La mirada personal sobre cualquier mar de verano

Una aproximación sentimental al Mediterráneo y a los grandes placeres de la vida, pero también una invitación a descubrir lugares y personas que lo habitan

Rafel Nadal. Foto: ©Ariadna Arnes.

En cuestión de lecturas, suelo hacerme una lista de la compra antes de las vacaciones que confecciono inspirándome en fiables recomendaciones, reseñas publicadas o impulsos provocados por un título desconocido que me llama la atención.

Pasaba mis días de verano en Ibiza leyendo lo que me quedaba del repertorio, después de una temporada con más lectura de lo habitual por culpa o gracias a la pandemia. Uno de esos días recibí una llamada de Rafel Nadal, periodista y escritor, premio Josep Pla de prosa en catalán y premio Ramón Llull, el galardón más reconocido de las letras catalanas. Rafel es un escritor al que aprecio y disfruto, porque sus novelas son muy evocadoras y su prosa es hábil y magnética a la vez .

Con su persuasión habitual, me ofreció presentar conjuntamente en Ibiza su último libro, Mar de verano, en catalán Mar d’estiu, una memòria mediterrània. Interrumpí la lectura de un par de libros que alternaba y que nada tenían que ver con la temática del de Nadal. Uno era La Pieza 25, de Pilar Urbano, que narra el proceso seguido por el juez Castro en el caso Noos, y el otro era El Oficio de Comediante, de mi amigo el director teatral Joan Lluís Bozzo.

El Mediterráneo condensado en un libro

Me puse pues a leer Mar de verano. No llevaba ni dos páginas cuando me sentí mágicamente transportado a la ya lejana infancia en mi Badalona natal, donde disfruté, en compañía de un grupo inseparable de amigos, de horas y horas de aquella playa de una Badalona industrial, acotada por fábricas y delimitada por su paseo principal, la Rambla, separada del mar por la vía del tren, y que transcurre en paralelo a la arena del mar en el que aprendí a nadar, y donde más tarde me refugiaba al cobijo de las barcas de pescadores para fumarme clandestinamente los primeros cigarrillos sin filtro.

Aún y siendo el mismo Mediterráneo que el mío, el de la infancia de Nadal era, seguro, más azul, más frío y más limpio. Hay un párrafo que dice: “Pasar tantas horas en el agua nos proporcionaba un estado de bienestar permanente. Si teníamos calor nos tirábamos de cabeza al agua y nos refrescábamos; si se nos entumecían las piernas después de estar un buen rato tumbados panza arriba en la arena, corríamos a sumergirnos en el agua para hacer unas cuantas brazadas. Lo hacíamos de manera natural y no le dábamos ninguna importancia. Hasta que, de más mayores, en la adolescencia, tomamos conciencia del placer físico que suponía tirarse de cabeza al agua y el efecto reparador que el baño podía tener cuando apretaba el calor del verano hasta hacerse insoportable. A partir de aquel momento, tomar conciencia de ello resultó un placer complementario, euforizante”.

Su Mediterráneo fue y es todavía el de la Costa Brava, lugar que describe en sus primeras páginas como escenario de una infancia llena de vitalidad, energía y entusiasmo. A pesar de las distancias y las posibles diferencias de su mar y el mío, en su relato reconozco coincidencias porque seguramente acometimos las mismas aventuras con los amigos y nos impusimos los mismos retos en esas largas jornadas de veraneo.

En el libro se detallan, casi como si de un diario se tratara, los lugares y experiencias vividas en sus repetidos viajes por la costas del Mediterráneo, viajes que van desde Stromboli, pasando por Hydra, Icaria o Port Lligat, lugar de residencia del pintor Salvador Dalí, de quien Nadal describe jugosas anécdotas que compartió con él.

El Mediterráneo desde la Costa Brava a las islas griegas. Foto: ©Ariadna Arnes.

De la Costa Brava a la isla de Hydra

Aquí no quiero avanzarles demasiado, porque prefiero que el lector disfrute como yo lo hice cuando lo comencé a leer, sin embargo, y sin querer entrar en lo que pudiese resultar una pueril descripción de capítulos, no me resisto a la tentación de dar algunas pistas que les despertará, seguro, el interés por su lectura.

¡Que magnífica la descripción detallada del volcán Stromboli de la isla de Sicilia, de cuya erupción permanente disfrutaron él y su esposa desde un mirador muy singular! Nadal dice del volcán: “De repente [el volcán] se había transformado en el actor protagonista de una representación extraordinaria”.

Es precioso el capítulo en la isla de Hydra con el encuentro casual con Leonard Cohen, el maravilloso poeta que escribió y cantó Suzanne o Chealsea Hotel, y con quien Nadal obtuvo en la barra de un hotel entrañables confidencias de un cantante cansado de tantas giras.

Rafel Nadal. Foto: ©Ariadna Arnes.

Algo más adelante el autor nos habla de Anna, su mujer y compañera desde hace treinta años, y que en los viajes tiene por costumbre elegir algunos perfumes, que, a su regreso, le ayudarán a rememorar los lugares al haberles otorgado su olor a cada uno. Una delicada costumbre llena de sensibilidad.

¿Sabían que en Turquía hay más de treinta teatros griegos esparcidos en un reducido tramo de costa? Su descripción es imprescindible. Como lo es la emocionada salida en barco de Icaria, en la que unos niños se despedían de sus abuelos, a mucha distancia, a través de unos espejos reflectantes.

Editado por la editorial Univers en catalán y por Catedral en castellano, Mar de Verano es una aproximación sentimental al Mediterráneo, a los grandes placeres de la vida, y una invitación a descubrir lugares y personas que lo habitan. Os recomiendo con entusiasmo esta lectura que os transmitirá la necesidad de visitar con vuestros propios ojos los bellísimos lugares que en el libro se describen.

a.
Ahora en portada