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La meca del bacalao está en Lisboa
Lisboa inaugura un museo dedicado a la historia de la pesca del bacalao, donde se pueden degustar diversas presentaciones de este manjar
Si se visita Lisboa hay que probar el bacalao. Sin dudarlo. La tradición lusitana en torno a esta especie va más allá de la experiencia gastronómica, es parte de su historia y de su evolución como pueblo marinero, que llevó a sus pescadores a alejarse por las agitadas aguas del Atlántico Norte hacia lo desconocido, hasta llegar a las costas de Canadá.
El nuevo museo
Para conocer mejor la historia, y de paso probar nuevas creaciones elaboradas con el famoso pescado se puede visitar el flamante Centro de interpretación de la historia del bacalao, que abrió sus puertas en la Plaza del Comercio, en pleno centro histórico de Lisboa.
El primer piso del museo está dedicado a la historia de la pesca del bacalao y el segundo se centra en la faceta gastronómica
En los dos pisos del nuevo centro se pueden conocer cómo la explotación pesquera de del bacalao impulsó a los navegantes a buscar nuevos rumbos, a bordo de las pequeñas embarcaciones conocidas como dóris que sorteaban marejadas y días de calma chicha para buscar los caladeros más rendidores en el océano.
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La historia portuguesa en torno al bacalao
La primera planta está dedicada al mar y su historia, y la segunda se concentra en la faceta gastronómica del bacalao.
La pesca de este animal se relaciona con el posible descubrimiento de la isla canadiense de Terranova, desde que el explorador portugués João Vaz Corte-Real llegó a unas tierras que bautizó como Tierra Nueva del Bacalao en 1472.
En la sala A Saga se detalla cómo era la pesca en el Atlántico Norte y de qué manera se realizaba en paralelo a los viajes de exploración del Nuevo Mundo entre los siglos XVI y XVII.
Allí se pueden ver diversos objetos de la colección del Museo Marítimo de Ílhavo, que se utilizaban en esta actividad.
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Sentir la furia del Atlántico
Para conocer más en profundidad cómo era la dura vida en alta mar, durante meses de navegando y faneando, hay que pasar por la sala O Adeus, donde gracias a tecnologías interactivas se puede sentir la soledad de los marineros en la fragilidad de las dóris, agitadas por las olas como si fueran canicas en manos gigantescas.
Durante la Segunda Guerra los barcos se pintaron de blanco para evitar ser hundidos por error por barcos o submarinos
Un apartado interesante es la historia de la Frota Blanca: durante la Segunda Guerra Mundial, gracias a la neutralidad de Portugal los barcos pesqueros podían lanzarse a los caladeros. Pero eran viajes llenos de riesgos, expuestos a ser blanco de cañones y torpedos por error.
Para evitar fatídicas confusiones las barcas se pintaron de blanco y pudieron sortear el peligro, según se escucha de los testimonios de marineros.
La pesca también fue una herramienta de manipulación, como se ve en la sección Propaganda, que muestra cómo la dictadura del Nuevo Estado (1933-1974) difundía la pesca y el consumo de bacalao con objetivos políticos.
Degustar el bacalao
Cuando se sube a la primera planta es posible participar de una cata virtual para conocer cómo este pescado influyó en la gastronomía portuguesa, y se expandió a su cultura y sociología.
En Bacalahau 20.20 se exploran las nuevas tendencias culinarias con su carne y las novedades en torno a la pesca sostenible y el futuro de la actividad.
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También hay varias experiencias interactivas como el desafío de crear nuevas recetas con este producto, fotografiarse en las tradicionales embarcaciones o sentir la textura de la carne de este pescado.
La pasión por el mar
Como en todo museo, en la tienda de recuerdos se puede comprar diferentes preparaciones de empresas especializadas en el bacalao de Islandia y Noruega.
La experiencia gastronómica sigue a nivel de calle, porque el museo ocupa el espacio Torreão Nascente do Terreiro do Paço, en que se pueden comprar cortes de este pescado y probar diferentes bocadillos.
Y a un lado está el restaurante Terra Nova, un local gastronómico cuyo menú gira, obviamente, en torno al bacalao. Una comida ahí es la mejor manera de comprender por qué el pueblo portugués consume el 20% de todas las capturas de este pescado en el mundo.