Islandia: diez días en coche entre charranes árticos y ovejas

A pesar del aluvión de turistas, todavía es posible recorrer Islandia en verano por carreteras desiertas y pueblos con un solo hostal

Islandia suele provocar reacciones de asombro y ojos como platos a los recién llegados. Es normal: en una superficie algo mayor que Castilla y León el viajero encuentra una amplia colección de postales deliciosas. Volcanes, glaciares, campos de lava, acantilados repletos de aves, fiordos imposibles, valles rodeados de abruptas montañas nevadas o interminables playas de arena negra salpican el mapa islandés. Todo ello en un país minúsculo en cuanto a población en el que sigue siendo común conducir kilómetros y kilómetros sin encontrarse con un alma humana. Ovejas, sí, todas las que el viajero quiera.

Eso de conducir en solitario puede sonar contradictorio con el boom turístico en el que está inmerso desde hace un lustro el país nórdico. No necesariamente. Todo depende de la ruta y los lugares escogidos. Mientras los alrededores de Reykjavik y el sur de la isla comienzan a tomar tintes de parque temático volcánico, el resto de sus regiones siguen albergando rincones aislados y maravillas naturales de las que disfrutar en paz y silencio. Aquí algunas ideas para emprender este tipo de viaje en los meses de verano.

Al centro de la Tierra desde el Snaefell

Resulta sorprendente cómo los viajes organizados de los touroperadores todavía no han llegado en masa hasta la península de Snaefellsnes, ubicada a apenas dos horas en coche desde la capital del país. Este brazo de tierra que se clava en el Atlántico Norte comprime, en un territorio muy pequeño, buena parte de los paisajes que han hecho famosa a Islandia. La estrella y referencia de la península es el glaciar Snaefellsjökull, casi en el extremo de la misma, y el lugar donde Julio Verne ambientó parte de su Viaje al centro de la Tierra.

Entrando por el sur de la península, desde Reykjavik, la carretera recorre amplias praderas verdes trufadas de caballos y granjas. Justo antes de llegar a la altura del majestuoso volcán Snaefell aparecen dos pueblitos, Arnatstrapi y Hellnar, conectados por un sendero que discurre entre fantásticas formaciones de roca y lava. El camino acaba, ya en Hellnar, en una cueva natural al pie del océano donde centenares de pájaros anidan y chillan de manera estruendosa.

El entorno del Snaefellsjökull es hoy una reserva nacional con diversas playas de arena negra -y alguna dorada (Skardsvik)- además de acantilados donde en los meses de verano revolotean frailecillos y otras especies. Ya en tierra, es fácil cruzarse en la carretera con algún zorro ártico, el único mamífero nativo de la isla. En la parte norte de la península están sus principales pueblos: entre Grundarfjördur y Stykkishólmur la carretera serpentea entre pequeños fiordos, montañas surgidas de la nada y, de nuevo, campos de lava fruto de antiguas erupciones volcánicas en la zona. Stykkishólmur, en un saliente de tierra que se asoma al enorme Breidafjördur, es la mejor base para explorar la zona.

Los fiordos del fin del mundo

La siguiente región ineludible para un viaje completo por Islandia son los Fiordos del Oeste. Se trata probablemente de la zona más aislada del país –obviando las Tierras Altas, en pleno centro de la isla–: hasta allí no llega la Hringvegur o carretera 1, que da la vuelta a Islandia, y muchas de sus carreteras están cortadas en invierno por la nieve. Desde Stykkishólmur se puede coger un ferry hasta el sur de esta región; aunque llegar en coche, entre zigzagueantes caminos a veces no asfaltados, da una idea precisa de por qué un lugar tan increíble recibe tan pocos visitantes extranjeros.

Un charrán ártico protege sus nidos, en Islandia. / Paula Arandia

Patreksfjördur, Talknafjördur, Bildudalur y Pingeyri aparecen en el mapa como las primeras cuatro poblaciones de la zona. Cada una de ellas, aunque minúsculas, pueden presumir de contar con su propio fiordo. En Bildudalur, la más diminuta, una línea de casas con un hostal, un restaurante y un puerto entremezclados saludan las tranquilas aguas del fiordo, justo debajo de imponentes montañas aun pintadas con restos de nieve durante el corto verano islandés. En esta zona abundan las piscinas naturales de agua caliente, algunas en el borde mismo de la carretera. O los gritones charranes árticos, que no se andan con tonterías a la hora de proteger sus huevos y dejar claro que ellos mandan aquí. También un innumerable número de cascadas, entre las que destaca la majestuosa Dynjandi.

Conduciendo hacia el norte, y tras pasar un rocambolesco túnel de una sola dirección, aparece Isafjördur, la capital de esta región (2.600 vecinos). Las coloridas casas del siglo XIX invitan a preguntarse cómo sería la vida y, sobre todo, los inviernos en este lugar tan alejado de todo cien o doscientos años atrás. Entonces, mucho más que ahora, la pesca suponía el único modo de subsistencia y la incomunicación con el resto del mundo se presentaba como un invitado frecuente.

Siguiendo la misma carretera, ya en dirección este, se suceden uno tras otro más y más fiordos. En Hvítanes, uno de los extremos peninsulares, acostumbran a espatarrarse un gran número de focas, visibles desde la carretera. En estas lenguas de mar también es posible ver desde tierra firme ballenas que entran y salen del agua, encantadas ante las vistas que las rodean. El siguiente punto de avituallamiento (ojo con la gasolina y los víveres en esta zona del país) es Hólmavik, en el extremo sureste de los fiordos occidentales. Y punto de conexión natural con la carretera 1 y el resto de regiones de Islandia.

Las ballenas nadan al borde del Círculo Polar Ártico

A pesar de ser la segunda ciudad del país por importancia, Akureyri recibe muy pocos visitantes si se compara a Reykjavik. Aun así, es el principal foco de actividad del norte y quizás el único entorno realmente urbano en toda Islandia fuera de la capital. Conocida por sus semáforos en forma de corazón o su festival de deportes de invierno, Akureyri está emplazada al final de un larguísimo fiordo. Las montañas que la rodean hacen realmente espectacular tanto la entrada como la salida de la ciudad por la carretera principal.

A menos de una hora se encuentra Húsavik, el mejor lugar de Islandia para subirse a un barco y ver ballenas en altamar. En este gracioso pueblo casi todo gira en torno a una actividad que no ha parado de crecer en los últimos años. A diferencia de Reykjavik aquí los barcos para observar a los cetáceos son más pequeños y por tanto el acercamiento a estos animales todavía más increíble. Las ballenas nadan tranquilas a apenas unos kilómetros del Círculo Polar Ártico: justo en este paralelo se encuentra la isla de Grimsey, el punto más septentrional de Islandia, que se puede visitar embarcando en el pueblo de Dalvik.  

Cascada de Dettifoss, en Islandia. / Paula Arandia

Muy cerca de Húsavik está el lago Myvatn, un enclave lleno de paisajes asombrosos fruto de la actividad volcánica de la zona. Los pseudo-cráteres y extrañas formaciones de lava salpican el entorno del lago. Un poco más allá, pasados los baños naturales de Myvatn –una alternativa a la masificada Laguna Azul cerca de Reykjavik-, se encuentra Hverir. Este lugar mágico concentra múltiples fumarolas, calderas de lodo burbujeante y depósitos de minerales en un paraje lunar. Parecería, realmente, que en cualquier instante aquello pudiese explotar.

Siguiendo por la carretera principal y cogiendo un desvío asfaltado se llega a Dettifoss, una de las grandes cascadas del país y la más caudalosa de Europa. Al norte de Detiffoss, en el curso del río Jökulsá á Fjöllum, se halla la reserva natural de Jökulsárgljúfur, una joya desconocida para el gran público y en la que deslumbra la garganta de Ásbyrgi.

Llegando a Islandia en ferry desde Dinarmarca

Entre Myvatn y Egilsstadir, principal población del este de Islandia, la carretera atraviesa una nueva colección de paisajes inhóspitos. Primero rocas y campos de lava; luego laderas verdes y abruptas montañas. Al pie de Egilsstadir se encuentra el lago Lagarfljót, uno de los más grandes de Islandia e hijo de las aguas que provienen del glaciar Vatnajökull, la enorme masa de hielo que domina toda la parte sur del país. En torno a Lagarfljót crecen amplios bosques de una frondosidad nada habitual en la isla, alguna cascada y complejos agrícolas que, en algunos casos, ofrecen comida y alojamiento. 

Aunque son muchos los fiordos del este de Islandia, Seydisfjördur destaca por su belleza y por ser el punto de llegada del ferry que conecta al país por barco con Dinamarca y las Islas Feroe. Varias veces por semana (en verano) este precioso pueblo se activa para recibir a los visitantes que llegan por vía marítima. La carretera por la que se sale o se llega a esta pequeña población, famosa también por acoger a muchos artistas nacionales e internacionales, serpentea hasta alcanzar el fin del fiordo. Desde Seydisfjördur se llega a Skálanes, una zona protegida repleta de aves. 

Vista de Seydisfjördur, en el este de Islandia. / Paula Arandia

La ruta sigue hacia al sur desde Egilsstadir, con algunos tramos sin asfaltar, hasta encontrarse de nuevo con el océano Atlántico. Los últimos fiordos del Este destacan también por sus diminutas poblaciones (Breidalsvik, Djúpivogur) y por sus paisajes verdaramente increíbles. Mientras la carretera se acerca cada vez más al macizo de hielo del Vatnajökull las montañas se van haciendo cada vez más altas y la costa más rocosa. Höfn es la siguiente parada del viaje. Y también en cierto modo el comienzo de la Islandia más conocida, la del litoral sur, que igualmente encandena maravilla tras maravilla (Jökulsarlon, las lenguas de hielo del Vatnajökull, Skaftafell, Vik, Reynisfjara, Skogafoss…) pero con un número de turistas creciente. Las carreteras desiertas y los pueblos donde casi no se escucha el inglés o el español quedaron atrás. También la pregunta de si todo seguirá así por mucho más tiempo.   

a.
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