La Gomera, el tesoro perdido de las Canarias

Una historia de amor maldito resume la realidad de la isla infinita, tan majestuosa cuanto incomprendida. Dicen de los gomeros que hablan como si les hubiesen cortado la lengua

Una historia de amor maldito resume la realidad de la Gomera. La segunda isla más pequeña de las Canarias –con una superficie de 369,8 km cuadrados– presume de una belleza natural tan majestuosa cuanto incomprendida. Los radicales cambios de vegetación y los pronunciados barrancos que acuchillan la isla hacen de ella un paraje difícil de olvidar, no apto para todos los públicos.

Los gomeros la definen como un papel arrugado. Pequeña y despoblada, la Gomera lucha por hacerse un hueco en las guías de turismo a la sombra de Tenerife y Gran Canaria. Mientras sus hermanas mayores se lucran a costa del sol y playa, la Gomera ofrece un atractivo completamente diferente. Carreteras curvas y estrechas –nada de autopistas–, playas negras y naturaleza en estado puro la convierten en el lugar idílico para el turista aventurero.

La isla de las palmeras, como es conocida por las más de 200.000 palmeras que se encuentran entre montañas y clima de secano, apenas supera los 21.000 habitantes censados. Su orografía única hace que solamente esté habitado el 30% de la isla. El mismo porcentaje sirve para definir la cantidad de superficie cultivable, exprimida a base de bancales, aunque históricamente sus residentes han vivido del sector primario: ganadería y agricultura de subsistencia.

Garajonay tardará 500 años en reverdecer sus cenizas

Reserva natural de la biosfera, la Gomera cuenta con hasta 16 parajes protegidos, el 33% de la isla. Entre ellos destaca el parque de Garajonay, patrimonio de la humanidad desde 1986 y culpable del 90% del turismo que reciben. Los gomeros dicen que es la última selva continua de Europa, y no les falta razón. La humedad que desprende su densa vegetación nubla hasta el sol más radiante.

El bosque del Cedro, donde el musgo y los hongos trepan por los troncos de los árboles, vive recubierto por una capa de lluvia independiente del sol de justicia que suele alumbrar a la Gomera. La lluvia horizontal se origina en los 1.487 metros que mide el alto de Garajonay, y que expone a sus abundantes plantas a un calor que provoca una condensación de vapor casi permanente.

En 2012, Garajonay fue víctima de una de las más deleznables acciones del hombre: un incendio provocado. El 20% de su ecosistema único, la Laurisilva, fue reducido a cenizas. Afortunadamente no se vio afectada la parcela más antigua del bosque, que data del siglo XV. Los expertos estiman que tardará 500 años en recuperar el color verde y agradecen la ayuda al gobierno de Marruecos, mucho más diligente que el español a la hora de ayudar a extinguir el fuego.

Amores que matan

El nombre del parque se remonta a una historia popular que narra la versión gomera de Romeo y Julieta. La princesa Gara, hija de gomeros, y Jonay, tinerfeño de paso en la isla, se enamoraron perdidamente ante la furia e incomprensión de sus familias. El destino quiso para ellos un trágico final, en lo alto del parque, que se consumó cuando se clavaron una lanza dándose muerte eterna. Sus cuerpos quedaron unidos para siempre y dieron nombre a Garajonay.

Similar final tuvo el amor de Petra y Pedro. Cuenta la leyenda que los dos amantes que dan nombre a los roques más emblemáticos del Valle de Hermigua fueron alcanzados por un rayo mientras se fundían en un abrazo. Convertidos mágicamente en piedra, el impacto del relámpago los separó y condenó a ser dos rocas que se mirarán para el resto de la eternidad.

Más simbólico todavía es el Roque de Agando, un peñón de 1.200 metros situado en medio del barranco de Santiago, el más profundo de la isla. Agando se encuentra en el cantón de Ipalán, donde también destaca el barranco de la capital de la isla, San Sebastián. Los otros tres cantones son Orone, Mulagua y Agana, cuyos barrancos respectivos que hacen de frontera natural son Valle Gran Rey, Hermigua y Vallehermoso. Especialmente representativo es el paso de Ipalán a Mulagua, que coincide con un cambio radical del secano a una exuberante vegetación con solo cruzar un túnel. 

La maldición de los piratas

La humildad y la histórica falta de recursos de la Gomera se plasma tanto en su sencilla gastronomía como en su lenguaje. El silbo gomero fue inscrito por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad tras demostrar que los gomeros se comunicaban a través de los barrancos con sus propios silbidos, alcanzando los dos kilómetros de distancia. “Nuestros habitantes son los únicos que saben hablar como si les hubiesen cortado la lengua”, presumen. 

Tierra de agua y de fuego, la Gomera es una isla volcánica cuyas últimas erupciones se registraron hace dos millones de años. Los mares que la rodean, con peligrosas corrientes atlánticas que no tienen nada que ver con las del Mediterráneo, están gobernados por delfines y ballenas. Aspecto que hace las delicias del turismo sin excesos, eminentemente canario y alemán, que se traslada a la isla infinita para disfrutar de las mejores vistas del Teide y de cada una de los cientos de postales que se esconden en cada paraje, en cada mirador y en cada recoveco.

El tesoro perdido de las Canarias también esconde una siniestra historia de piratas que alaba la resistencia del pueblo gomero, tras superar el saqueo de los corsarios ingleses y forzarlos a marchar. Como recuerdo, la Capilla del Pilar de San Sebastián alberga un fresco único que representa una batalla de piratas y el único retablo del mundo que contiene una maldición dentro de la propia iglesia que reza lo siguiente: “Malditos por toda la eternidad de Diós”.


 

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