Reflexiones sobre una huelga de otro siglo

Uno. Probablemente, más allá de los oscuros tiempos de la dictadura, cuando se negaba hasta lo más primario, como la libertad, no haya en la historia reciente de España un momento con más motivo para una amplia y radical protesta social: la dureza, profundidad y extensión de una crisis económica, que día a día remite a más ciudadanos a situación de pobreza o muy próxima; la ineficacia e inequidad de las políticas implementadas para hacer frente a esa depresión económica, tan débiles con los fuertes y tan fuertes con los débiles, tan timoratas ante aquellos a los que cabe atribuir la mayor responsabilidad de esta situación; la falta de credibilidad de quienes han sido elegidos para gobernarnos… Tal es el es escenario en el que lo menos que cabe esperar es que ese profundo descontento social acabe estallando y manifestándos de mil maneras posibles.

Dos. Y, sin embargo, esta convocatoria de huelga general no ha tenido el seguimiento que muchos de sus teóricos preconizaban. ¿Por qué ante tamaño deterioro social la población no ha respondido con el apoyo que cabía esperar? Pues, entre otras razones, porque no estaba nada claro a quién se dirigía la protesta o, mirando el negativo, cuál es la posible alternativa a los gobernantes actuales. Es decir, la población ha sido llamada a una huelga contra una política económica que, con más o menos matices, es la única que puede ser aplicada porque no existe otro camino político creíble.

Tres. Sus convocantes, los supuestos líderes que han pretendido dar un sentido colectivo y político a ese descontento social, no están legitimados para ello. Los sindicatos actuales contienen todos los vicios que han sido denunciados en las fuerzas políticas vigentes: son instituciones endogámicas, corporativistas y como tal aisladas de la realidad. Recurren con una facilidad pasmosa a métodos de protesta desfasados, más propios de otros momentos históricos, cuando no existía Internet, carecen por su endogamia de la sensibilidad suficiente para aprender de las necesidades de sus supuestos representados –su ausencia– y no se han dado cuenta de que esa “clase obrera” que aseguran defender ya no existe como tal, fragmentada en muy diferentes grupos sociales con aspiraciones y motivaciones distintas a las que había en su etapa más esplendorosa.

Cuatro. En este panorama, como decía una simpática camarera de un restaurante cercano a nuestras oficinas, ¿qué sentido tiene que te descuenten 100 euros, con los que tengo la compra de una semana?

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