Cuando Penélope se hizo a la mar (y dejó a Ulises en casa)

Bonnie Jo Campbell ha transformado el mapa de la literatura fluvial: su personaje Margo Crane es la chica a la que todas las lectoras quieren parecerse

Margo Crane es la heroína que la literatura andaba buscando: tiene dieciséis años, una barca y un rifle siempre cargado. Su madre la abandonó porque no soportaba vivir en una cabaña mugrienta, su padre murió cuando un familiar le descerrajó un tiro, y no hay nadie en el mundo que quiera ocuparse de ella.

Bueno, hay muchos hombres que quieren ocuparse de ella, pero no del modo que Margo desea. A veces la violan y, claro, ella tiene que vengarse. Al último que le obligó a abrir las piernas, le arrancó la punta del pene de un disparo. Ese tipo ya no podrá forzar a más mujeres, un abusador menos en el río Stark, afluente imaginario del Kalamazoo, Michigan, Estados Unidos. Así pues, poca broma con Margo Crane. La chica los tiene bien puestos.

La literatura fluvial ha dejado de ser cosa de hombres. Charlie Marlow remontará eternamente el río Congo, Tom Sawyer será el perpetuo adolescente del Mississipi; los lobos de Jack London aullarán por siempre a la luna que se refleja en las aguas del Yukón.

La protagonista de la novela de Jo Campbell es una especie de Huckleberry Finn de la era postindustrial

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Libros y ríos

Pero la visión que los escritores han volcado tradicionalmente sobre los personajes que viven a orillas de un río, una visión que se resume diciendo que ellos son héroes y ellas ninfas, ha cambiado para siempre gracias a la irrupción de Bonnie Jo Campbell, autora de una de las novelas más impresionantes de cuantas se han publicado en los últimos meses: Érase un río (Dirty Works).

Bonnie Jo Campbell creció en una granja de Michigan con su madre y sus cuatro hermanos, pero un día se cansó de la seguridad del hogar y saltó la valla para fugarse de casa. Durante los siguientes años, trabajó en el circo Ringling, ascendió los Alpes en bicicleta y organizó viajes de aventuras por los países bálticos.

Bonnie Jo Campbell

Bonnie Jo Campbell

Hasta que un día se sentó frente al ordenador y escribió un libro de relatos, Desguace americano (Dirty Works, 2018), que llamó la atención de la crítica. Sus cuentos mostraban la realidad del proletariado rural que vive en los meandros del Kalamazoo, un universo plagado de hombres que cazan ciervos durante el día y se emborrachan, se pelean y se echan a llorar por las noches.

Ese ambiente mostró Jo Campbell en su primer libro y de inmediato los críticos se sacudieron el polvo de las lentes. Les gustó la sensibilidad con la que Jo Campbell abordaba un tema tradicionalmente asignado a los escritores varones y se retorcieron los bigotes mientras proclamaban que había nacido una autora que tenía su propio territorio mítico –el Michigan rural obrero-, que llamaba al pan pan, al vino vino y al violador cerdo, y que escribía como sus colegas sureñas siendo ella norteña. Rápidamente, la encasillaron en el género ‘grit-lit’, también conocido como ‘hillbilly noir’, ‘country noir’ o ‘rural noir’, y la compararon con William Faulkner, Jim Thompson y Cormac McCarthy. Todo hombres, faltaría más.

Portada desguace
 

‘Érase un río’

Pero a Bonnie Jo Campbell le importaba un rábano lo que dijeran de ella. Siguió trabajando en silencio y, en 2011, publicó Érase un río, una novela que ya se ha convertido en un clásico moderno y que ha sido adaptada al cine –de momento, no hay fecha para su estreno en España, si es que algún día se produce-.

Su protagonista, Margo Crane, es una especie de Huckleberry Flynn trasportado a una década, la de los 70s, en la que los ríos ya no son parajes idílicos, sino senderos por los que discurren residuos tóxicos; en la que los traficantes no comercian con esclavos de raza negra, sino con drogas de diseño; y en la que, eso sí, los violadores son exactamente igual que los de antes.

Pero en esta ocasión la víctima no es una muchacha que llora por las esquinas, sino una adolescente con una puntería similar a la de Annie Oakley –la célebre tiradora que participó en los espectáculos de Buffalo Bill- y con unas agallas que ya quisieran tener muchos machotes. Es, en definitiva, la modelo que necesitan las niñas de hoy en día.

Bonnie Jo Campbell no habla de ninfas ni de princesas. Tampoco de suicidas. Virginia Woolf se quitó la vida sumergiéndose en el río Ouse (Sussex) con los bolsillos llenos de piedras, mientras que Margo Crane navega por el Stark con el rifle cargado. Dos épocas, dos ejemplos distintos. Margo es, por decirlo de otro modo, una Cleopatra surcando un Nilo postindustrial en el que los cocodrilos son hombres ansiosos de sexo, en el que las serpientes son alcohólicos que cobran subsidios y en el que el pueblo elegido se marchó hace ya tiempo.

Portada Erase un rio
 

El río que dibuja Jo Campbell ya no tiene estética varonil. Hasta ahora, cuando pensábamos en la literatura asociada a lo fluvial, visualizábamos a James Joyce contemplando el Liffey, T. S. Elliot rimando versos ante el Támesis o Rimbaud haciendo lo propio ante el Mosa, Claudio Magris recopilando las leyendas de los pueblos asentados junto al Danubio, Ivo Andric asociando la Historia al flujo del Drina, William Ospina hablando del acerco conquistador que remontó el Amazonas, José Luis Sampedro rememorando a los madereros del Tajo o Julio Llamazares llorando el olvido del Curueño, y así a tantos otros escritores, casi todos varones, que convirtieron los ríos en material literario. Pero ahora tenemos a una nueva escritora, Bonnie Jo Campbell, que nos hacen ver al río, y a sus habitantes, de un modo distinto.

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