Cambados, tierra de vinos y valientes mariscadoras

En la gallega comarca de Salnés, entre las azules aguas de la ría de Arosa y un verde mar de viñedos, Cambados se levanta portando el estandarte, atribuido por el público, de la capital del albariño

Mariscadoras de Cambados. Foto: Turismo Rías Baixas.

Camino por las bellas calles de Cambados una mañana del mes de junio, bajo un calor asfixiante que vuelve a dar muestras de que el cambio climático no es una quimera inventada por una suerte de nuevos hippies. Esas altas temperaturas y el hecho de que aún no nos encontremos en la temporada alta turística – que aquí se desarrolla durante los meses de julio y agosto -, hacen que la ciudad posea una atmósfera pesada y adormilada.

Apenas encuentro gente en el paseo marítimo, de unos dos kilómetros de largo, que discurre en paralelo a unas aguas de la ría de Arosa que parecen estar vivas. Que están vivas.

Y es que, según el momento del día en el que la contemple, la ría se retrae, tímida, u ocupa todo su reino, solo limitado por el mar y los muros de piedra de Cambados.

San Tomé, Cambados. Foto: Turismo de Galicia.

Cambados: vida y cultura marineras

Cuando me encuentro con María José, guía y componente de la asociación cultural Mulleres do Mar de Cambados –más conocida por sus siglas GUIMATUR-, las aguas se han retirado lejos de uno de los muelles que son testigos, cada día, del gran esfuerzo humano realizado para poder aprovechar los frutos de la ría.

María José me saluda con una cálida sonrisa y, mientras me pongo unas altas botas de lluvia, me explica a qué se dedica GUIMATUR.

Esta asociación (que pertenece a la local Cofradía de San Antonio) fue creada en 2004 para acercar la vida y cultura marineras de todo un pueblo a la gente que quiera conocerlas. Además, también tiene como misión poner en valor el gran trabajo de la mujer en el mundo de la pesca y el mar. Y es que, de las más de 300 personas que se dedican a la ardua tarea de extraer las navajas, almejas y berberechos de la arena de la ría de Arosa, tan solo 8 son hombres.

Las mariscadoras extraen de la ría los bocados más preciados. Foto: Turismo Rías Baixas.

No tardo en saber de qué me habla María José, pues menos de diez minutos más tarde me encuentro caminando por el inestable terreno de arena húmeda que las aguas de la ría volverán a cubrir en unas horas.

El horizonte está repleto de mujeres que empujan pequeños carritos donde cargan sus herramientas de trabajo – el angazo y el ganchelo, principalmente – y que utilizarán, más tarde, para transportar sus capturas de vuelta al muelle.

El angazo y el ganchelo son las herramientas que acompañan a las mariscadoras mientras remueven la arena de la ría en busca de almejas, berberechos o navajas

Mariscar como forma de vida

El sol ahora es castigador y la temperatura sobrepasa los 28 grados, algo inusual en el junio gallego. Pero no importa, tanto María José como sus decenas de compañeras levantan el angazo – una especie de rastrillo – y descargan, unos tras otros, duros golpes de tracción sobre la arena de la ría, removiéndola en busca de los tesoros que esconden. Incansables, repiten la acción una y otra vez durante jornadas que suelen durar 4 o 5 horas.

Cambados. Foto: Turismo Rías Baixas.

Después se encorvan para aplicar el ganchelo, parecido a una pala de jardín, con el que sacar los moluscos más profundos. Me cansa solo contemplarlas, y experimento la sensación en mis propias carnes cuando María José me tiende su angazo para que pruebe. En 5 minutos rompo a sudar y tan solo he conseguido sacar unas 5 almejas. Al menos son buenas, porque hay que medirlas antes de considerarlas como tales. Las pequeñas se vuelven a enterrar para que se desarrollen hasta convertirse en adultas.

Le pregunto a María José si le gusta este trabajo tan sacrificado y me contesta que nunca jamás volvería a su antiguo empleo de maestra de guardería. Me cuenta que sus compañeras opinan exactamente igual que ella. Ser mariscadoras es su pasión y, en definitiva, también una forma de vida.

Una forma de vida que entiendo mejor mientras recorro con ella las empedradas calles del carismático barrio de San Tomé.

Barrio de San Tomé, Cambados. Foto: Turismo de Galicia.

De San Tomé a la isla de A Figueira

Aunque hoy está totalmente integrado en la ciudad de Cambados, antiguamente este barrio de pescadores era una villa marinera independiente. Algunas de las fachadas de sus casas bajas de tejados rojizos siguen mostrando las macizas piedras de las que están hechas. Todo allí huele a mar y, al contrario que en la ciudad, sí que hay actividad.

Unos niños corren y gritan, mientras que algunos adultos se dirigen a algún destino que desconozco, cargando aparejos de pesca. Cruzo la mirada con alguno de ellos y les saludo. Responden con sonrisas francas y unos ojos de mirada profunda, como el mar al que pertenecen.

María José me explica, mientras cruzamos el alargado puente de piedra que une el barrio de San Tomé con la isla de A Figueira, que las mujeres de la asociación no solo son mariscadoras, sino que también hay redeiras – o rederas, que se dedican a la confección, reparación y mantenimiento de los artes y aparejos de pesca – y que tanto unas como otras necesitan realizar un curso para obtener el PERMEX, acreditación que les capacita para acceder a ese trabajo.

Ruinas de la Torre de San Sadurniño, Cambados. Foto: Turismo de Galicia.

“Así evitamos que la gente venga a llevarse el marisco de nuestra ría de manera ilegal. Está todo mucho más controlado y el beneficio es mayor para todos: familias y medio ambiente”, me comenta María José mientras admiramos las ruinas de la Torre de San Sadurniño.

Construida entre los siglos VIII y IX, este baluarte sirvió tanto de referencia a embarcaciones amigas como bastión defensivo que repelió incluso ataques vikingos. Desde allí se contempla, en toda su plenitud, la vastedad del océano y me imagino su belleza al atardecer ya que, según me cuentan, es el mejor momento para disfrutar de esa estampa.

Pazo de Fefiñanes

Aunque las variadas visitas guiadas de GUIMATUR incluyen la lonja del pescado, el puerto y una fábrica conservera, habíamos elegido de antemano la opción de conocer el histórico Pazo de Fefiñanes, así como el albariño que allí producen dos conocidas bodegas: Bodegas del Palacio de Fefiñanes y Bodega Joaquín Gil de Armada.

Plaza de Fefinañes. Foto: Turismo Rías Baixas.

La plaza de Fefiñanes es el centro neurálgico de un casco histórico que, aunque de dimensiones reducidas, ha sido declarado Conjunto Histórico-Artístico monumental.

A ella se asoman edificaciones tan bellas como la Iglesia de San Benito –mezcla de estilos neoclásico, barroco y gótico – y el Arco Puente. Sobre todos ellos destaca el Pazo de Fefiñanes.

Entro a ese palacio renacentista del siglo XVI acompañado de mi inseparable María José y se nos une Yurena, canaria y guía turística en el pazo. Con ella recorremos unas estancias palaciegas bellamente decoradas y un precioso jardín en el que aún crecen hileras de viñedos.

Pazo de Fefiñanes. Foto: Turismo Rías Baixas.

Aunque Yurena nos cuenta algo sobre la historia de la casa, se centra sobre todo en los métodos tradicionales utilizados para la elaboración de tres tipos distintos de albariño. Algunos de ellos pasan tres años en barricas, algo inusual en este tipo de vinos, que se suelen beber jóvenes. Personalmente, me acaban gustando más los de barrica.

Tras saborear un delicioso almuerzo con los amigos de Gil Armada, tengo que marcharme camino del aeropuerto. Me despido de Yurena y María José con cierta pena. A través de sus historias he conseguido penetrar algo en un mundo totalmente desconocido.

Bodega del Pazo de Fefiñans. Foto: Turismo de Galicia.

Antes de marcharme, María José me tiende un regalo: es una red, hecha a mano, que contiene distintos tipos de conchas extraídas de la ría. Ahora, cuando la contemplo colgando en la pared de casa, recuerdo la valentía y dureza de esas mujeres gallegas. Mujeres que aman lo que hacen y que han entregado sus vidas al mar.

a.
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