Spanair, dos años después

Hubo una aerolínea catalana, la de tots, que hace algo más de dos años hizo poummm! Había sido comprada por empresarios muy seguros de que Catalunya tenía capacidad (llámenle demanda) para crear un hub, un nudo de conexiones, en el aeropuerto de El Prat. Que si teníamos una línea aérea de bandera estelada íbamos a ser capaces de conectar el mundo con independencia de los flujos de pasajeros y de las leyes básicas de la economía.

 
Spanair ya no es, pero fue y quiso ser. Cámbienle el nombre y saquen alguna lección

En aquella realidad, incluido su consejo de administración, estaban algunos de los grandes próceres de la economía barcelonesa. Lo poblaban ricos creados al lado de los negocios con instituciones públicas o servidores de las entidades que pagamos entre todos, pero dispuestos a confundir la realidad con el deseo.

Dos años más tarde de aquel aciago episodio que algunos advertimos, la Fiscalía ha pedido al consejo de administración una responsabilidad de 72 millones de euros. Y, confieso, me parece poco. Si a los ciudadanos afectados, a los trabajadores de Spanair y a los empleos indirectos que proporcionaba le unimos los contribuyentes que pagamos aquella infausta aventura, el coste debería ser muy superior a los 72 millones de euros y a una inhabilitación severa como responsables de cualquier cosa, sea su casa, la comunidad de vecinos o el club de ajedrez de su barrio.

Spanair debería ser una lección para quienes siguen pensando con el corazón y arrinconan la razón en cualquier esquina de su espacio vital. La quiebra de la aerolínea también debería ser estudiada en las escuelas de negocios como el ejemplo claro de que la voluntad, por bienintencionada y generosa que sea, no deja de ser más que una actitud y no un elemento objetivo a considerar.

Spanair ya no es, pero fue y quiso ser. Cámbienle el nombre y saquen alguna lección.

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