Madrid de interior: cinco planes para el otoño en la ciudad

Brunch, compras vintage, discos maridados con cafés, una bolera de lujo y una verdadera carbonara son los planes que invitan a soñar, instagramear y aprovechar el otoño en la capital

Cuando Murray Lemon tuvo la ocasión de comprar el local donde trabajaba de camarero no lo dudó. “Empecé con mi antiguo socio (en Pimkoko) y luego lo rebauticé como Ficus”. La historia detrás del nombre tiene que ver con su abuela, a quien estaba muy unido en España, como prueba una foto del final de la barra. Ficus (Calle Santo Tomé, 8) es solo el inicio de una carrera de proyectos constante con la que su propietario promete nuevas aperturas en Madrid.

Responsable de su decoración (gracias al buen ojo y a las reliquias familiares), Murray es el creativo detrás de nueva identidad de este centro de peregrinaje en pleno barrio de las Salesas, cuyo brunch se ha convertido en uno de los más demandados de la ciudad en cuestión de días. “Empezamos la semana pasada y ya tenemos reservado todo el fin de semana”, comenta el joven propietario de origen escocés.

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Aunque centrado en las bebidas y la coctelería, este ‘bar tropical’, como reza su Instagram, ama el buen producto. “Todo es de primera calidad” es el secreto para el éxito de su Pomelo Fizz, uno de los más populares del barrio. También se pueden pedir tablas para compartir con mortadella italiana o y, como novedad otoñal, loa bagels con queso crema y salmón escocés de los que se encarga una pastry chef neoyorkina.

También recomendables son el yogur con granola bio y sirope de agave, el brownie artesano que sustituye a la tradicional repostería de desayuno o la Mimosa como segunda opción del zumo de naranja. Sin duda, es recomendable pasarse por este edén urbano y disfrutar de lo que más apetezca con mucha calma.

Terapia Vintage

Como si del lounge de una maison de Rue Saint Honoré se tratase, Terapia Vintage presume de espacio para los amantes del vintage de calidad y el buen diseño de marca. Inaugurada el pasado mes de julio en pleno barrio de Salamanca (Lagasca, 54), la tienda ‘hermana’ de la extinta Vintalogy de Atocha (que cerró por la pandemia) ya existía dentro de la antigua sucursal como marca en solitario.

Como explica su copropietaria Teresa Castanedo a Tendencias, la clave reside en “separar el género y dar vida propia a cada marca”. Y es que “no es posible mezclar productos de lujo de casas como Chanel o Valentino con la segunda mano más tradicional, donde se venden piezas buenas de marcas como Levi’s o Adidas, porque no logras tener un público fiel. Y, sobre todo, que no se trata del mismo tipo de consumidor”, matiza Castanedo.

Al estar especializados en trabajar con ropa y accesorios de segunda mano previamente, decidieron especializarse y, sobre todo, contar con un material privado, “que viene de proveedoras anónimas y célebres (actrices, cantantes, celebrities) que generalmente tienen un alto nivel de vida social y usan mucha ropa para sus eventos”, desvelan.

Foto: Terapia Vintage
Foto: Terapia Vintage

Las chaquetas y abrigos son un claro protagonista de la temporada (Elena Benarroch, Valentino, Prada, Loewe o Alaïa son solo algunas de las marcas que pueden encontrarse en la tienda) aunque, sin duda, su sección más buscada son “los bolsos, las gafas y los complementos (sobre todo, pañuelos, joyería y bisutería)”, explica Teresa.

Bien sea por la calidad del género, la disposición en tienda y su diseño, o una mezcla de todos los elementos, pisar Terapia Vintage engancha a cualquiera que entre por su puerta. “En Madrid hay pocas tiendas con ese nivel de ropa”, comenta Castanedo. “Y en algunos países, este tipo de tiendas de lujo están en calles principales como es el The Real Real en Madison Avenue, en Nueva York.”

El capuccino de Faraday

Rodrigo Caretti y Michelle Balietti han convertido su sueño en el de muchos: fundar uno de los templos del café en Madrid y, casi sin darse cuenta, crear un espacio de encuentro y descanso de la rutina. Rodeado de galerías y showrooms de diseño, en pleno barrio de las Salesas, Faraday toma su nombre del físico inglés Michael Faraday, quien inspiró a sus propietarios “por su espíritu autodidacta y emprendedor”.

Esta pareja integrada por un madrileño y una porteña fundó Faraday hace tres años, como reflejo de sus pasiones personales. “la música, el diseño, el café… Es a la vez un café, una tienda de discos y una pequeña boutique donde encontrar libros, objetos, antigüedades y accesorios”, explica Michelle, también fotógrafa y ceramista de profesión.

Interior de la planta baja de Faraday situado en la calle San Lucas del barrio de Justicia
Interior de la planta baja de Faraday situado en la calle San Lucas del barrio de Justicia.

Cuando se entra buscando el grano aromático, Faraday trabaja con dos opciones: con origen para espresso y para filtro. “El café es una fruta, por lo tanto, según la región de cultivo, cada origen y variedad tiene su temporada de cosecha, así que a lo largo del año vamos alternando los cafés que ofrecemos. Actualmente estamos sacando un Honduras que está saliendo maravilloso”, comenta la copropietaria.

Hay que aclarar que todos los cafés que sirven en Faraday están tostados en Madrid, de la mano de Toma Café. Pero también el resto de productos están en línea con la filosofía de comercio local y sostenible, como su repostería artesana o la soda de Rudo, elaborada y distribuida en Madrid y cuyas dos variedades (limón y jengibre) se pueden disfrutar mientras suena alguno de los 200 discos que los propietarios de este local tienen en su haber (y que están a la venta).

“Nosotros nos encargamos de todos los detalles de Faraday, desde la música, la selección de mobiliario, los diseñadores con los que colaboramos o la vajilla”, puntualiza Michelle. “También promovemos nuestra música con playlists públicas en nuestro perfil de Spotify y programamos sesiones de Dj en vinilo o pequeños conciertos para ofrecer un plan interesante en las tardes del fin de semana en la ciudad”. Además, este otoño han incorporado Faradio a su carta: una cerveza APA (o American Page Ale) artesana con la que hacer estos momentos un poco más duraderos cuando cae la tarde.

La bolera fetén del Hotel Bless Madrid

Hace algo más de un año y medio que este proyecto del interiorista Lázaro Rosa-Violán causó toda una revolución estilística al reemplazar al extinto Gran Hotel Velazquez. Como ya pasase con su homónimo ibicenco, el Bless no solo presume de una ubicación inmejorable, sino también de una esencia en su diseño que por fin encapsula lo mejor de la capital española.

Así, y huyendo del exceso de “decoración por decoración”, en sus habitaciones se encuentran referencias (si bien renovadas) al estilo madrileño y castellano, cosas heredadas y todo tipo de guiños que (aunque clásicos), en su mezcla, restan seriedad al establecimiento. Unas señas de identidad que no se limitan a la decoración, sino que también se personifican en sus servicios: un spa con tratamientos personalizados en la bañera de la habitación o, para consuelo de muchos, una bolera gourmet.

La pista de la bolera en el espacio Fetén del hotel Bless Madrid
La pista de la bolera en el espacio Fetén del hotel Bless Madrid.

Emulando a los bares y centros de juego clandestinos de América, la bolera se presenta como parte de un espacio exclusivo del Bless Hotel Madrid: Fetén, o como dicen desde el hotel: “la mejor opción para hacerle un pleno a la monotonía”. Además de concebido para una total privacidad (en grupos o parejas), este espacio está pensado para alternar las partidas con sus cócteles y snacks (desde selección de quesos o ibéricos, hasta sándwich rolls o alitas de pollo con mayonesa de soja) para una experiencia completa.

Aunque permanece cerrado hasta noviembre, el resto del hotel sigue ofreciendo una oferta gastronómica inmejorable: Etxeko (literalmente, “estar en casa”) o lo que es lo mismo: la vuelta de Martín Berasategui a la capital, y Picos Pardos Sky Lounge, para brindar por las buenas (y divertidas) costumbres, ahora más necesarias que nunca.

La carbonara de Fellina

Piatto ricco, mi ci ficco! Venir a Fellina es un plan redondo para despedir el día perfecto (o aliñar cualquier otro). Su carbonara es uno de los platos estrella en su carta, además de la favorita de Esteban Arnaiz, su propietario (quien también está al frente de todo el grupo Le Cocó).

Enamorado de Italia y frecuente viajero gastronómico a este país, Arnaiz abrió hace tres años este local (Calle de Caracas, 21) como tributo a su amor por la cucina italiana. “Me apasiona toda Italia, pero creo que la de Fellina es una cocina más divertida y próxima a la nuestra”, confiesa.

Vista general del salón principal en la planta superior de Fellina. Foto Le Coco.
Vista general del salón principal en la planta superior de Fellina. Foto: Le Coco.

Esto se traduce, en primer lugar, en una decoración (a cargo del estudio Madrid In Love) sencilla pero que consigue aunar el espíritu de la caótica Nápoles, la bella Sicilia o la modesta Bolonia con las tradicionales servilletas de cuadros y vasos de colores, las cestas de mimbre con productos de la huerta italiana o los ajos napolitanos que decoran la barras del local.

Dividido en dos plantas, Fellina se distribuye entre la sala del restaurante en el primer piso y la terraza (con posibilidad de cubrirse a modo de invernadero) en la planta baja, donde antes se ubicaba un antiguo paso de caballerizas. Así, la madera en su acabado más rústico encuentra un complemento perfecto en las paredes de ladrillo visto a juegos con unos níveos azulejos, que realzan la iluminación de la sala y la terraza, coronada por un particular jardín colgante.

Tampoco es de extrañar que encontremos productos de denominación de origen como el Parmesano (“nada de grana padanno”, tercia), el vitello del carpaccio en los antipasti o la receta perfecta de los cannoncini sicilianos.

Fellina. Foto Le Coco
Fellina. Foto: Le Coco.

En Fellina hay una oferta casi tan amplia como la de la cocina italiana de verdad: antipasti, carne, pescado, risottos… Pero si hay algo que no hay que dejar de probar es la pasta fresca (larga o rellena) y la pizza, con la novedad de que la última es frita (“como una calzone, pero frita en vez de al horno”, aclaran). De entre las primeras, destaca, además de su famosa carbonara (terminada en la mesa), los pappardelle al ragú o los tortelloni rosa con foie de oca y trufa.

Arnaiz, que también es sumiller, selecciona personalmente los vinos de carta en cada temporada, por lo que resulta casi imposible no sucumbir a un blanco para un aperitivo o un tinto perfecto para acompañar una pasta igual de perfecta, como unos spaghetti al tartufo con parmesano y huevo poché. La excusa perfecta para dejarse transportar a la más deliciosa Italia y llevarse un poquito de felicidad al paladar.

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