Cuando hacer autoestop estaba de moda

Diferentes generaciones cuentan por qué sacar el dedo al borde de la carretera pasó de ser la mejor forma de viajar a una opción muy minoritaria hoy en día. La modernización del país y las opciones 'low cost' han limitado esta práctica a viajeros alternativos 

Las rotondas y gasolineras españolas estuvieron llenas un día de jóvenes –y no tan jóvenes– que, a golpe de dedo o con el cartel de turno, se movían de una ciudad a otra sin gastar una peseta. Hoy, los escasos autoestopistas que se ven en nuestras carreteras acostumbran a ser extranjeros que pretenden conocer el país y a su gente de un modo alternativo. ¿Qué ha ocurrido en este intervalo de tiempo?

«España cambió en muchos aspectos. Entre otras cosas nos convertimos en un país rico», comenta Chechu Martínez, logroñés de 58 años, quien utilizaba este método con frecuencia para desplazarse entre su ciudad natal y Zaragoza –el lugar donde estudiaba–, pero también para realizar escapadas con sus amigos. «En esa época [finales de los 70], en el gasto familiar no computaban los viajes de los hijos», asegura. Así que había que buscarse la vida.

De moda

Tanto Chechu, como su amigo Luis San Juan, compañeros de aventuras durante aquellos años coinciden en que, entonces, esta actividad estaba no sólo normalizada, sino incluso de moda. «Estaba bien visto hacerlo», comentan. Además, a diferencia de lo que ocurre hoy con las nuevas tecnologías, no era posible que los padres estuviesen al tanto (y al minuto) de lo que los hijos hacían cuando salían del hogar. Lo cual daba cierto margen de libertad para que estos pusiesen en práctica hábitos no tan bien vistos por sus progenitores.  

Entre los trucos más utilizados entonces para ganarse el visto bueno de los conductores, estos dos amigos de la infancia destacan «el no llevar mucho equipaje (o esconderlo en la cuneta), viajar con una chica –cuando se podía–, o llevar las mejores pintas posibles».  


Mejoras en la movilidad

Luis San Juan, como muchos otros autoestopistas en su juventud, pasó de sacar el dedo a recoger a viajeros en los arcenes. Personas que, en muchas ocasiones, acababan cenando o durmiendo en su casa. Para este vecino de Logroño de 57 años, el cambio llegó, como con tantas otras cosas, con la entrada en la última década del siglo. «Durante los años 80 seguías viendo a mucha gente que lo hacía. A partir de entonces, prácticamente desaparecieron», comenta.

En los 90 la extensión de la red de autopistas y autovías –donde está prohibido hacer autoestop—y la mejora de las rutas de transporte público fueron convirtiendo el autoestop no en una necesidad, sino en una alternativa para viajar de un modo pausado (y también económico).

Fue en esa época cuando Alberto Alonso, zaragozano de 45 años, se recorrió las carreteras de España y Europa con el escaso dinero del que disponía. De su experiencia destaca las diferencias que, ya por aquel entonces, se observaban entre países. «En Italia y España costaba más convencer al conductor. Había que hablar con ellos durante un rato. En lugares como Alemania, donde estaban más acostumbrados, eran mucho más directos, tanto si la respuesta era negativa como positiva», asegura.

La era de los viajes ‘low cost’

La llegada del nuevo milenio trajo consigo una revolución en la manera de viajar y desplazarse. Las alternativas low cost (los vuelos baratos, la mejora de las conexiones entre ciudades y, recientemente, la llegada de aplicaciones como BlaBlaCar) remataron la vieja costumbre de lanzarse a la aventura sin tener nada planeado. «Dejó de salir a cuenta, por una cuestión económica; pero también de tiempo», comenta Alberto. Y pone un ejemplo: «si antes tardaba dos días en llegar a Budapest, hoy lo puedo hacer en pocas horas y a un precio bajísimo comprando un billete de bajo coste», reflexiona.

Con todo, y aunque de un modo diferente al de la época, los autoestopistas no han desaparecido completamente de nuestras carreteras. Las personas que hoy encontramos a los lados de la carretera suelen ser jóvenes, casi siempre extranjeros, que buscan conocer el país de un modo diferente. A través de páginas de Facebook o portales como Hitchwiki.org, comparten experiencias y recomendaciones sobre cómo cruzarse la península sin gastarse un euro en transporte.  

Los autoestopistas del siglo XXI

Jorge Plano, de 28 años, pertenece a esta nueva generación de autoestopistas. Con diversas experiencias en otros países (ha viajado de este modo en lugares tan diferentes como Islandia, Escocia o Francia), todavía encuentra muchas razones para viajar sin billete. «Hacer autoestop te permite recibir consejos, compartir historias y acercarte a personas que de otro modo no conocerías», asegura Jorge.  

Según su experiencia, muchos de los hábitos y códigos que han existido desde siempre siguen vivos, como por ejemplo respetar el turno de llegada cuando coinciden varios viajeros en un mismo punto. O el hecho de que los conductores más proclives a recogerte sean antiguos autoestopistas –algo que él mismo practica cuando surge la oportunidad–.  

Además, este joven matiza la idea de que los españoles no practiquen autoestop dentro de sus fronteras. Y apunta a la vieja costumbre, todavía vigente, de compartir vehículos en las zonas rurales. Residente en el pequeño pueblo de Novallas (Zaragoza), Jorge explica cómo muchos vecinos de su municipio (aquellos que carecen de vehículo propio) siguen sacando el dedo para recorrer los escasos seis kilómetros que les separan de Tarazona, la capital de la comarca. Situaciones y lugares donde el autoestop, aquel hábito que en su día combinaba necesidad y hasta cierto glamour, continúa vivo.

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