Nadie amó a Gérard de Nerval

La editorial WunderKammer publica, por primera vez en España, las cartas de amor que Gérard de Nerval escribió a una mujer que nunca le correspondió

‘Mort de Gérard de Nerval’, litografía de Gustave Doré

La madrugada del 26 de enero de 1855, Gérard de Nerval se ahorcó en una farola de la rue de la Vielle Lanterne. La víspera había escrito una carta a su tía: ‘No me esperes hoy, porque la noche será negra y blanca’. Cuando encontraron su cuerpo y el rumor de su suicidio corrió por la ciudad, Gustave Doré cogió sus instrumentos de trabajo y acudió al callejón para hacer un grabado. Dicen que es una de sus mejores obras. Puede ser. Aunque también parece la más morbosa.

En el mundillo intelectual de París, todo el mundo se refería a Nerval como ‘el loco delicioso’. Era un epíteto cariñoso que, no obstante, ocultaba una realidad espantosa. Porque el gran poeta del romanticismo francés, el precursor del simbolismo y del surrealismo, el hombre que escribió el poema El desdichado, cuyo primer verso se ha convertido en todo un emblema de la tristeza (‘Yo soy el tenebroso, el viudo, el sin consuelo’), ese hombre, decimos, se pasó media vida entrando y saliendo de clínicas de reposo mental.

Unos médicos le diagnosticaron manía aguda; otros, esquizofrenia. Los críticos literarios prefirieron hablar del mal de los escritores, es decir, de la imposibilidad de distinguir entre realidad y fantasía.

Gérard de Nerval.

Escritor maldito

Pero Gérard de Nerval era un maldito y, claro, en aquella época eso estaba bien visto. La gente aplaudía sus rarezas, como por ejemplo la costumbre de pasear a una langosta, atada con una cinta azul, por los jardines del Palais Royal. En alguna ocasión le preguntaron que por qué había adoptado a un crustáceo como mascota y él respondió que tenía dos ventajas: ‘Una es que no ladra, la otra es que conoce los secretos del mar’. La langosta, por cierto, se llamaba Thibault.

Nerval sufrió crisis nerviosas desde joven, pero se acuciaron a partir de 1842, año en que pereció la mujer a la que amó con locura: la actriz Jenny Colon. La conoció en 1837 y quedó tan prendado que le escribió unas cartas de amor que ahora publica la editorial WunderKammer.

Cartas de amor a Jenny Colon contiene 18 misivas que, cuando fueron encontradas en su escritorio, se creyó que formaban parte de su novela Aurelia, pero que, tras varias revisiones críticas, se decidió que en realidad estaban destinadas a aquella dama.

‘Cartas de amor a Jenny Colon’

El libro cuenta con un posfacio de Juan Eduardo Cirlot (originalmente publicado en la revista Papeles de Son Armadans, en 1966) y con un relato de Théodore de Banville (ídem en la République des Llettres, en 1877) en el que, usando trasuntos literarios, se narran los viajes que el poeta hizo por toda Europa para comprar los muebles con los que habría de decorar la habitación en la que, supuestamente, tendría su primer encuentro amoroso con Colon. Dicho encuentro, sobra decir, nunca se produjo.

Desde el punto de vista actual, las cartas rozan lo que nosotros llamaríamos acoso. Nerval se muestra obsesionado con la actriz e insiste en conseguir un encuentro privado con ella: ‘No tema verme; su presencia me calma, verla me hace falta e impide que me entregue a una desesperación que me mataría’ (Tercera Carta).

Además, el autor da claras muestras del sufrimiento que padece cuando piensa en ella –‘Hay como un círculo de hierro envolviéndome la frente’ (Quinta)- y asegura que lleva mucho tiempo esperando ser correspondido –‘(…) le soy fiel desde hace tres años’ (Décima)-. Incluso amenaza con suicidarse si ella no le da lo que él reclama: ‘¡Ya lo verá cuando me acabe matando’ (Decimoctava).

Litorgrafía de Jenny Colon caracterizada como Silvia (‘Piquillo’, Nerval).

La noche blanca y negra

Según el relato de Théodore de Banville, Jenny Colon nunca fue consciente de las pasiones que suscitó en el autor de la obra de teatro que ella misma estaba representando en aquel entonces: Piquillo. De hecho, la posibilidad de que ese hombre aspirara a su amor le resultaba tan inconcebible que incluso aceptaba que estuviera presente en su camerino mientras ella se desvestía.

Hasta que en una ocasión, teniendo ya la espalda al descubierto, se giró y descubrió a Nerval mirándola con los ojos fuera de órbitas, el cuerpo convulsionado y al borde del colapso. Fue entonces cuando descubrió que Nerval también era un hombre, y no un mueble, y quiso consolarle con palabras tiernas. Tan tiernas que, en vez de desengañarlo, aumentaron la pasión del poeta.

Dibujo de Victorien Sardou la calle donde se suicidó Nerval.

Jenny Colon falleció en 1942 y Nerval cayó en una profunda depresión. Abandonó París para alejarse de su recuerdo y viajó por Europa y Asia, de donde salieron algunos de sus libros más hermosos. Cuando regresó a la capital francesa, ya era adicto al alcohol, al cannabis y a la tristeza. Y una noche, tras salir de un bar y despedirse de los amigos, se dirigió al callejón en el que la noche era negra y blanca.

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