Díaz Ferrán: el protegido de Esperanza Aguirre

Soto del Real. Son las ocho de la mañana; no hay nada como un despertar con vistas a la Sierra de Guadarrama. El penal que compartieron Fernando Garro y Pedro Romaní (socios de Mario Conde en el caso Banesto) es solo una estación de paso, un apeadero de retorno a Plaza Castilla.

En Soto pasará su primer tiempo en la sombra Gerardo Díaz Ferrán (DF), el ex presidente de la patronal española, CEOE, que desbalijó Marsans y Air Comet. Con cara de pocos amigos, el juez Eloy Velasco y el fiscal Daniel Campos, le apearon del Rolls-Royce el día antes del último puente de la Constitución, dictándole además una fianza inalcanzable de 30 millones de euros.

Inalcanzable si nos atenemos a la declaración de insolvencia manifestada por el propio inculpado, un arruinado ilustre que, burla burlando, se llevaba cada mes 100.000 euros del ala del despacho de su amigo y colaborador, Ángel de Cabo, conocido con el sobrenombre de El liquidador.

Todos conocemos el delito de Díaz Ferrán. Especialmente los togados del número 6 de Instrucción de la Audiencia Nacional; pero, más allá de la evidencia, lo que cabrea a jueces y fiscales es que el inculpado deposite su responsabilidad en un muerto.

Y es lo que hizo Díaz Ferrán el pasado miércoles, cuando dijo que había delegado la gestión del día a día de sus empresas en su socio Gonzalo Pascual, fallecido el pasado junio. Ahí estuvo el clavo. ¡Qué mal aconsejado estás, Gerardo! le gritó una voz camino del furgón. El que fuera patrón de patronos está entre rejas y acusado de “apropiación indebida”, semejante eufemismo leguleyo. Ya se sabe, en España, los pobres, cuando roban, roban sin más; los ricos, en cambio, se apropian indebidamente.

Viajes Marsans, el negocio que fundó hace un siglo José Marsans y Rof (primer propietario de la Banca Marsans), en el número dos de la Rambla de Canaletas, fue a parar al Instituto Nacional de Industria en la etapa en que Fraga Iribarne acaparó Renfe, Iberia, Aviaco y Paradores. A lo largo de su vida, Marsans disfrutó la visibilidad de una agencia turística, pero llegó al cénit de su fama bajo la gestión de DF tras una privatización vertiginosa de las que huelen a saqueo. El empresario inculpado, claramente afín al PP, pertenece al círculo de Esperanza Aguirre, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, que manejó a su antojo los órganos de gobierno de Cajamadrid, el núcleo de Bankia.

Esperanza colocó a Miguel Blesa en la presidencia de Cajamadrid mientras que a Díaz Ferrán le reservó una vocalía en el consejo de administración. El ex dueño de Marsans recibió créditos dudosos de la entidad de ahorros a través de operaciones por las que, esta misma semana, Blesa y DF han declarado ante el Juez. Ambos fueron los protegidos de Esperanza, la líder que ha dejado la política a la suerte de la piedra y del ocio, gracias al ruidoso desembarco de Sheldon Adelson, el halcón republicano de Las Vegas.

El apoyo político que le brindó la líder del PP madrileño encumbró a DF hasta la presidencia de la CEOE. Él había desempeñado la presidencia de CEIM y de la Cámara de Comercio de Madrid; en su ascenso, utilizó la escalera corporativa con la ayuda de sus colegas (Joan Gaspart, Jesús Terciado y Arturo Fernández), pero la energía para su definitivo despegue se la ofreció Esperanza al invertir mucho tiempo en convencer a José María Cuevas de que su mejor sucesor sería DF. Él devolvió el favor al PP de Madrid financiando la fundación conservadora, Fundescan.

También supo acercarse al sol que más calienta cuando, en la última legislatura socialista, llegó a contar con la complicidad de Rodríguez Zapatero, gracias a la mediación del ex ministro Miguel Sebastián. Pero perdió el favor del poder en 2009, al negarse a firmar la reforma de Zapatero exigiendo un despido más barato.

DF, el hombre que utilizó el sello patronal para fortalecer la imagen de marca de sus negocios, es hoy el epígono de una confederal representativista. Su última etapa empezó con la querella presentada por AC Hoteles, Meliá, Pullmantur y Orizonia contra él y contra sus socios, Gonzalo Pascual y Ángel de Cabo, el actual propietario de Marsans. El liquidador se quedó con el grupo turístico a precio de saldo, como lo ha hecho con Nueva Rumasa o Teconsa y con otras pequeñas como Omega, Urbacivil o Maderas Alcama.

De Cabo compra empresas en quiebra; las trocea y vende sus activos bajo una nueva denominación mercantil. Sortea acreedores y se hace de oro, tal como ha desvelado la Operación crucero contra el blanqueo, coordinada por el magistrado Velasco y el fiscal Campos. Díaz Ferrán tendrá que explicar también el destino tributario de los fondos empeñados por Marsans en Aerolíneas Argentinas y el fruto de de su posterior nacionalización a manos de Kirchner. El empresario encarcelado considera que Aerolíneas es su último clavo ardiente; está dispuesto a recurrir a la Corte de Arbitraje Internacional (CIADI), organismo dependiente del Banco Mundial, para obligar al Gobierno argentino a indemnizarle por la nacionalización de la compañía de vuelo.

En su apogeo, Díaz Ferrán fue el mundano anfitrión de El Alamín, una finca toledana de su propiedad (ahora subastada) en la que celebraba cacerías de relumbrón junto a los Gamazo o los Abelló, y a las que, en alguna ocasión, fue invitado el Rey Juan Carlos. Entonces solía presentarse ante sus invitados como miembro de G y G (las iniciales de su nombre y el de sus socio tradicional, Gonzalo Pascual). Había empezado trabajando de cobrador en los autobuses de su padre y casi alcanzó la cima. Hoy, desde su ventana en Soto del Real, la ralla del horizonte confunde cielo y tierra. Ya nadie le cobija; DF es un ángel caído que muestra, una vez más, la soledad del apestado.

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