¿A quién se le ocurrió crear los mapas?

El cartógrafo Eduard Dalmau recorre los orígenes de los mapas, en un viaje que detalla cómo desde tiempos inmemoriales la humanidad buscó representar el mundo en que vive

Mapa de Ptolomeo, de 1482. Foto Istockphoto

Durante miles de años distintas culturas vivieron y se desarrollaron sin necesidad de escritura. Pero ninguna, por más primitiva que sea, dejó de hacer mapas.

“Conocer la localización del agua, de los árboles frutales y las guaridas podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte”, explica Eduard Dalmau en su libro El por qué de los mapas (Editorial Debate).

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La génesis de los mapas

Este cartógrafo, experto en fotografía aérea y colaborador con numerosas editoriales, viaja a la prehistoria para desenterrar los orígenes de las representaciones geográficas.

Un mapa de la civilización babilónica.

Estamos hablando de un largo período de la historia, de más de 13.000 años, que los historiadores apenas prestan atención.

Dicho de otra forma: cuando se habla de mapas antiguos, surgen los nombres de importantes cartógrafos como Martin Waldseemüller, Battista Agnese, Abraam Ortelius, Gerardus Mercator (cuya representación, con los polos distorsionados, es la más popular), Alexander von Humboldt, Jules Dumont d’Urville, Johann Heinrich Lambert y Rigobert Bonne.

Muchos libros de historia “pasan de puntillas” sobre los progresos cartográficos de los babilonios, los egipcios o los griegos, dice Eduard Dalmau

“Sin embargo, de los pioneros, de los primeros que crearon mapas con base matemática, se habla muy poco, y lo mismo suele suceder en el caso de los tratados y las historias de los mapas: pasan de puntillas sobre los babilonios, los egipcios o los griegos”, indica Dalmau.

Mapa de palos de pueblos del Pacífico. Foto Eduard Dalmau

Desde los Pirineos a Babilonia

El recorrido de este experto parte desde un rincón español: la cueva de Abauntz, en Navarra, donde se encontraron tres bloques de piedra de 13.660 años donde uno de ellos representaba con gran fidelidad el entorno de los Pirineos: los ríos, las montañas y los animales.

Los sucesivos descubrimientos en cuevas prehistóricas y en las ciudades de la Mesopotamia, así como en los yacimientos del Antiguo Egipto, revelan cómo a media que las civilizaciones evolucionaban los mapas se hacían más complejos y abarcadores.

Ya no se trataba de detallar el entorno, era necesario indicar qué había más allá del mundo conocido, aunque sea en base a relatos de viajeros y mercaderes.

Esquema de mapa de Babilonia. Foto Eduard Dalmau

Los mapas de palillos del Pacífico

Dalmau aporta luz sobre los mapas construidos con piedras y palillos que usaban los pueblos de la Polinesia y Micronesia, que conquistaron la infinita extensión oceánica del Pacífico en una lenta expansión de miles de años.

Sin alfabeto ni cartas náuticas navegaron miles de kilómetros de agua, guiados por un entramado de ramitas que lo guardaban en su memoria, y que se transmitía celosamente de padres a hijos.

Esta tradición milenaria sorprendió al explorador inglés James Cook cuando el navegante polinesio Tupaia dibujó un preciso mapa de las islas del Pacífico con gran detalle, de las que solo faltaban Hawái y Nueva Zelanda.

Mapa de Erastótenes. Foto North Wind Picture Archives

Grecia y su revolución cartográfica

En el capítulo dedicado al mundo griego surgen algunos nombres que son más o menos conocidos para el lector, como Eratóstenes (quien aportó la primera evidencia científica de la esfericidad de la Tierra), Aristóteles, Hiparco de Nicea, Dicearco, Anaximandro y Pitágoras.

Sus aportaciones matemáticas “asentaron una serie de principios cartográficos tan importantes que hasta bien entrado el siglo XVI no se empezó a superarlos; es decir, hasta dos mil años después”, describe Dalmau.

“Los griegos asentaron una serie de principios cartográficos tan importantes que hasta el siglo XVI no se empezó a superarlos”. Eduard Dalmau

Los griegos, a pesar de algunos errores y gracias a muchos aciertos, dedujeron la existencia de los polos sin haber salido de tierras helenas o Egipto; idearon la representación de meridianos y paralelos y calcularon con gran precisión el tamaño de la Tierra.

Mapa portulano del Liber secretorum fidelium crucis. Foto British Library

El desdén de Roma

Los logros cartográficos aportados por esta civilización “fueron olímpicamente ignorados” por los romanos; quienes se preocuparon más por un tipo de mapa “que representara la grandeza del imperio y que fuera de máxima utilidad para sus fines militares, administrativos y comerciales”.

Pero esta necesidad, acompañada con descripciones y advertencias, se podría considerar como la génesis de las modernas guías de viaje.

Mapa de Posidonio de Rodas

En la Edad Media

El saber bizantino y árabe de la cartografía se salvó del olvido gracias al trabajo de innumerables copistas de los monasterios medievales.

Sin embargo, poco se avanzó desde los tiempos griegos, ya que se dejaba de lado “la búsqueda de la correcta representación geográfica para dar prioridad a la representación del simbolismo religioso”, detalla Dalmau.

Si la Biblia decía que Jerusalén era el centro del mundo, pues así tenía que ser representado.

‘Tabula Rogeriana’ de al-Idrisi. Foto: Fine Art Images

Pero el mundo siguió avanzando, algunas civilizaciones querían descubrir qué había más allá de las fronteras conocidas, y las cartas portulanas, originarias en Italia en el siglo XIII y con su apogeo entre los siglos XIV y XV, aportaron una bienvenida descripción de la costas del Mare Nostrum y del océano que se extendía más allá de las columnas de Hércules, o sea el estrecho de Gibraltar.

Los cartógrafos árabes en la Edad Media, como los trabajos de al-Idrisi, convergieron en esa revolución técnica, artística y mental que fue el Renacimiento, y que sentarían las bases de los mapas modernos.

Pero como bien dice Dalmau, “todo lo que viene después es otra historia”.

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