Viaje por las reliquias que construyeron España

En ‘Vestigios’ Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, reflexiona cómo la obsesión por las reliquias configuró la identidad del país

A Felipe II le gustaba coleccionar cadáveres. En las alcobas del monasterio de El Escorial guardaba su colección de reliquias, que llegó a estar compuesta por 7.432 piezas, entre las que destacaban doce cuerpos enteros, 144 cabezas y 306 miembros de toda clase de santos, mártires y religiosos.

El rey más conocido como ‘el Prudente’ andaba obsesionado con los restos mortales -así como con los objetos personales- de los hombres que habían entregado su vida a Dios, y se cuenta que, estando el monarca en el lecho de muerte, la única forma de comprobar si seguía con vida era gritando: ‘¡No toques la reliquias!’.

Cuando el moribundo oía eso, se removía y jadeaba sobre el colchón, y sus acompañantes respiraban aliviados al ver que todavía no había exhalado su último aliento.

Portada Vestigios Foto Editorial CriÌtica

Portada de ‘Vestigios’. Foto: Editorial CriÌtica

Las reliquias, ladrillos para construir una identidad

El director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, cuenta esta anécdota en ‘Vestigios’ (Crítica), una compilación de once ensayos que, según explica el propio autor en el Prólogo, ‘son restos o constituyen la memoria de escritos que en algún momento pudieron llegar a ser estudios mucho más documentados y extensos’.

Muñoz Machado pone sobre la mesa casos tan curiosos como el de la importancia de las reliquias para la forja del carácter nacional

En otras palabras, los textos que conforman este volumen son borradores de otros libros que el catedrático de la Facultad de Derecho de la Complutense nunca llegó a escribir, y aun con eso, constituyen un documento literario excepcional.

Muñoz Machado

Santiago Muñoz Machado, autor de ‘Vestigios’

Todos recogen ejemplos sobre la relación que el Estado español ha mantenido con la ciudadanía a lo largo de la Historia, y ponen sobre la mesa casos tan curiosos como el de la importancia de las reliquias para la forja del carácter nacional.

Sepulcro de Santiago el Mayor

La historia de nuestras reliquias arranca en el siglo IX, cuando se expande por toda Europa la noticia de que ha aparecido en Galicia el sepulcro del apóstol Santiago el Mayor.

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El hallazgo provocó una oleada de peregrinos que todavía hoy perdura, amén de generar un pensamiento político hasta ese momento inédito en la Península: el de la cristiandad como pegamento de los pueblos ajenos al dominio musulmán.

Urna con los supuestos restos del apoÌstol Santiago

Urna con los supuestos restos del apoÌstol Santiago. Foto Xacopedia.

Efectivamente, aquel sepulcro se convirtió en símbolo de la unión entre los reinos dispersos por el norte de Hispania, y el mito en torno a su ocupante se fue trasformando hasta convertir a un discípulo de Jesucristo a lo sumo algo impetuoso en un aguerrido soldado que, siempre a lomos de su caballo blanco, degollaba moros por doquier.

La noticia del hallazgo del sepulcro de Santiago el Mayor fue fundamental para, según defendió Américo Castro en más de una ocasión, ‘la formación de la cultura común y las instituciones políticas en la España medieval’.

Aunque el contenido del sepulcro sea todavía hoy objeto de discusión, no cabe duda de que el pueblo tomó por cierta la presencia del apóstol, lo que significa, en palabras de Muñoz Machado, que ‘la creencia colectiva creó una realidad objetiva e influyente’.

San Isidoro

La siguiente reliquia que embraveció a los cristianos de la península fueron los restos de San Isidoro. La derrota del rey taifa de Sevilla hizo que una legación leonesa viajara hasta la ciudad sureña para recoger los restos de Santa Justa, pero el encargado de dicha misión, el obispo Alvito, tuvo en aquellos días un sueño en el que el mismísimo San Isidoro le indicaba, golpeando el suelo con un báculo, el lugar donde se hallaba su cadáver.

La monarquía leonesa no tardó en darse cuenta del valor simbólico del cadáver de San Isidoro y lo usó para unir a los reyes godos a la causa contra el musulmán.

Poco antes Roma había decretado que los cuerpos de los hombres santos podían ser exhumados y trasladaos (elevatio y traslatio) a lugares de culto, por lo que los despojos de San Isidoro viajaron por la Ruta de la Plata rumbo al norte de la península.

museo san isidoro basilica isidoriana Foto Museo San Isidro

Basílica de San Isidoro, León. Foto: Museo San Isidoro

A medida que avanzaban por el camino, los milagros se iban sucediendo y, cuando el cadáver llegó a León en 1063, una multitud salió a recibirlo. La monarquía leonesa no tardó en darse cuenta del valor simbólico de aquella reliquia y la usó para unir a los reyes godos a la causa contra el musulmán.

La Torre Turpiana y los plomos del Sacromonte

Pero si alguna reliquia demuestra de un modo evidente el modo en que los monarcas de las distintas épocas han ido manipulando la Historia para crear un mito en torno a la cristiandad española, sin duda es la de la Torre Turpiana.

El 18 de marzo de 1588, al derribar un minarete de una antigua mezquita, unos obreros encontraron una caja de plomo en cuyo interior había un retrato y un trozo del velo de la Virgen, un puñado de tierra, el dedo de San Ethiene y un pergamino que contaba la historia del primer obispo de Granada, Cecilio, que vivió en el siglo I y que, según aquel texto, curó su ceguera al limpiarse el rostro con el velo de la Madre de Dios.

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Unos años después, el 2 de febrero de 1595, un tal Sebastián López encontró, en unas cuevas de la colina de Valparaíso, unas láminas de plomo que narraban, entre otras cosas, el martirio de San Cecilio, dando de este modo validez al contenido del cofre hallado en la Torre Turpiana.

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Parte central del grabado de Francisco Heylan ‘Martirio de San Cecilio y dos escudos’. Imagen: Wikipedia

Con todo, no tardaron las autoridades en reparar en las incoherencias existentes en el material hallado en aquellos enclaves, y se dedujo que se trataba de uno de los mayores fraudes de la época. Y aunque la noticia de la falsedad de aquellas reliquias corrió como la pólvora, el pueblo estaba tan entusiasmado con el descubrimiento de las mismas que hizo oídos sordos al hecho de que fueran un engaño.

La gente prefería pensar que Granada había sido cristiana antes que musulmana y la monarquía de la época, cómo no, decidió sacar provecho del embuste.

Desde el punto de vista político, esas reliquias, así como las anteriores y otras muchas, servían para dotar de una identidad religiosa a eso que hoy llamamos España y ningún gobernante estaba dispuesto a dejar pasar una oportunidad como aquella para consolidar un país que, ya desde el principio –y acaso como hoy-, siempre estuvo fragmentado.

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