La controvertida relación de Joyce con Dublín o qué es la ‘Batalla de los Huesos’

Cuando se cumplen 80 años de la muerte de James Joyce, Irlanda reivindica el legado de un escritor que mantuvo una relación de amor-odio con su ciudad natal

Tumba de Joyce en Zúrich FotoEscultura en la tumba de Joyce en Zúrich. Foto: Steffen Schmidt | EFE | EPA.

Cada 16 de junio desde 1954 las calles de Dublín se llenan de seguidores de James Joyce y su Ulises celebrando el Bloomsday. Un día que el escritor escogió como marco de las aventuras de su protagonista, Leopold Bloom, y que sus seguidores aprovechan, ataviados de época, para seguir sus pasos a través de la capital irlandesa, comer los mismos platos -como el mítico sándwich de queso gorgonzola con un vaso de vino en el pub Davy Byrnes- o asistir a lecturas de la obra.

Irlanda presume de ser la tierra con mayor número de escritores de renombre por metro cuadrado, entre ellos, cuatro premios Nobel y autores como William Butler Yeats, Oscar Wilde, Seamus Heaney y, por supuesto, también Joyce. Sin embargo, la relación que el autor mantuvo con su ciudad natal -protagonista del citado Ulises, pero también de Retrato del artista adolescente, Finnegans Wake o Dublineses- no fue tan idílica.

Cuando se cumplen 80 años de su muerte resurgen las voces que piden a Suiza devolver su cuerpo a Dublín, un contencioso bautizado como la “batalla de los huesos”.

Enterrado en Zúrich

James Augustine Aloysius Joyce murió el 13 de enero de 1941 en Zúrich en cuyo cementerio de Fluntern está enterrado, junto a su esposa Nora y su hijo Giorgio. Había nacido 58 años antes, el 2 de febrero de 1882 en Dublín, aunque vivió la mayor parte de su vida fuera de Irlanda. En Zúrich residió entre 1915 y 1920 y, tras instalarse en París, volvió en varias ocasiones a la ciudad, donde se trasladó a finales de 1940. Moriría solo 27 días después.

El pub Davy Byrne es un clásico del Bloomsday. Foto: Bloomsday Festival.

Sin embargo, Dublín siempre inspiró sus escritos, aunque de su sociedad ultracatólica le llegaron algunas de las críticas más feroces. En el caso del Ulises, publicado en 1922, no empezó a comercializarse ampliamente hasta la década de los 60 del siglo XX, debido a la trabas impuestas por las autoridades. La Iglesia lo tachó de “obsceno” y “anti-irlandés”. Aún hoy hay quien dice que Joyce es uno de los escritores más celebrados… pero menos leídos en Irlanda.

‘La Batalla de los Huesos’

Entre los esfuerzos más activos para repatriar los restos de Joyce destaca la iniciativa de dos concejales del Ayuntamiento dublinés, el democristiano Paddy McCartan y el laborista Demot Lacy que en 2019 que aludía a unos supuestos últimos deseos del escritor y su esposa, que le sobrevivió 10 años. Llegaron a promover una moción en este sentido.

No falta quien dice que Joyce es uno de los escritores más celebrados… pero menos leídos en Irlanda

El académico y director de la Fundación James Joyce de Zúrich, Fritz Senn, por su parte, recuerda que el autor nunca quiso adquirir la nacionalidad irlandesa cuando se creó el Estado Libre irlandés en 1922, tras la independencia del Reino Unido. De hecho, llegó a rechazar hasta en dos ocasiones el pasaporte, según sus biógrafos, y murió siendo británico.

Aunque reconoce que no está claro cuáles fueron los últimos deseos de Joyce al respecto, Senn ha señalado que este asunto, que bautizó con humor como la ‘Batalla de los Huesos’, plantea otras dificultades. Por ejemplo, que junto a las tumbas de Joyce, Nora y Giorgio también está enterrada la segunda esposa de éste último, Asta Osterwalder, sin relación alguna con Irlanda.

Escultura de Joyce en Dublín. Foto: Turismo de Irlanda.

Tampoco ve con buenos ojos la salida de los restos del escritor: “La ciudad está muy orgullosa de tener esta tumba. Es una reacción normal. Zúrich fue el último refugio de Joyce”, ha declarado.

Giro de guión

Así las cosas, los suizos llevan ventaja en la ‘Batalla de los Huesos’, especialmente tras el abandono de los dos concejales dublineses que, en declaraciones a EFE argumentaron que “se trató de un error por nuestra parte”.

Según Dermot Lacy y en un giro de guion inesperado que tiene algo de surrealista, propio del mismísimo Joyce en, por ejemplo, Finnegans Wake, “Alguien cercano a la familia del escritor nos llevó a creer que entre sus últimas voluntades figuraba el deseo de regresar a Irlanda junto a Nora Barnacles”.

Dos concejales del Ayuntamiento de Dublín que promovieron una moción para repatriar los restos de Joyce han abandonado la idea

Pero después, continúa, “Constatamos que no era así. Una persona de nuestra circunscripción, que no voy a nombrar, se había puesto en contacto con nosotros para plantear la cuestión. Cuando presentamos el proyecto, esa misma persona nos criticó después públicamente y, tras obtener más información, lo dejamos estar».

No se rinden del todo: “aún existe división al respecto”, argumenta Lacy, pues “diferentes expertos sostienen que fue Nora quien declaró que su marido quería ser enterrado aquí”, con sus parientes dublineses.

Tumba de JamesJoyce en Zúrich. Foto: Steffen Schmidt | EFE | EPA.

Joyce y Dublín

En ambientes culturales irlandeses se han criticado estos intentos acometidos por las autoridades para capitalizar la figura de Joyce, tildados de «oportunistas y mercantilistas» por un editorial del diario Irish Times.

Lo cierto es que la relación de Joyce con su país en general y con Dublín en particular fue tormentosa. La abandonó en 1904 y en 1912 la pisó por última vez. Su vida se repartió entre Triestre, París y Zúrich.

Tampoco, como decíamos, fue siempre profeta en su tierra. Un ensayo de Jessica Traynor, comisaria del Museo de la Inmigración Irlandesa, recuerda que Joyce «condenaba el pietismo y conservadurismo de la sociedad irlandesa», así como su «nacionalismo ciego».

Pero nunca la olvidó. Según esta misma autora “mantuvo un compromiso espiritual y artístico” con ella hasta el final de su vida hasta el punto que, cuando vivió en París, “su pasatiempo favorito era buscar turistas” dublineses para que le recordaran los nombres de tiendas y pubs de sus calles favoritas.

Foto: Bloomsday Festival.

“Lo que pasa con Joyce es que siempre amó el Dublín de su juventud, incluso cuando los británicos estaban al mando, y realmente nunca estuvo cómodo con la nueva Irlanda que emergió después” explica por su parte Gordon Bowker, autor de una biografía de Joyce publicada en 2011.

Cuando murió en 1941, según datos de EFE, los dos diplomáticos irlandeses radicados en Suiza no asistieron a su funeral. El Ministerio de Exteriores, sin embargo, les pidió que enviaran por cable “detalles de la muerte de Joyce” y, a ser posible, que averiguaran si “murió como católico”.

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