Cuando los viajes eran una experiencia de glamour y aventura

Un libro recuerda los viajes iniciáticos del Grand Tour y cómo el turismo en el siglo XIX y parte del XX era un privilegio de la aristocracia

Egipto era uno de los destinos exóticos más ansiados. Foto Colección de Marc Walter – Taschen

El turismo es un invento moderno. Esa idea de viajar para conocer otras culturas, o para seguir con las mismas costumbres pero con un clima diferente, pertenece a la segunda mitad del siglo XX.

Hasta antes de la Segunda Guerra los que se animaban a cruzar mares en barcos, atravesar regiones en tren, recorrer caminos en coches o cabalgar por donde no había otro medio de locomoción lo hacían por necesidad: para buscar un trabajo y una nueva vida, por el afán de explorar lo desconocido o bajo las órdenes de conquistar.

Eso no significa que en la historia no hubiera grandes viajeros. Heródoto, Marco Polo, Ibn Battuta, Alí Bey, Charles Darwin o Alexander von Humboldt se lanzaron donde pocos habían llegado, pero los movían motivos comerciales, académicos o científicos.

El trasatlántico Kaiserin Maria Theresa en 1900. Foto Colección de Marc Walter – Taschen

Entre el primer ferrocarril y el primer vuelo transatlántico

En 1830 comenzó a circular el primer ferrocarril del mundo, entre Liverpool y Manchester. Casi un siglo más tarde, en 1927, Charles Lindbergh realizó el primer viaje de Norteamérica a Europa en avión.

El libro ‘The Grand Tour’ reseña los viajes en el siglo que media entre la aparición del primer ferrocarril y el vuelo de Lindbergh

En medio de esos dos sucesos históricos se ubica el libro The Grand Tour: The Golden Age of Travel (La edad de oro de los viajes), que Taschen presenta en una elaborada edición para recordar aquellos tiempos en que los viajes tenían mucho más de aventura y poco de descanso.

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Qué era el Grand Tour

El Grand Tour era el año sábatico, meses más meses menos, que se tomaban los jóvenes estudiantes de la aristocracia inglesa para conocer el mundo.

Para ello se animaban a recorrer Europa en los medios de transporte disponible. Si había ferrocarril o barco, mejor. Si no, a prepararse para horas de carruaje o cabalgata.

Si el destino era Oriente Medio, el exotismo era total. En paralelo a la colonización de Asia y África por parte de las potencias europeas, estos jóvenes navegaban días para conocer culturas de la que solo tenían referencias lejanas.

Grandes viajeros de la historia

La autora Sabine Arqué repasa las seis rutas favoritas de los aventureros occidentales, desde la ruta norte de Europa hasta la audaz travesía por Australia.

Charles Dickens, Julio Verne, F. Scott Fitzgerald, Mark Twain y Goethe fueron grandes viajeros, movidos por motivos científicos o literarios

En algunos de ellos participaron figuras claves de la literatura como Charles Dickens, Julio Verne, F. Scott Fitzgerald, Mark Twain y Goethe.

Anuncio de la naviera Cunard. Foto Colección de Marc Walter – Taschen

Viajar por publicidades y pegatinas

La pasión coleccionista de Marc Walter y sus conocimientos de fotografía y diseño gráfico ilustran este libro, que permite viajar por medio de pósteres de viajes, guías, pasajes, folletos, menús y pegatinas de maletas esos años en que viajar por placer estaba reservado a una exclusiva minoría.

Así se pueden ver anuncios de lujosos transatlánticos, fotos de Nueva York pintadas a mano, detalles del lujo del Orient Express y retratos de viajeros con las pirámides de Giza de fondo, en un entorno mucho más desértico que el actual.

La publicidad se encargaba de promocionar todos los progresos para facilitar los viajes: una postal de 1905 muestra a un barco echando humo de sus chimeneas y allí arriba, a lo lejos, vuela un Zeppelin.

La fotografía antes de la llegada de las cámaras portátiles

Los autores recuerdan que los transatlánticos competían por el Blue Riband, un trofeo que se otorgaba a la embarcación que navegara más rápido entre Norteamérica y Europa. De no ser por el famoso iceberg, el Titanic lo hubiera ganado.

El restaurante La Reserve, en Niza. Foto Coleccion Marc Walters - Taschen
El restaurante La Reserve, en Niza. Foto Colección Marc Walters – Taschen

La fotografía fue la manzana de la tentación de los viajeros. Entre 1860 y 1920 las cámaras eran pesados trastos, por lo que el negocio estaba en plantarse en sitios históricos y esperar a que los primeros turistas quieran ser retratados.

Así se pueden ver a hombres y mujeres en la cima del Vesubio vestidos con la moda victoriana, o con pesados trajes oscuros bajo un sol de justicia frente a la esfinge de Giza.

Las postales eran la única manera que tenían los viajeros de presumir de los lugares que habían visitad.

Y ahora es impensable, pero hace 150 años era normal retratarse acostado en una litera vestido con un traje blanco cargado por cuatro porteadores negros.

En paralelo creció la industria de la postal, la oportunidad de poder llevarse la imagen de un lugar visitado y presumir ante familiares y amigos. O sea, el postureo de Instagram no es nada nuevo.

La expansión de los medios de transporte y los avances tecnológicos democratizaron los traslados y liquidaron esa edad de oro. “Pero el espíritu del viaje sigue vivo”, afirma Arqué.

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