Chauen: la ciudad azul donde el tiempo se detuvo

Fundada por los árabes y judíos expulsados de España por los Reyes Católicos, recibe cada año una mayor cantidad de turistas españoles. Es la reconquista de visitantes armados con cámaras digitales

En la entrada de Chauen, a pocos kilómetros de Tetuán (Marruecos), decenas de niños se reúnen para lanzarse de cabeza a un pozo artificial construido en la orilla del riachuelo que cae de las montañas. Sobre las piedras hay grandes alfombras que dejaron sus dueños para que se laven con la fuerza de la caída del agua.

Desde el puente, el público disfruta de las piruetas, y los niños y adolescentes se lucen para los turistas. Todos entran al agua con la precaución de no ganar profundidad porque el pozo es demasiado pequeño. La modernidad llegó a Chauen y algunos adolescentes juegan fútbol con las consolas en un local a pie de calle pero la mayoría está en el río, admirando y aplaudiendo los movimientos del cuerpo y no los de los dedos.

Chauen está acostumbrada a recibir españoles. Fueron españoles quienes la fundaron tras la expulsión de los judíos y musulmanes de Al-Andalus y por eso sus calles y sus casas recuerdan a los pueblos andaluces. Casi todas las viviendas de la ciudad están pintadas de azul en la base y blanco en los techos. Los habitantes están convencidos de que el color azul hace que las casas sean más frescas durante los meses más calurosos del año.
 

 
La guía turística parece avergonzada de la creencia popular de que las fotos roban el alma de los retratados

 
Las mujeres mayores, vestidas de negro, se tapan la cara cuando ven a los turistas pasar. «Piensan que las fotos les roban el alma», explica un joven. Pero la guía turística, contratada por el gobierno de Marruecos para mostrar la ciudad a un grupo de españoles, no quiere ahondar en las razones por las que casi todos los ancianos se niegan a salir en fotografías, se tapan el rostro y hasta amenazan con su bastón. La anfitriona parece avergonzada de explicar una creencia popular, como si los mitos y leyendas del pueblo restaran mérito a una sociedad que compite por subirse al tren de la modernidad.


Calle de Chauen.
 

Casi todos hablan perfecto español. Quinientos años no han erosionado la lengua de los fundadores. Los artesanos sacan sus creaciones en las escaleras de la ciudad, enclavada en los cuernos de la montaña. Los talleres están abiertos de par en par para demostrar que los productos se hacen a mano.

Un orfebre explica que heredó el oficio de su padre y su abuelo. Después de 30 años esculpiendo platos y bandejas a mano, traza perfectas líneas rectas, estrellas y flores, y explica con pasión su oficio para terminar ofreciendo una bandeja dorada por 200 dirhams (18,2 euros). También acepta euros, como todos los comerciantes, pero con un tipo de cambio redondeado que los favorece ligeramente: 20 euros.

El tiempo se detuvo en Chouen durante muchos años en los que no se dejaba entrar a turistas a la ciudad que era considerada santa. Eso le permitió la conservación de su estructura medieval, hoy tan valorada por los españoles que el año pasado sobrepasaron a los franceses como primera nacionalidad turística en la zona.

La plaza recibe a un grupo de música típico de la región de las montañas del Rif. Las trompetas desafinan pero sus coloridos trajes hacen las delicias del grupo de españoles y de cuatro turistas asiáticos, los únicos en la localidad el viernes pasado. Chouen estaba de fiesta. Recibía la visita de autoridades regionales y de otros países para una exposición fotográfica y una exhibición de las cooperativas femeninas que ofrecen productos agroalimentarios.

Un grupo de hombres descansa en una banqueta.
 

La guía turística aprovecha cada explicación, cada parada, para alabar la gestión del Rey Mohamed VI, que, según la anfitriona, ha luchado por lograr una mayor igualdad de la mujer al permitir sólo la poligamia a hombres cuya primera mujer lo autorice.

La visita de una delegación de autoridades es todo un acontecimiento y la gente se vuelca para observar la novedad de los hombres trajeados y rodeados de guardaespaldas que visitan los puestos en el mercadillo callejeros de las cooperativistas.
 

 
El mercadillo ofrece todo tipo de productos: leche fresca en botellas de Coca-Cola, hiervas, pollos vivos y hachís

 
En la medina, el centro de la ciudad antigua, el mercadillo ofrece todo tipo de productos: leche fresca en botellas de Coca-Cola y Sprite, hiervas, pollos vivos y hachís que se produce en los campos cercanos y que los vendedores ofrecen de forma discreta a los hombres jóvenes. Nunca a una mujer ni a un hombre mayor.

El respeto a los ancianos es una buena costumbre que permanece inalterada a pesar del paso del tiempo. Lo jóvenes siempre reservan sus banquetas y nunca se sientan en el lugar que le gusta a los abuelos. Hay cosas que nunca cambiarán en Chauen.

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