‘Rifkin’s festival’: El agridulce homenaje de Woody Allen a San Sebastián

La 68ª edición del Festival de San Sebastián se inauguró con Elena Anaya y Gina Gershon. Woody Allen y Wallace Shawn conectaron desde Nueva York

De la misma manera que las memorias de Woody Allen fueron rechazadas por su editor, y encontró otra editorial que las publicara, el veterano realizador también halló en el catalán Jaume Roures, viejo cómplice en aventuras como Vicky Cristina Barcelona o Conocerás al hombre de tus sueños, al productor que necesitaba para sacar adelante Rifkin’s festival, después de que Amazon rompiera el trato que ya impidió el estreno de Día de lluvia en Nueva York en Estados Unidos. 

No hace falta haber leído A propósito de nada (Alianza), un gigantesco éxito editorial en el que Allen emplea numerosas páginas en defenderse muy convincentemente de las acusaciones del clan Farrow, para hacerse a la idea de que es altamente improbable, por no decir imposible, que el director abusara de su hija adoptiva Dylan Farrow. 

Pero la sospecha persiste; en Estados Unidos Allen es prácticamente un proscrito del que algunos actores reniegan, y todo esto le ha empujado a abrazar una vez más Europa en forma de homenaje al Festival de San Sebastián. 

Aquel festival de la antigua normalidad

Rifkin’s festival es una película esencialmente dominada por la nostalgia. El festival que aparece retratado de manera tan reconocible, sobre todo para los que lo visitamos año tras año, es uno en el que nadie lleva mascarilla, y las multitudes se agolpan para ver pasar a los famosos. Esta edición está en cambio marcada por la ausencia. El propio Woody Allen y su alter ego en la película, Wallace Shawn, han lamentado no poder volver a visitar la ciudad. Normal, son “grupo de riesgo”. 

Allen y Shawn se conectaron vía streaming a una escueta rueda de prensa en la que las divinas Gina Gershon y Elena Anaya estuvieron de cuerpo presente. Dos grandes actrices sin miedo a poner su carrera en entredicho, lo contrario de buena parte del star system hollywoodiense. 

También es cierto que las dos arrastran un cierto maldistimo. Aunque Anaya mereció el Goya por La piel que habito, el maravilloso giallo de Pedro Almodóvar, y la mala de Showgirls ha trabajado con grandes directores como los Wachowski, Assayas o Friedkin –en películas no menos grandes como Lazos ardientes, Demonlover y Killer Joe–, cabe pensar que se merecían carreras más lustrosas de las que han tenido hasta el momento, con muchas más películas como las citadas. 

Un homenaje con cameo incluido

Posiblemente nunca hubo una película hecha tan a medida para inaugurar un festival. Hasta incluye un cameo del director del evento, José Luis Rebordinos, sentado en la fila de atrás del mismo cine en el que los protagonistas están viendo el clásico de Godard Al final de la escapada.

Allen comentó desde Nueva York que “mis productores querían que rodase en España, y como ya había rodado en Barcelona y Oviedo Vicky Cristina Barcelona, pensé donde podía ir y recordé del Festival de San Sebastián, del que guardaba muy buenos recuerdos. Me pareció el lugar perfecto, porque un festival es ese lugar en el que no se programan películas comerciales. Se ven películas curiosas, innovadoras, inventivas, que tienen una oportunidad para que los críticos puedan verlas, y alcanzar así cierta difusión, antes de llegar a las salas”. 

El director tuvo que aclarar que “se sigue haciendo muy buen cine hoy en día”, citando como inevitable ejemplo a nuestro querido Almodóvar. Lo dijo, porque Rifkin’s festival parece explicar justo lo contrario. Nada más aterrizar en San Sebastián, para acompañar a su mujer (Gershon) –una agente de prensa a cargo de un apuesto director de cine francés (Louis Garrel)–, el veterano escritor Mort Rifkin (Shawn) declara, perentorio, que “los festivales ya no son como antes”. 

Gina Gershon y Louis Garrel.

El amargo sabor de la nostalgia

En plena crisis matrimonial y embobado con una seductora doctora (Anaya) a la que acaba de conocer, Rifkin tiene una serie de visiones inspiradas en grandes clásicos de la historia del cine, empezando con Ciudadano Kane, que Allen filma como divertidos pastiches en blanco y negro llamados a puntuar la narración en otro alarde de nostalgia autoparódica. 

Ese homenaje al cine clásico contrasta con la vacuidad exhibida por el personaje de Garrel, supuestamente un director de moda de la actualidad, a pesar de que se llama Philippe, como su legendario padre, el gran Philippe Garrel, un veterano realizador todavía muy en activo que, como su maestro Godard, no ha perdido ni un ápice de talento ni de integridad desde que empezó a rodar en los años 60. 

No pretende ser una obra de arte; se diría que Allen sólo quiere ir a lo suyo, haciendo una modesta película al año y que le dejen en paz, un plan de vida que no le acaba de salir bien del todo

Roures, también presente en la sala, aclaró que Allen escogió el festival de San Sebastián precisamente como marco idóneo para “rendir homenaje a esos maestros, como Welles, Fellini o Bergman, que han inspirado a toda una generación, y lo siguen haciendo”, y Allen añadió que “ellos también luchaban por conseguir un público en los festivales ya que, entonces como ahora, tampoco podían competir con el cine más comercial. Todos ellos fueron una gran influencia para el cine americano menos comercial”. Como el del propio Allen, por supuesto. 

Si Rifkin’s festival es una agradable comedia romántica, en la línea de las que Allen filma cuando sale a rodar por el mundo, también deja un sabor amargo. Es significativo que haya escogido al dramaturgo Wallace Shawn como alter ego. Aunque Shawn es más joven que él, parece más mayor, como si, después de publicar sus memorias, a Allen le hubiese caído todo el peso de sus 84 años. Recordemos que Shawn debutó como actor de cine en Manhattan (1979), donde daba vida a un ex de Dianne Keaton, de cuyo aspecto el propio Allen se mofaba con suma crueldad. 

Postales del mundo

Posiblemente, San Sebastián nunca ha lucido tan hermosa como iluminada porVittorio Storaro, el legendario director de fotografía que colabora con Allen desde la deliciosa Café Society. Rifkin’s festival añade Donosti a la colección de ciudades a las que Allen ha rendido turísticos tributos desde que perdió el miedo a volar.

La película pertenece pues a esa línea de comedias ultraligeras, que se celebran igual, aunque dejen menos poso que las que, hasta hace muy poco, seguía rodando en la gran manzana, como sin ir más lejos Día de lluvia en Nueva York.

También es cierto que, quizás a excepción de Match Point, que sin embargo se parece demasiado a Un lugar en la cumbre (Jack Clayton, 1959), o de la sublime Blue Jasmine (2013), sin duda su mejor película de las últimas dos décadas, Allen no factura una obra maestra desde Delitos y faltas (1989). Nos referímos a una obra tan rotunda e inapelable como las de clásicos a los que guiña el ojo en Rifkin’s festival. Tampoco lo pretende. Se diría que sólo quiere ir a lo suyo, haciendo una modesta película al año y que le dejen en paz, un plan de vida que no le acaba de salir bien del todo. 

Pero, a diferencia de otras películas recientes de Allen, Rifkin’s festival está demasiado empapada en esa nostalgia que nos ha dejado un sabor más agrio que dulce, sobre todo en una edición del festival en clave mínima, con grandes limitaciones de aforo, y sin la masa festivalera de siempre. 

En este lluvioso día donostiarra, Rifkin’s festival inspira cierta tristeza, porque no hay nada más triste, y destructivo, que la nostalgia. Uno sabe que se ha hecho mayor cuando empieza a añorar el pasado, cuando empieza a pensar cosas tan equivocadas como que antes todo era mejor, y da la sensación de que, en ese sentido, nuestro querido Woody ha pegado un bajón.

Estreno: 2 de octubre

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