En defensa del diario

De Ana Frank a Josep Pla pasando por Kafka, Marguerite Duras, Cesare Pavese o Leon Tolstói, hay diarios que son literatura con mayúsculas

Una página del diario de Kafka. Foto: Imagno | Getty Images.

Hay lectores que son más de lecturas históricas, otros biográficas, la mayoría se decantan por la novela en todas sus variantes dramáticas o cómicas, los hay enamorados del bestseller o de la ciencia ficción, otros solo leen cuentos, y algunos como yo, ensayos y diarios.

Siempre que digo que prefiero leer un libro de ensayo que una novela alguien frunce el ceño. A muchos les cuesta entender que pueda disfrutar más con Comte-Sponville, por ejemplo, que con Paul Auster. Los dos son escritores de talento, pero con uno disfruto mientras aprendo; con el otro disfruto, a secas. Esta es una apreciación tan subjetiva como discutible, y es probable que sea una estupidez, pero lo cierto es que prefiero un libro de filosofía que una trama policiaca.

¿Un género menor?

Ensayos aparte, he sentido siempre predilección por un mal llamado subgénero literario que ha sido utilizado por grandes escritores de la literatura universal. Me estoy refiriendo al diario. Esa variante puesta en entredicho por muchos que consideran que es un género menor, porque se considera un ejercicio de uso propio, exclusivo para el autor, y que sin embargo ha proporcionado obras de gran valor literario.

«A veces he sentido la tentación de empezar a escribir un diario. Pero para eso uno ha de darse permiso a sí mismo, y yo no me lo doy»

Carles Sans

El diario de Ana Frank, mundialmente leído, los Diarios de Kafka, el autor de La Metamorfosis, con los que quedé fascinado, el de Marguerite DurasCesare Pavese o Leon Tolstói, o el delicioso Quadern Gris, de Josep Pla, son algunos de los numerosos textos de grandísimos autores, consagradísimos todos, que han escrito buena literatura a través de este peculiar formato. A excepción de El diario de Ana Frank, todos estos diarios fueron escritos cuando los autores ya eran escritores muy leídos.

A veces he sentido la tentación de empezar a escribir un diario. Pero para eso uno ha de darse permiso a sí mismo, y yo no me lo doy. Cada vez que me lo planteo, me asalta una especie de pudor que coarta de inmediato la iniciativa. Además, ¿para qué escribir un diario?

Según me dicen quienes lo escriben, un diario se escribe para ordenar tus propias ideas y tus recuerdos; para escribir aquellas cosas que te ocurren y los sentimientos más íntimos que las acompañan. Escribir no es lo mismo que pensar, o en todo caso es hacerlo de una manera diferente. Cuando se escribe se ordenan los pensamientos, las ideas y las emociones de otra manera. Un psicólogo amigo me decía: “A veces, escribo lo que me pasa porque me esclarece las ideas. Sirve para darme cuenta de cosas que no era consciente hasta verlas escritas”.

Los pensamientos más íntimos

¿Se escribe un diario para leerlo uno mismo o para que lo lean los demás? He ahí la cuestión. Una amiga que escribe uno desde hace años me decía que le supuso un paso delicado porque uno va escribiendo sucesos personales del día a día, y a la vez, pensamientos íntimos e inconfesables, lo que supone un acto arriesgado y comprometido. Porque un diario es un cuaderno expuesto a que un día se descubra: no hay nada oculto que no vaya a manifestarse, ni nada secreto que no vaya a saberse.

«Escribir un diario es un acto arriesgado y comprometido. Porque un diario es un cuaderno expuesto a que un día se descubra»

Carles Sans

Aunque no todo lo que se escribe en un diario ha de ser necesariamente inconfesable, bochornoso u oculto. No tiene por qué escribirse nada que comporte un descubrimiento deshonroso de nuestra personalidad, pero no deja de ser un lugar en el que se escriben intimidades, nunca compartidas, que uno decide ponerlas sobre un papel.

Personalmente, me cuesta concebir algo que únicamente está destinado a mi propia persona. Algo que no ha de trascender. Sin duda es una deformación profesional con la que he de dirimir cada vez que escribo, grabo, filmo o represento algo. Siempre he sentido que la mayoría de las cosas las he de hacer, si se trata de un artículo, para un lector, si es una obra de teatro, para un espectador y si hago una declaración, para un oyente. Y sé que no tiene por qué ser así.

Dicen que únicamente las personas conocidas pueden escribir sus diarios con la aspiración de editarlos. ¿A quién le puede interesar la vida de un anónimo? me pregunta un incrédulo del género. Pienso que si el diario expone con sensibilidad situaciones que tienen interés, bien formuladas, el diario puede ser muy sugestivo.

Está claro que el día a día de cualquiera de nosotros no tiene los mismos argumentos de interés que los de Ana Frank, la cual escribió un angustiante cautiverio en plena ocupación nazi. Samuel Peppis, político y funcionario naval, nos descubre en sus Diarios cómo transcurren los días de un londinense de clase alta en la Inglaterra de mediados del XVII. Ahí incluye picantes fragmentos en los que cuenta sus habituales escarceos extramatrimoniales.

En Catalunya, me gusta destacarlo porque es un diario que releo habitualmente, tenemos a nuestro Samuel Peppis local: el Baró de Maldá, un discreto aristócrata barcelonés que en su Calaix de sastre relata en más de 60 volúmenes la vida costumbrista de la Barcelona que va desde 1769 hasta su muerte en 1819.

Pero no hace falta ser aristócrata, ni nacer en siglos pasados, ni ser judía hostigada para escribir un diario. El género, bien escrito, puede ser precioso aun narrando aquellas pequeñas situaciones que para muchos no parecen tener importancia y que bien descritas pueden acabar siendo, incluso, una delicia ¿por qué no? de la literatura universal.

a.
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