La huella judía en Madrid

Madrid tiene un pasado judío que no se ve, se imagina. La presencia hebrea en la villa madrileña se interrumpió entre 1492 y mediados del siglo XIX. Buceamos en sus vestigios

Restos de la muralla de Madrid. Foto: Felipe Hernández.

Restos de la muralla de Madrid. Foto: Felipe Hernández.

Los judíos no sólo son víctimas. Las persecuciones y exterminios que han sufrido a lo largo de la historia han hecho que se empatice con ellos, empatía que se diluye con el conflicto eterno que mantienen con los palestinos. Con los árabes de los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Jordania y Egipto existen acuerdos de paz. La presencia judía despierta curiosidad y perpetúa la lucha contra los estereotipos hebreos allá donde se instalan y hacen comunidad.

En Madrid son pocas familias, la mayoría son judíos sefardíes, procedentes de Tánger y Tetuán (Marruecos), frente a un puñado de judíos askenazíes, procedentes de Europa del este, y apenas hay hitos hebreos a los que acercarse, lo que alimenta el desconocimiento acerca del mundo judío. Un pueblo resiliente, que está fuera y se acerca a su tierra.

Historia en vez monumentos

“Más que lugares que visitar, lo que hay es documentación relativa a la presencia judía en Madrid”, dice Ziva Freidkes-Szeinuk, responsable de la empresa Sefarad Connection que organiza recorridos turísticos que descubren la huella hebrea en España y Portugal.

En Madrid los judíos vivieron mezclados con el resto de la población hasta 1480, año en el que se promulgó el edicto de apartamiento. A partir de ese momento se vieron obligados a vivir dentro de una judería. Este barrio cerrado estaba junto a la catedral de la Almudena y el palacio Real, pegado a la muralla árabe.

Candelabro judío de siete brazos (Menorah), en la sinagoga de Madrid. Foto Gustavo Cuevas EFE
Candelabro judío de siete brazos en la sinagoga de Madrid. Foto: Gustavo Cuevas | EFE.

Una vez los cristianos reconquistaron Madrid en el siglo XI ampliaron el recinto amurallado. Por uno de sus accesos, la puerta de Valnadú, tuvo lugar uno de los mayores ataques sufridos por la judería madrileña. Episodio que recoge uno de los grabados que decoran los faroles de la plaza Mayor. En otro farol un grabado representa los autos de fe o ajusticiamientos contra los conversos que se celebraron en esta misma plaza a partir de 1492, cuando los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos de sus dominios. Relieves que narran de manera sintética cómo fue el medievo para los judíos.

En el Museo del Prado se puede ver Auto de Fe en la plaza Mayor de Madrid, una obra de Francisco Rizi a la que no le falta detalle de cómo se organizaba lo que para la Inquisición era una fiesta. De aquella institución, en funcionamiento hasta 1820 -lo que provoca escalofríos entre los judíos que visitan Madrid-, se conserva y se puede visitar un calabozo en la calle de la Cabeza 1.

En la zona de Arturo Soria de la capital reside parte de la comunidad judía madrileña; allí hay una sinagoga, una guardería y una escuela para estudiantes de la Torá

Hoy las cosas han cambiado y en la vecina plaza de la Villa los judíos celebran Januca, la fiesta de las luminarias, en diciembre, en la que se prende el menoráh, candelabro de nueve brazos durante una semana. En esta festividad se conmemora la recuperación por parte de los judíos del templo de Jerusalén de los griegos, en siglo II a. C. Se trata del primer y único acto público abierto a toda la ciudadanía de Madrid que tiene un carácter judío.

La vida judía y la comida van de la mano

Septiembre es el mes festivo por excelencia en el calendario hebreo. Que se lo digan a Katia Gozlan, propietaria de Gourmet Kosher, un supermercado y catering que abastece de la comida que no puede faltar en casi todas las fiestas judías, excepto en el Día del Perdón, Yom Kipur, en el que se ayuna durante 27 horas. También provee a una de las salas vip del aeropuerto Madrid-Barajas.

La cocina sefardí. Foto Felipe Hernández.
La cocina sefardí. Foto Felipe Hernández.

El negocio se encuentra en la calle Añastro 9, una tranquila zona residencial en Arturo Soria en la que vive una parte de la comunidad judía madrileña y en la que hay una sinagoga, una guardería y una escuela para estudiantes de la Torá. Su clientela es judía principalmente, incluida la célebre cocinera Ana Bensadon (autora de dos libros de cocina, Recetas endiamantadas, publicado por Nagrela Editores, y Dulce lo vivas, publicado por Planeta), y gente no judía cuya confianza y paladar se gana la simpática Katia.

Esta mujer letona de Riga vende productos gastronómicos kosher, un proceso de elaboración realizado por especialistas formados bajo la supervisión de un rabino y reglas judías en torno a la comida. Los no judíos sí conocen los platos típicos israelíes -humus, falafel- pero no saben lo que es el kosher, dice Katia mientras envasa un entrecot tras otro.

«Los no judíos conocen platos típicos israelíes -humus, falafel- pero no saben lo que es el ‘kosher'»

Katia Gozlan

¿Y qué es? Cuando se sacrifican vacas, corderos o pollos (no comen cerdo), se hace de manera que no sufran, se comprueba que sus órganos no hayan estado enfermos, la carne se limpia escrupulosamente de venas, nervios, grasas y sangre y la pieza se introduce en agua y sal. Los productos cárnicos y los lácteos no se pueden mezclar, tienen que transcurrir seis horas entre la ingesta de uno y otro, tampoco se pueden cocinar con los mismos utensilios, ni almacenar en el mismo espacio. En el caso del pescado es más sencillo, los pescados con escamas son kosher, los que no las tienen no lo son. Como no pueden comer marisco, Katia vende unas falsas gambas de pescado blanco, me las enseña y se ríe.

Los judíos que no comen comida kosher, entre otros comensales, pueden ir al restaurante Gaudium Chamberí (calle de Santa Feliciana 14). Su propietario y cocinero, Juan Carlos Peña, es un amante de las formas y modos de cocinar de la cocina ancestral, la de las abuelas de las abuelas de nuestras abuelas.

Las recetas antiguas, la paciencia del pasado y el respeto que había antes a cada uno de los pasos que requieren las recetas le apasionan. Sentado a la mesa de su casa, acompañado por Ziva, quien antes de la pandemia por la COVID-19 solía traer aquí a sus grupos de turistas judíos y no judíos a comer, Juan Carlos me cuenta que la cocina sefardí es la española del siglo XVI, mezclada con toda la de la cuenca mediterránea. Antes de sacar platos para mostrarme lo que dice, me enseña dos libros que consulta y le ilustran: La cocina sefardí y Cocina judía.

Gaudiaum Restaurante. Foto Felipe Hernández.
Gaudiaum Restaurante. Foto Felipe Hernández.

De sus lecturas elabora menús como el que me da a probar: varios tipos de humus; de garbanzo, guisante y alubia roja. Un bosque de coliflor, inspirado en el cocinero israelí Ottolenghi, quien tiene un restaurante en Londres, Nopi, y un libro, Jerusalén, en el que recopila recetas de las casas de esa ciudad hebrea. Berenjena estofada aromatizada con una lima por dentro. Pollo al limón, la alita del pollo deshuesada y rellena de aceituna negra. Salmón con salsa de hinojo y un atún con escabeche de agua de rosas. Al tiempo que como me cuenta que la cocina a baja temperatura no es un invento de hoy. Los judíos en Shabat comen, pero no pueden cocinar porque se considera trabajo. Cocinan desde el día anterior a fuego lento para que la comida esté caliente el sábado.

Shabat

Katia no abre Gourmet Kosher ni el viernes por la tarde ni el sábado; ese día su familia y ella celebran el Shabat,  fiesta judía de la que dice que “el que la prueba se hace judío”. Es una tradición que los judíos conservan y celebran fielmente todos los sábados, aunque la misma arranca cuando aparece la primera estrella en la noche del viernes.

El sábado, Shabat, no se puede hacer nada, salvo comer y disfrutar de este día que los judíos volvieron a celebrar en España a mediados del siglo XIX

La comida del Shabat varía en función de la procedencia de la familia. Los judíos sefardíes preparan cuscús de cordero o pollo, tajines, etc., y los judíos askenazíes preparan sopas de bolas matzá, rosbif, cordero o pollo asado, tzimmes de zanahorias y patatas, etc. El plato por excelencia del Shabat es la adafina para los sefardíes y el cholent para los askenazíes, una especie de cocido que se elabora a fuego lento durante veinticuatro horas, desde el viernes. El sábado no se puede hacer nada, salvo comer y disfrutar de este día que los judíos volvieron a celebrar en España a mediados del siglo XIX.  

Judíos de vuelta a España

Los judíos que regresaron a España lo hicieron procedentes de Europa oriental, antes de que se derogase el edicto de su expulsión, casi quinientos años después de que fuera promulgado. Algo muy impactante para la comunidad judía, me dice Ziva, de camino a una nueva parada en su recorrido.

Placa conmemorativa de la primera sinagoga tras la expulsión. Foto Felipe Hernández.
Placa conmemorativa de la primera sinagoga tras la expulsión. Foto Felipe Hernández.

Con el estallido de la I Guerra Mundial muchos refugiados judíos se instalaron temporalmente en Madrid, entre ellos el líder sionista Max Nordau y el profesor de hebreo en la UCM Abraham S. Yahuda. Los dos impulsaron la creación de la comunidad judía en Madrid.

En 1917 se inauguró la primera sinagoga de Madrid y centro de estudios después de la expulsión de los judíos en 1492. Estaba en la calle Príncipe 5. Hoy es un edificio de oficinas y una placa conmemorativa es lo único que queda de ella.

El 20 de noviembre de 1924 el dictador Miguel Primo de Rivera publicó un Real Decreto que decía que las personas que tenían un amor especial hacia España podían regresar al país y obtener la nacionalidad española; aunque no nombra a los judíos sefardíes, se refiere a ellos. Eran españoles que tuvieron que irse o convertirse.

Los que se fueron lo hicieron hablando español, conservando también el resto de la cultura española. Ladino es la lengua que hablan los judíos sefardíes que lo saben y mantienen, es como el español del siglo XV. Cinco siglos fuera de España que no se han notado. El decreto se usó más durante la II Guerra Mundial por parte de diplomáticos españoles para salvar a judíos de ser enviados a los campos de concentración y exterminio.

Muy discreta, la sinagoga madrileña de la calle Balmes pasa desapercibida. Le delata una cabaña de paja que hay en la azotea, instalada para celebrar Sucot

La sinagoga de la calle Balmes

La Guerra Civil Española hizo que la comunidad judía de Madrid se disolviese y su sinagoga se cerrase. Hasta 1947. Ese año los judíos se vuelven a juntar y refundan la sinagoga en otro lugar, en silencio. Los judíos han aprendido a rezar donde sea a lo largo de su nómada historia.

Hasta 1967 no hay una ley que ampare la libertad de culto. Un par de años antes se inaugura el Colegio Ibn Gabirol y se inicia la construcción del centro comunal de la calle Balmes, que alberga la sinagoga Beth Yaacov (Para poder entrar a la sinagoga hace falta una autorización previa o que algún miembro de la comunidad te invite. Todo es cuestión de seguridad). Una construcción que no es ni espectacular, ni monumental, en comparación, por ejemplo, con la sinagoga de Budapest.

Sinagoga calle Balmes. Foto Felipe Hernández.
Sinagoga calle Balmes. Foto Felipe Hernández.

La sinagoga madrileña pasa desapercibida en la calle en la que se encuentra rodeada de edificios de viviendas particulares. Le delata una cabaña de paja que hay en la azotea, instalada para celebrar Sucot, la fiesta que recuerda la marcha del pueblo judío al escapar de Egipto y atravesar el desierto del Sinaí. Durante este éxodo los judíos descansaban en cabañas improvisadas, de ahí el nombre de la festividad.

También se festejan la vendimia y la cosecha. Para los judíos es muy importante la tierra en la que han echado raíces. Una vez dentro, María Royo, directora de comunicación de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE), hace de cicerone. Primero me enseña el pequeño museo de la historia de la comunidad judía en Madrid: rollos de la Torá y los objetos o cajas en los que se guardan, que son piezas de artesanía; una gran silla en la que se practicaban circuncisiones; fotografías; y la portada del ABC de 1931 que se hace eco de la primera boda judía celebrada en Madrid desde 1492.

Después me lleva al espacio dedicado al culto, la sinagoga. Antes de entrar hay una zona en la que los asistentes se pueden proveer de libros y mantos de oraciones y de kipot. A diferencia de otras religiones, cualquier fiel puede conducir el rezo, no hace falta que lo haga el rabino. Las mujeres rezan en una tribuna superior, separadas de los hombres, algunos de los cuales tienen sus nombres escritos en las sillas.

Objetos para el culto en la Sinagoga de Madrid. Foto: Felipe Hernández.
Objetos para el culto en la Sinagoga de Madrid. Foto: Felipe Hernández.

El Centro Sefarad-Israel

A diferencia de la sinagoga de la calle Balmes, el acceso al Centro Sefarad-Israel (calle Mayor 69) es libre. Esta institución ocupa parte del palacio de Cañete desde el año 2011, aunque el centro funciona desde 2006. El propósito del mismo es organizar actividades para tender puentes entre España y el mundo judío e Israel. Es un centro vivo, no un museo, con exposiciones que van rotando.

El Centro Sefarad-Israel organiza actividades gratuitas online sobre la huella judía en el mundo del arte, el desarrollo tecnológico de Israel o el vínculo entre el jazz y el mundo judío

Israel Doncel Martín, su responsable de comunicación, me cuenta que ahora mismo, por la pandemia, hacen de media cuatro actividades a la semana online y gratis, como por ejemplo, la presencia de la huella judía en obras de arte, muchas de ellas en el Museo del Prado; la importancia que tiene el desarrollo tecnológico en Israel; o el vínculo entre el jazz y el mundo judío. Actividades muy atractivas y muchas de ellas ajenas al tema que parece monopolizar todo el interés del público, el Holocausto.

El 27 de enero de 1945 fue el día que se liberó a los presos del campo de concentración y exterminio de Auschwitz, por ese motivo el Centro Sefarad-Israel en enero se centra en ese hito de la historia judía y del mundo, y en el monumento a las víctimas del Holocausto en el Juan Carlos I (en las proximidades del Jardín de las Tres Culturas, símbolo de la convivencia en España de las civilizaciones hebrea, cristiana y musulmana, junto al Vergel de los Granados o Jardín Judío) se celebra un acto en su honor, pero en abril, según el calendario judío. Este monumento, obra de Samuel Nahón, un escultor judío sefardí, representa unas desmontadas vías de tren que dan a parar a una estrella de David que se pliega y se prepara para ascender al cielo.

Monumento en memoria del Holocausto en el Parque Juan Carlos I. Foto Felipe Nombela | EFE.
Monumento en memoria del Holocausto en el Parque Juan Carlos I. Foto Felipe Nombela | EFE.

Al cielo apuntan los rascacielos de la querida Manhattan de Woody Allen. Los personajes de sus películas, muchos interpretados por él mismo, hablan y caminan tanto que podrían cubrir la distancia que en la antigüedad se creía que había entre Jerusalén y el extremo del mundo conocido, el lugar más alejado de ella, la península Ibérica. Hoy esa distancia no es tal y los judíos que se han instalado en Madrid viven, a lo mejor, con menos contradicciones con sus ideas de lo que lo harían en Israel.

a.
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