Cartagena de Indias, la ciudad real e imaginaria de García Márquez

Cartagena de Indias deambula entre lo real y lo ficticio. La recorremos guiados por la brújula de la literatura de su vecino más ilustre, García Márquez

Cartagena fue heroica antes que literaria. Desde que Pedro Heredia fundó la ciudad en 1553 hizo frente y resistió los ataques de piratas y de Francis Drake, el célebre corsario financiado por la corona británica. Aquel aguante numantino le valió el sobrenombre de ‘La Heroica’. Así se la presentan a Gabriel García Márquez cuando llega huyendo de ‘el bogotazo’ en 1948 aunque él, como contaría después en Vivir para contarla (2002), apenas pudo verla.

Una ciudad fortificada que pasó de asentamiento de los indígenas kalimari a enclave colonial hispánico. Gracias a los galeones cargados de oro y esclavos negros, Cartagena se convirtió en una plaza fuerte dentro del circuito comercial entre Europa y el Nuevo Mundo.

Precisamente en un banco del parque Bolívar Gabriel García Márquez pasó su primera noche en Cartagena, un día de abril de 1948

El mismo Gabo dijo al respecto, “Cartagena eran dos ciudades, una alegre y multitudinaria durante los seis meses en que permanecían los galeones, y otra soñolienta el resto del año, a la espera de su regreso”.

TambieÌn por la Puerta del Reloj entroÌ GarciÌa MaÌrquez en Cartagena. Foto Esteban Venegas Unsplash

TambieÌn por la Puerta del Reloj entroÌ GarciÌa MaÌrquez en Cartagena. Foto: Esteban Venegas | Unsplash.

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Ciudad real e imaginaria

Hoy, en la bahía de las Ánimas, donde estaban los muelles en los que se traficaba con personas está el Centro de Convenciones. En las troneras de aquellas murallas en vez cañones hay parejas cartageneras haciéndose arrumacos. Romances consumados, no como los amoríos que narran las novelas del costeño Gabriel García Márquez.

La vida intramuros, bajo un sol que aprieta, discurre lenta, pegajosa y al ritmo de la música porro y de la cumbia. Por sus calles estrechas se suceden palacios, conventos, teatros y plazas de estilo colonial.

La ciudad se intuye en muchas de sus obras pero se vislumbra especialmente en ‘El amor en los tiempos del cólera’, ‘Del amor y otros demonios’ y su biografía, ‘Vivir para contarla’

Caminando o sentadas a la sombra se puede ver a las palanqueras. Mujeres negras vestidas con ropas coloridas que portan en sus cabezas palanganas cargadas de fruta fresca que venden. Sus paradas favoritas son la plaza de las Bóvedas y el parque Bolívar.

Una palanquera de Cartagena de Indias. Foto Ricardo Gomez Angel Unsplash

Una palanquera de Cartagena de Indias. Foto: Ricardo Gomez Angel | Unsplash.

En un banco de este parque Gabriel García Márquez pasó su primera noche en Cartagena, un día de abril de 1948. Este rincón verde estaba flanqueado por el palacio de la Inquisición. Detrás de su fachada preñada de balcones de madera, ventanas enrejadas y un pórtico barroco, se encontraban las salas de tortura y celdas. En una de esas, pero en el cuartel La Permanente, en la plaza Santa Teresa, pasó finalmente su primera noche cartagenera Gabo.

Varias novelas después

De pasar la noche en un calabozo a dormir en su casa a orillas del mar Caribe pasaron varias novelas. Una residencia que comunicaba con el hotel Santa Clara por medio de una puerta trasera que alguna vez que otra abrió su amigo Fidel Castro para reunirse con el premio Nobel de Literatura.

A los dos el acoso de la prensa y el protocolo les provocaba urticaria. Gabo y Fidel escenificaron situaciones que el primero narró en Del amor y otros demonios (1994). En esa novela el sacerdote Cayetano Delaura accede por una puerta de servicio para encontrarse con su enamorada, Sierva María de Todos los Ángeles, recluida en el convento de Santa Clara.

Claustro del convento de Santa Clara, hoy un Sofitel de lujo. Foto Accor.

Claustro del convento de Santa Clara, hoy un Sofitel de lujo. Foto: Accor Hotels.

Este edificio del siglo XVIII ha pasado de estar ocupado por monjas clarisas a estarlo por huéspedes de todo el mundo, quienes disfrutan de habitaciones lujosas. El frondoso claustro sobre el que se vertebra el elegante hotel de arquitectura colonial y republicana lo sobrevuela un tucán.

El portal de los Dulces

En este corralito de piedra que es Cartagena de Indias todo está cerca. Lo que no se ve, se huele. En la plaza de los Coches se encuentra el portal de los Dulces. Una galería arcada en la que se suceden puestos en los que se vende todo tipo de golosinas: pastelillos de ajonjolí, casadillas de coco, panderitos de yuca, marranitos de leche y caballitos de papaya.

En estos mismos soportales se tiñe de amargura la historia entre Fermina Daza y Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera (1985).

Foto Ricardo Gomez angel Unsplash

Gabo tenía claro que no quería ser periodista, pero en Cartagena empezó a serlo. Foto: Ricardo Gomez Angel | Unsplash.

En frente del portal de los Dulces está la puerta del Reloj, entrada principal de la ciudad, que también franqueó García Márquez al poner sus pies en la ciudad. Lo que sintió lo contaría también en su biografía: “me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”.

No muy lejos, en la Plaza de los Mártires, «frente a la inmensa pared de piedra dorada de la iglesia San Pedro Claver, el primer santo de las Américas” , como lo describe en Vivir para contarla, estaba la redacción de El Universal, donde, pese a su reticencia inicial, se forjó como periodista.

Parque Fernández de Madrid

Al otro lado de la Torre del Reloj se encuentra Getsemaní, un barrio de artesanos y trabajadores del puerto que vive a la par que se van levantando alojamientos para mochileros y le maquillan su rostro descuidado y desvencijado.

Barrio de GetsemaniÌ. Foto Leandro Loureiro Unsplash

Barrio de GetsemaniÌ. Foto: Leandro Loureiro | Unsplash.

De camino a la plaza de la Trinidad coronada con la iglesia del mismo nombre, se alternan los restaurantes y los cafés con los establecimientos de comida y bebida de toda la vida, mientras en un muro los grafitis hablan de los cambios que experimenta la zona.

Por aquí abundan las salas de baile que abruman al extraño, quien se pregunta dónde se reparte el ritmo.

En Cartagena muchos bailan, unos pocos miran. En el parque Fernández de Madrid, dentro de la muralla, Florentino Ariza lee disimuladamente mientras espera a que Fermina Daza salga de su casa para poder contemplarla.

En este parquecito está la Alianza Colombo Francesa, institución a la que se puede acceder y tomar una limonada en su patio interior.

Cartagena de Indias. Foto Unsplash

Cartagena de Indias. Foto: Unsplash.

Comer se puede comer en cualquiera de los restaurantes, casas de comida y cevicherías que hay en esas calles angostas por las que circulan taxis amarillos y carruajes tirados por caballos.

Existen muchas Cartagenas. La real y la imaginaria, la asfixiante para el extranjero y la fresca para el costeño vestido con una guayabera. Una prenda que Gabo se puso tanto como escribió.

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