‘No creas que voy a gritar’: un subyugante diario contado con 450 películas

El primer largo de Frank Beauvais es un impresionante collage compuesto con planos de películas ajenas para contar su propia historia

No creas que voy a gritar. Portada.

Aislado en una casa de un pueblo de Alsacia, Frank Beauvais, que por entonces veía entre cuatro y cinco películas al día, decidió contar su depresión grabando una muy literaria narración autobiográfica con su propia voz, para ilustrarla con planos extraídos de todas esas películas que consumía como un auténtico “enfermo de cine”. 

Gran revelación en el pasado Festival de GijónNo creas que voy a gritar es uno de los más gloriosos ejemplos de found footage (metraje encontrado) de los últimos años. Una experiencia fascinante. 

El otro ‘found footage’

Al gran público le sonará la expresión found footage por célebres películas como Holocausto caníbal, El proyecto de la bruja de Blair o Monstruoso, que se construyeron, incluso a veces publicitaron, como (falsos) documentales, grabaciones encontradas cual testimonio subjetivo de una tragedia aterradora cualquiera. Una estrategia formal para meter más al espectador en la historia.

Pero found footage también es una manera de identificar esa corriente central en el cine experimental que consiste en trabajar a partir de las imágenes de otros, el equivalente fílmico al collage en el arte. 

En ese terrero, la artista sevillana María Cañas sería uno de nuestros máximos exponentes patrios, aunque en breve se estrenará My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez Lorang, también descubierta en Gijón y luego en el Festival D’A, que construye una ficción a partir de las películas caseras de un matrimonio burgués, una fuente mucho más limitada que la que abarca Beauvais con su collage construido a partir de 450 películas

No creas que voy a gritar hace pensar en otras obras construidas con planos robados a la historia del cine, como The Clock (2010), de Christian Marclay, Stars (2017), del austríaco Johann Lurf. 

Sin embargo, The Clock es una instalación que transcurre en tiempo real a lo largo de 24 horas a partir de 10.000 películas, mientras que Stars, que sí tiene formato de película, recopila únicamente planos de estrellas (a partir de 553 films, en orden cronológico y conservando además el sonido original de cada plano, como parte de la propuesta). 

La cita de Beauvais, en cambio, huye de la abstracción pura y del videoarte, para contar una historia, como cualquier otra película. 

Imágenes ‘robadas’

Tomar prestadas imágenes de otras películas implica la ya consabida problemática de los derechos de autor que el gran Jean-Luc Godard, autor de aquel monumental collage llamado Histoire(s) du Cinéma, zanjó con una fórmula: “El cineasta no tiene derechos, sólo deberes”. 

En Gijón, Beauvais nos confesó que, obviamente, no había pagado ni un euro por todos aquellos planos con los que había montado su propia película, precisando que sus “productores se relajaron mucho al ver que (2018) –una de las últimas películas de Godard, de nuevo fabricada a partir de imágenes ajenas– se proyectaba en el Festival de Cannes sin ningún problema. No creas que voy a gritar se planteó como una película pirata desde el principio”. 

Esto último podría llevarnos a una reflexión mucho más amplia sobre la controvertida relación entre la cinefilia y los muchos tesoros escondidos en el trasfondo de la red. 

Si piratear una película reciente o un clásico disponible en plataformas es un crimen, ¿acaso lo es acceder a una película que no se puede ver de ninguna otra forma? Para cualquier cinéfilo, la lista de películas por ver es prácticamente infinita, mientras que la vida es muy corta. Lamentablemente, cada día un poquito más corta, al tiempo que más y más películas se van sumando a la lista infinita. 

A salvo de reclamaciones

Sin embargo, Beauvais no corre peligro de ser denunciado. Primero, porque las películas que veía durante aquel confinamiento avant la lettre, y que son de las que se alimenta No creas que voy a gritar, no son conocidas.

Son todas antiguas y raras, policiacos de la Alemania del Este, giallos (cine de terror italiano) de tercera o incluso cine porno: “Cogí las películas que había estado viendo, y seleccioné todas las que no eran experimentales. Descarté estas últimas porque ya eran trabajos a partir de imágenes ajenas. Al mismo tiempo, quería alejarme del videoarte, sacarlo de su gueto museístico, y hacer una película que fuese puro cine, para ver en pantalla grande”. 

En segundo lugar, la película tampoco admite reclamaciones en concepto de derechos de autor, porque no aparece ningún rostro reconocible, ninguna estrella de Hollywood. 

Para Beauvais, “que no se vean las caras de los actores, aunque sí la de algunos figurantes o incluso de muñecas, no tenía que ver con los derechos de autor. Era más bien una cuestión ética. Para mí las estrellas representan al capital, y quería hacer una película de espaldas al star system”. 

Personalmente, esa decisión de obviar cualquier rostro reconocible me conectó con mi propia infancia cuando, siendo yo también un mini “enfermo de cine”, veía todas las películas que daban en la tele, que no eran pocas, aunque sólo hubiera dos cadenas, porque el cine seguía siendo la estrella de la pequeña pantalla, incluso por encima del fútbol (y de los toros). Entonces, me preguntaba por qué los actores tenían que ser famosos. Me parecía que, al reconocerlos, restaban credibilidad a la historia. Al identificar a la estrella te acordabas de que estabas viendo una película. No creas que voy a gritar es como una respuesta tardía a aquellas inquietudes primitivas. 

Un léxico cinematográfico

Al principio, Beauvais, que ya había dirigido un par de cortos en clave de found footage (o stolen footage), sólo sabía que su primer largo iba a ser un relato autobiográfico acompañado de imágenes robadas. Así que lo primero que hizo fue seleccionar todos los planos que se le habían quedado mentalmente grabados en los meses previos: “Extrajimos las imágenes y las clasificamos en carpetas temáticas, de tal forma que si la Warner me denuncia porque aparecen dos segundos de pies extraídos de una de sus películas, tengo una carpeta con 300 pares de pies para reemplazarlos”. 

“La idea era construir un léxico cinematográfico que, con mi montador, Thomas Marchand, nos aprendimos al dedillo. Aislar aquellos breves planos era también una manera de interrogarnos sobre su potencial poético, polisémico, lejos del contexto y la función para la que fueron creados”, añade. 

En manos de Beauvais y Marchand, todos aquellos cachitos de películas ajenas eran como las letras de una caja de imprenta.

Al contemplar esta película que no permite ni el más mínimo pestañeo, llama la atención cómo las imágenes, todos esos movimientos breves, adquieren un simbolismo que en ocasiones ilustra directamente las palabras de la incesante voz en off y en otras se separa del discurso para obtener un significado más alejado.

El flujo de voz y el de las imágenes son como vías de tren que discurren paralelas, que a veces se cruzan y otras se alejan, perdiéndose de vista, para reencontrarse después. 

Una película hablada

Lo que distingue definitivamente No creas que voy a gritar de cualquier creación de videoarte hecha con imágenes robadas es esa narración muy literaria que en Francia se ha publicado, por cierto, en formato libro. La mayoría de ese tipo de videocreaciones no cuentan una historia: “No quería concentrarme sólo en la forma, sino también en el contenido”. 

Una vez aisladas las imágenes, Beauvais empezó a escribir. Primero leía durante un par de horas a autores diversos, que le atraían por la musicalidad de su prosa. Cita por ejemplo a Simenon, Annie Ernaux y Georges Pérec. Luego construyó la narración, y finalmente el montaje de imágenes que la acompaña. 

Beauvais se decidió a contar aquel oscuro periodo de su vida cuando vislumbró la esperanza de escapar de su exilio y volver a París. Sólo entonces pudo mirar atrás y empezar a trabajar en el proyecto, atrapado en su soledad, porque como bien ha dicho “ser artista es aprender a domar tu soledad”. 

Todas las pérdidas del mundo

Tal y como queda reflejado en la película, el punto de partida fue precisamente la ruptura con el hombre que había sido su pareja durante mucho tiempo. Pero no fue la única pérdida, tampoco tenía coche, ni trabajo, ni ninguna ocupación que no fuese mirar una película tras otra. Además, también se enfrentó a la enfermedad y a la muerte de su padre, con el que nunca se llevó demasiado bien. 

Pero, entre todas esas pérdidas –sentimental, económica, familiar–, también está la de la libertad. Beauvais confiesa que otras de sus motivaciones también fueron las noticias que le llegaban de París, donde, tras el atentado en el Bataclan, se instauró el estado de emergencia, que se prolongó por dos años a partir de noviembre 2015. 

El extraordinario control policial ejercido por el estado, y el sentimiento de recorte de libertades acusado sobre todo entre los más jóvenes, es algo que queda muy bien reflejado en L’époque, documental de Matthieu Bareyre que puede verse en Filmin, recomendado por el propio Beauvais en su Facebook, que es otro prodigioso y vertiginoso montaje de imágenes diversas. Esta vez de testimonios de jóvenes airados, a veces algo ingenuos, recogidos en la noche de París, que se quejan de la opresión policial. 

Así pues el solipsismo desgarrado de No creas que voy a gritar también tiene una inevitable dimensión política. Todas las obras trascendentes están irremediablemente conectadas con su época. Sin embargo, este inmenso spleen puede leerse simplemente como un extraordinario artefacto cinematográfico, y como un no menos extraordinario homenaje al cine. Eso sí, Beauvais tiene claro que su próxima película no será found footage ni en primera persona.

Estreno: 11 de septiembre.

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