Vanessa Springora, la escritora que ha encerrado a un pederasta en un libro

‘El consentimiento’ es la primera novela de Vanessa Springora, libro con el que ha vencido al que fuera su depredador sexual, el escritor Gabriel Matzneff

Vanesa Springora. Foto ©JF Paga Penguin Random House.

Vanesa Springora. Foto ©JF Paga Penguin Random House.

En Mayo del 68 prohibir era un verbo a guillotinar, como lo fueron las cabezas reales de Luis XVI y María Antonieta en la Revolución Francesa. En aquella primavera libertaria, en la que parece que fueron más los que dicen haber estado que los que estuvieron de verdad, se luchó contra el encarcelamiento de los deseos y la represión, consignas que nadie objetó, excepto un puñado de nostálgicos del régimen de Vichy y la iglesia y sus fieles, estamento al que le cuesta ceñirse a lo que predica. “Prohibido prohibir” fue un mantra que caló, confundió y amparó a una parte de la intelectualidad de izquierdas francesa. Una sociedad con tanto pavor de que se le acusase de reaccionaria y puritana que, en nombre de la libertad, lo justificó todo. En las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado la pedofilia y la pederastia se consentía en Francia, como si fueran unas condiciones sexuales más.

Una madre rehén de una época y un padre ausente

Cuando una adolescente Vanessa Springora (París, 1972) le dijo a su madre que había cortado su relación amorosa con el escritor Gabriel Matzneff, 35 años mayor que ella, su progenitora le preguntó si estaba segura, que aquel hombre le adoraba.

A los ojos de su madre y del resto de personas de su entorno, su historia con G.M. no tenía ningún problema. Era transgresora y romántica

Comentarios que le marcaron menos que la ausencia de su padre. Una figura que más que un muro fue una corriente de aire. La pena que le produjo la falta de aquella referencia paterna la ahogó en los libros. Los escritores se convirtieron en los hombres que le hicieron soñar y G. M. influyó en el consentimiento de Vanessa Springora. Él la miró como ella deseaba que le mirasen. Y todo empezó con una cena organizada por su madre en su abuhardillado piso de París, en la que uno de los invitados era él.

Igual que la comedia necesita drama y tiempo, es posible que a su madre también le hiciera falta tiempo. Tiempo para escapar del espíritu de su época y ser ella misma quien denunciara a G. M. por lo que le hizo a su hija (la madre sí le alertó de su reputación como pedófilo), antes de que ella cortara aquella relación asimétrica en la que no hubo consentimiento porque no es posible la igualdad cuando los implicados son una niña y un adulto.

Vanesa Springora. ©JF Paga Penguin Random House
‘El consentimiento’ es la primera publicación de Vanesa Springora. Foto: ©JF Paga | Penguin Random House.

Sin embargo, la madre de Vanessa optó por considerar a su hija menor de edad una adulta que debía asumir sus propias decisiones, lo que toda adolescente demanda a sus padres. Por ese motivo acabó aceptando la presencia de G. M. en sus vidas en general y en la de Vanessa en particular; era una manera de conservar ese vínculo entre madre e hija. De haber dialogado, ese hilo de unión filo maternal se hubiera roto, pero la madre hubiera protegido a la hija, que es lo que Vanessa Springora le reprochó después a su madre, que no percibiera el peligro que corrió.  

Decir cómo se hace es más fácil que ejercer de madre, en este caso. Los padres están para poner límites y encuadrar la vida de los niños. En el libro la autora cuenta que su madre lo hizo lo mejor que pudo según sus circunstancias; era joven, soltera y estaba muy implicada en su trabajo en el mundo editorial, no descarta que hasta ella misma estuviera fascinada por la figura de G. M.

La persona, el artista y su obra

En 1974 G.M. publicó Les moins de seize ans (Los menores de dieciséis años), un alegato en favor de la liberación sexual de los menores. Texto que provocó un escándalo y le hizo famoso. En dicho manifiesto defiende la liberación de las costumbres y la apertura de las mentes, lo que permitiría por fin que un adulto gozara no del adolescente, sino con él. En realidad defiende los intereses de los adultos, explica Vanessa Springora.

A los ojos de su madre y del resto de personas de su entorno, su historia con G.M. no tenía ningún problema. Era transgresora y romántica. Aunque como la misma autora relata en el libro “no es normal que un hombre de 50 te espere a la salida de clase (…), ni encontrarte en su cama, con su pene en la boca, a la hora de la merienda”. Emil Cioran, filósofo de origen rumano y amigo personal de G. M., cuenta la autora en el libro que le dijo, cuando fue a pedirle ayuda, que era un inmenso honor para ella que G.M. le hubiera elegido, que su papel es acompañarlo en el camino de la creación y doblegarse a sus caprichos. Tampoco tomaron cartas en el asunto los servicios sociales y de salud, la policía y la justicia. Todo falló. Nadie reparó en que la sexualidad de un adulto con un menor es un acto reprobable y castigado por la ley. Este tipo de impunidad es muy similar a la que se ve con los curas.

La complacencia y el aplauso hacia la obra literaria de Gabriel Matzneff, en la que hace apología de la pederastia, fue la que impulsó a Springora a escribir su relato

Vía Zoom, como son ahora las ruedas de prensa y las entrevistas en tiempos de la pandemia, Vanessa Springora cuenta que, entre otras cosas, esa complacencia y el aplauso hacia la obra literaria de G. M., diarios en los que hace apología de la pederastia al relatar que les hacía a los adolescentes en Francia y a los niños en Filipinas, donde hace referencia a “culos frescos”, es lo que le impulsó a escribir El consentimiento. La autora se pregunta si la literatura lo disculpa todo. Y no, para ella hay que separar al hombre o la mujer del artista y de la obra. Si una obra defiende un delito y se puede asociar los hechos relatados en ella a la persona que los ha cometido, que además se reivindica como el autor de la misma, esa obra no es que deba ser censurada, debe ser cuestionada y la persona rendir cuentas de sus actos ante la ley. No se trata de la moral de una obra artística, se trata de una cuestión legal.

Un relato hecho novela

El consentimiento, publicado por Lumen y traducido por Noemí Sobregués, es una historia real contada como una novela. Un relato universal en el que otras víctimas se pueden identificar y reflejar. Vanessa Springora, a través de su experiencia, da voz a otras víctimas. Para contar esta historia personal, que primero escribió para ella misma, tuvieron que pasar cosas y los años: terapia, rodearse de buenos amigos, conocer a alguien y tener un hijo. Cuando se convirtió en un adolescente se proyectó en él y tomó conciencia de lo que ella percibió como adulto a sus catorce años no era real porque ni ella misma lo era. Entonces se percató de lo sencillo que es para un adulto y/o figura de autoridad seducir a un menor. Reconoce que fue una presa fácil para alguien como G. M.

La autora cuenta que este libro no es catártico, sino la cumbre de una especie de liberación que ha vivido en este proceso de creación. Es el contrapunto que permite reprobar la historia que durante tanto tiempo ha escrito G. M. Escribir este episodio de su vida para ella supuso volver a ser el sujeto de su propia historia. Historia que le había confiscado hacía demasiado tiempo.

El consentimiento está publicado por Lumen. Imagen Penguin Random House.
El consentimiento está publicado por Lumen. Imagen Penguin Random House.

Ser y sentirse víctima

En sucesos de este tipo la víctima se niega a considerarse como tal. Cómo se admite que han abusado de ti cuando no se puede negar que se ha consentido, se preguntó la protagonista de este relato, quien antes de víctima se consideró cómplice. Sensación que experimentó al descubrir que G. M. se acostaba con niños y niñas en Manila leyendo sus libros que le prohibió que hiciera, pero que hizo aprovechando uno de sus viajes a Filipinas. En aquellos diarios, sin embargo, no cuenta que también abusó de él un adulto cercano a su familia. Un secreto que al desvelárselo a la púber Vanessa, mientras estaban juntos, le convierte en la única persona que puede escucharle sin juzgarle y la que mejor le puede entender.

¿La literatura lo disculpa todo? Para Springora no: «hay que separar separar al hombre o la mujer del artista y de la obra»

El objetivo del proceso literario de G. M. siempre había sido deformar la realidad de la manera más halagadora posible consigo mismo. Dedica toda su inteligencia a satisfacer sus deseos y a trasladarlos a sus libros, explica la autora. En la actualidad la obra autobiográfica de G. M., en la que se relatan actos pedófilos y de pederastia, está censurada. Algo de lo que está en contra Vanessa Springora; como editora considera que hay que dejar que los lectores lean su obra para que todo el mundo sepa que esa historia de los abusos de G. M. ha existido.

Umbral en vez de edad

Springora expone que lo que había que cuestionar no era su atracción, sino la de G. M. Otra cosa hubiera sido si G. M. después de haberse enamorado o estar con mujeres de su edad, se hubiera enamorado de ella, pero es que sólo estuvo con niñas. Si el amor no tiene edad, sí que hay que establecer un umbral. No es lo mismo una relación entre dos jóvenes de 14 y 20 años respectivamente, que una de 16 con un adulto de 51, por ejemplo.

Vanessa Springora siendo una niña se refugió en la literatura. Gracias a la lectura de los libros escritos por su abusador encontró el camino para escapar de aquella relación que fue posible por la hábil explotación de su vulnerabilidad por parte de G. M. y su falta de control de sus impulsos y deseos. Mientras tanto, cabe preguntarse si Francia ha muerto de vergüenza por este caso que torpedea el ideal de su primavera más florida y congratularse porque el mismo caso es la prueba de que las víctimas se están liberando, a pesar de la ambivalencia que muchas de ellas experimentan en episodios de violencia y abusos sexuales.

a.
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