huir –con éxito relativo- de los papparazis.

Codo a codo con las mansiones hay sencillas viviendas de pescadores y antiguas casas con sus techos de bóveda. Era la solución de estos pueblos, sin caminos durante siglos, para guardar agua de lluvia en los tiempos en que el Mediterráneo hacía imposible la navegación.

Positano es un pueblo donde los coches no pueden entrar, en el que para llegar hay que descender por 950 escalones desde la carretera

Positano es un pueblo donde los coches no pueden entrar, en el que hay que descender por 950 escalones desde la carretera para fotografiar el abanico de viviendas que parecen hacer equilibrio desde las alturas, y que fuera de temporada tiene una magia que se puede atrapar comiendo pescados y mariscos en sus elegantes restaurantes.

El lemoncello, siempre presente. Foto JP Chuet-Missé

Amalfi, la meca del limoncello

Tras curvas y más curvas, donde uno y otro hotel de lujo se esconde entre las rocas, se llega a Amalfi.

La ciudad fue una de las repúblicas marineras que con Génova, Pisa y Venecia dominaron los mares en la Edad Media, con monedas que tenían gran aceptación entre los puertos mediterráneos y un código marítimo que pervivió hasta el siglo XVI.

Un mosaico al lado de la Porta de la Marina, la antigua entrada, recuerda las embajadas comerciales que tenían en la costa africana, y desde el Levante español a Turquía.

Centro de Amalfi. Foto JP Chuet-Missé

La puerta de entrada a las culturas de Oriente y Occidente

A pocos pasos se ve la iglesia dedicada a San Andrés, que sintetiza los estilos bizantino, normando y renacentista, un recuerdo de los tiempos en que era puerto de entrada de culturas e influencias.

Detalle: si la fachada se ve tan impecable con los mosaicos dorados y los medallones de colores fue porque fue reconstruida del siglo XIX.

El mejor lemoncello, dicen en estas tierras, es el que se vende en Amalfi

El centro de Amalfi se recorre en un rato, aunque lo ideal es subir por las escaleras ocultas entre arcos, ver un insólito pesebre marino, y probar el mejor lemoncello de la región y las variantes de pistachos y trufas de las tiendas.

La catedral de Amalfi es una síntesis de estilos. Foto JP Chuet-Missé

El recuerdo de Wagner

La carretera costera es tan estrecha que muchos autobuses de turismo no pueden regresar por el mismo camino. La alternativa es salir de Amalfi y emprender una empinada ruta hasta la autopista que conecta con Nápoles.

En el camino se pasa por localidades como Maiori, Minori y Ravello, esta última llamada como Ciudad de la Música y sede de un importante festival en homenaje a Richard Wagner.

Allí el genial alemán compuso el segundo acto de la ópera Parsifal; seguramente inspirado por las leyendas de sirenas, titanes, dioses y ninfas que vivieron, amaron y murieron en esa tierra mágica ahora conocida como la Costa Amalfitana.

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