Edu Galán: no apto para sectarios

El satírico asturiano firma ‘El síndrome Woody Allen’, un ensayo en el que desmenuza lo que denomina la sociedad de atención al cliente en la que vivimos

Edu Galán. Foto: JEOSM.

Que nos traten como adultos pedimos. Sacrifican a un perro llamado Excálibur para evitar un posible contagio del virus del ébola y lloramos y pataleamos y protestamos por la muerte del can. Hubo hasta quien se encadenó a la puerta de la casa en la que vivía la mascota como si de un desahucio se tratara. Que nos traten como adultos pedimos. Los medios de comunicación muestran imágenes de ataúdes, de las ucis atestadas, de cadáveres y nos incomodan tanto que ponemos el grito en el cielo contra los difusores de las mismas. Que nos traten como adultos pedimos. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, dice que el rey emérito no es un ciudadano más y la gente se escandaliza como si no fuera verdad. Que nos traten como adultos pedimos. Intuimos que no se va celebrar ni la Semana Santa ni las Fallas ni los Sanfermines ni la Feria de Abril y decimos que no hay derecho, que salvemos la Navidad y el verano.  

Que nos traten como adultos pedimos. Mentira. Lo que queremos, más que nos mientan como a niños, es que nos atiendan como clientes cargados de razones que somos de esta sociedad infantilizada que ha hecho de la victimización una profesión. Por eso dice Edu Galán (1980, Oviedo), que me atiende al teléfono desde su casa, que admira mucho a los políticos, porque tienen que balancear entre ese discurso infantil, que es el que realmente quiere escuchar la población, y el discurso adulto de quien tiene que tomar decisiones muy duras a nivel presupuestario, sanitario, social y educativo.  

Un pie en la puerta 

A Edu Galán le haría mucha ilusión que El síndrome Woody Allen se repartiera en las universidades y lo leyeran los estudiantes. En las universidades, en concreto en las del estado de California, es donde germinó esa izquierda sentimental e individualista y que proviene de la diversidad y que este psicólogo de formación y analista y crítico por convicción ha bautizado como izquierda cumbayá.  

El autor, no apto para sectarios, escribe en el prólogo que este libro quiere ser una reivindicación de la duda y el pensamiento crítico en un mundo donde se valora la emocionalidad, la certeza absoluta, la polarización maniquea y eso de “todas las opiniones son respetables” o, en su versión más ligera, “todas las opiniones valen lo mismo”.  

Mientras creemos que como individuos de esa sociedad de atención al cliente podemos cambiar las cosas, la verdad es que no pintamos nada en el desarrollo de las grandes empresas multinacionales

El ensayo está dividido en una parte A y en otra B. En la primera se expone de manera periodística el caso de Woody Allen al que su expareja Mia Farrow acusaba, a principios de los años noventa del siglo pasado, de haber abusado sexualmente de su hija Dylan. En la segunda analiza cómo ha cambiado nuestra sociedad de consumo a una de atención al cliente. Cuenta Galán que esta estructura está muy pensada y pensada en el lector, al que no quiere aburrir.  

Sus algo más de trescientas páginas, árbol genealógico de los Allen – Farrow y cronograma incluido, van mucho más allá de Woody Allen. El director de cine neoyorkino es una excusa. Un truco de magia con el que Galán quiere engañar al lector, sobre todo al que no lee. El cineasta es una estrategia, “como una técnica que en psicología se llama de pie en la puerta”, explica el autor. Al poner el pie entre la puerta y el marco de la misma se evita que se cierre y que poco a poco todo vaya pasando.  

Edu Galán. Foto: JEOSM.

La sociedad de atención al cliente 

Lo que se cuela gracias a ese pie que hace de tope es un análisis con diversos síntomas de cómo ha cambiado nuestra sociedad de consumo a una de atención al cliente. Esta última es una sociedad que las propias dinámicas del capitalismo han colocado en el centro de todo a las personas y a sus sentimientos. Lo que hace creer a la gente que tiene el mundo a sus pies, cuando en realidad lo único que ha hecho ha sido escribir un comentario en TripAdvisor. Sí, es posible que por ese comentario, esa queja de la que hemos dejado constancia en nuestras redes sociales, se traduzca en el despedido del camarero o de la dependienta que no es que nos atendiera mal, es que nos atendió de una manera que a nosotros no nos gustó. Así de arbitraria es la cosa.  

Edu Galán no llama al boicot, pero sí a que seamos conscientes de cuáles son esas empresas en las que sus trabajadores prohíben a sus hijos hacer uso de las redes sociales que ellos mismos desarrollan

Arbitraria, enredada y falsa, porque mientras creemos que como individuos de esa sociedad de atención al cliente podemos cambiar las cosas, que somos el centro del mundo, la verdad es que no pintamos nada en el desarrollo de las grandes empresas multinacionales. Hacen lo que quieren con nosotros. Nos dicen dónde, cuándo y cómo debemos gastarnos nuestro dinero en sus productos. Es un negocio sin fisuras. Sólo hace falta un rebaño.  

Ovejas enganchadas a las redes 

Cuenta Galán que su maestro y amigo Domingo Caballero ve a las multinacionales tecnológicas como nuestros pastores. Sí, para Apple, Facebook, Amazon y demás compañías de Silicon Valley, somos tan clientes como ovejas. No balamos, tampoco ladramos, estamos sedados. Compramos con un solo clic. Esa es nuestra revolución. Y más felices aún si lo hacemos en Black Friday.  

Edu Galán no llama al boicot, pero sí que sepamos por dónde andamos, que seamos conscientes de qué significa lo que hacemos y qué son esas empresas en las que sus trabajadores prohíben a sus hijos hacer uso de las redes sociales que ellos mismos desarrollan. Unas redes sociales tan útiles como peligrosas.  

Dice Galán que la popularización y masificación que emana de Twitter, Instagram, Youtube, Telegram o Twitch hacen eso tan cursi que lo gurús de Palo Alto llaman la democratización del conocimiento. Es decir, el que más sabe es aquel que pronuncia un discurso más emocional que argumental: antivacunas, negacionistas de toda índole y terraplanistas, por citar un puñado de ejemplos. La clave del éxito de sus mensajes es la falta de matices y un conjunto de ideas muy fáciles de entender. La horma de los populismos.  

Hemos pasado de ir a comprar el periódico y leer las noticias o escucharlas en la radio a consumirlas como si fueran patatas fritas. En la actualidad dice Galán que el valor no está en el saber, sino en el llamar la atención, que es con lo que se mercadea. Un me gusta, un retuit, un te sigo, son las maneras que tenemos de saber que somos atendidos. Yo, mí, me, conmigo son nuestros pronombres favoritos.  

Ideas como que la tierra es plana se propagan con gran facilidad en una sociedad sentimental como la nuestra porque se valora como verdadero lo que cuentan aquellos en los hay confianza. Para Galán es una tragedia que se anteponga el conocimiento personal a la potencia del argumento. Y lo ejemplifica preguntándose ¿cómo no voy a confiar en mi vecina en cuestiones de geopolítica? El valor no es su conocimiento, sino que es una persona cercana. Es el drama del sorpasso del argumento sentimental al racional.  

En esa competición de atención en la que estamos enfrascados y pegados a una pantalla, la sociedad de mercado nos ofrece la posibilidad de ser víctimas

Mal para llamar la atención  

A la pregunta de si vivimos en una cultura más desquiciada de sentimentalismo o de victimismo, Galán responde que el mercado en el que vivimos es el del sentimentalismo. La narrativa sentimental atrae mayor atención que una narrativa fría y racional. El desarrollo de una idea se queda atrás si el que desarrolla la idea contraria lo hace de una manera irracional y sentimentalmente. Dentro de eso no hay nada más potente que el victimismo, que sería una herramienta del sentimentalismo. En esa competición de atención en la que estamos enfrascados y pegados a una pantalla, la sociedad de mercado nos ofrece la posibilidad de ser víctimas. Galán, otra vez, se decanta por una frase a modo de ejemplo, “¿Qué tal Jero? Mal, porque sino no me hacéis caso, cabrones”. Así es cómo funciona el papel de víctima en el victimismo.  

Si la víctima se ha convertido en una especie de héroe de nuestro tiempo, el patriarcado se ha convertido en el mal a combatir. Un patriarcado al que se culpa de todo y no se contextualiza. Galán recuerda a esas analistas que no pueden explicar la realidad a partir del patriarcado y olvidarse de las clases sociales y a muchas mujeres que tuvieron mucho poder. Mujeres, con o sin poder, a las que Galán más que creer las escucha. Creer se cree en el pastorcillo de Fátima que dijo haber visto a la virgen. El célebre “Yo sí te creo” del #METOO Galán lo interpreta como un movimiento identitario que es una cuestión de fe. Una fe que en lugar de mover montañas hizo que en 2017, después de más de veinte años con el caso cerrado, al que no se llegó ni al juzgado, se recrudeciese el debate sobre la monstruosidad de Woody Allen.   

Mongolia predica sola en el desierto 

Ese ensañamiento que ha sufrido Woody Allen y que le ha afectado de manera personal, económica y profesionalmente, también lo ha padecido la revista Mongolia, de la que Edu Galán es cofundador. Un cartel en el que aparece el extorero Ortega Cano disfrazado de un marciano que ha estrellado su platillo volante les llevó al Tribunal Supremo en donde los jueces de la sala de lo civil sentenciaron a la revista a indemnizar con 40 mil euros a Ortega Cano por vulnerar su derecho al honor y a la propia imagen. Uno se pregunta, entonces, qué se entiende por libertad de expresión. Porque una cosa es la teoría y otra la realidad, donde se castiga a los que critican y no a los que han cometido el delito. Además, las penas a los primeros suelen ser proporcionalmente más grandes que las de los segundos. Es como si a los judíos se les condenase por hacer rimas satíricas contra Hitler por lo que les hizo.  

Edu Galán. Foto: JEOSM.

Por ese motivo cuenta Galán, como cofundador de la revista Mongolia, que siente tanto tristeza como miedo en relación a los contenidos que publican y lo que hacen. Pena porque no se entiendan sus juegos de palabras dentro de un contexto, no ya por parte de la derecha y de la ultraderecha, de la que no espera nada, sino por parte de esa izquierda que Galán denomina cumbayá. El miedo él y sus compañeros lo han sentido en algunos espectáculos en los que se les intentó agredir en un teatro y cuando se ha disfrazado de terrorista para hacer un número llamado Yihadistas por el mundo, en Londres y Barcelona, después de sendos ataques terroristas en cada una de esas ciudades. Recuerda Galán sentir miedo mientras lo hacía y el público mientras lo veía. Pero también cree que no se deben callar ante la coacción de las religiones, también por respeto a lo que las generaciones pasadas han luchado para echarlos de la vida pública europea.  

Esa izquierda cumbayá, identitaria, burguesona y preocupada por gestos que refuerzan no tanto al grupo sino la personalidad única de sus votantes, es la misma que en sus redes sociales critica y se burla de cualquier acto de la religión católica y en cambio tolera y felicita cualquier festividad musulmana, judía y/o budista, olvidándose, parece ser, que el vegetariano Dalai Lama también oculta a los monjes pederastas. En España Mongolia pasa por ser la revista más parecida a la francesa Charlie Hebdo. Y lo es por su compromiso con la sátira, una honestidad para con sus lectores que plasman con críticas al Islam, religión que consideran la más peligrosa de todas, pero no para nosotros, sino para los propios musulmanes. Galán dice que contra los terroristas no se puede tener ni un ápice de tolerancia, ni tampoco con el discurso de algunos imanes.  

Gracias a la sátira Edu Galán se divierte, piensa y entiende el mundo en el que vivimos. Un mundo borreguil en el que ahora mismo entre la verdad y la identidad son muchos los que escogen la identidad. El síndrome Woody Allen hace eso que en el fondo no queremos, que nos traten como adultos.  

a.
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