‘Los lobos’: los niños mexicanos que no quiere Trump

La película autobiográfica del mexicano Samuel Kishi explora el drama de los que cruzan el Río Bravo a través de la mirada de dos niños

El flujo de inmigrantes centroamericanos, legales o ilegales, a Estados Unidos ha sido una constante, sobre todo desde los años 50 del siglo pasado, y el cine ha estado siempre bastante atento al fenómeno. En el marco de esta tradición cinematográfica, Los Lobos resulta particularmente oportuna cuando la agresiva política de Donald Trump ha pasado por separar a los inmigrantes de sus hijos con fines disuasorios.  

“No hay nadie que se pasa a otro país por gusto, y todos los que se pasan al otro lado se pasan por hambre”, clamaba David Silva en un momento de Espaldas mojadas (Alejandro Galindo, 1955), una de las primeras películas centradas en los inmigrantes que cada día intentan atravesar la frontera entre México y Estados Unidos, “atraídos por el brillo del dólar”, como señalaba, con tono moralista, el narrador de esta misma película, que terminaba con el explotador norteamericano acribillado por las balas de los guardas fronterizos, que le habían confundido, claro, con un “espalda mojada”, esa expresión despectiva acuñada ya en los años 20.

Muchos personajes antes que Martha Reyes Arias y sus dos hijos han hecho este viaje en busca de un sueño americano que hace tiempo se ha desvanecido

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65 años después de Silva, Martha Reyes Arias atraviesa la misma Ciudad Juárez para buscarse la vida en Alburquerque, acompañada de sus dos hijos pequeños, de cinco y ocho años.

El sueño americano hace tiempo que se ha desvanecido como tal, y lo que les espera al otro lado de la frontera es una pocilga en uno de esos cochambrosos moteles reconvertidos residencia de marginales y dos turnos de trabajo fabril que la obligarán a dejar a sus hijos encerrados en su nuevo hogar con la única compañía de una grabadora, gracias a la cual pueden oírla, con solo pulsar un botón, dictando las normas de la casa, como no salir al exterior bajo ningún concepto. Confinamiento duro.

 

El largo camino del inmigrante

Entre los personajes de David y Martha no son pocos los que han hecho el mismo recorrido, hasta llegar a Netflix, donde pueden verse series documentales (Indocumentados) o de ficción (Gentefied), centradas en el tema. Desierto (Jonás Cuarón, 2017) ilustra una auténtica ‘caza al hombre’ en el desierto de Sonora, mientras que Alejandro González Iñárritu se gastó una millonada, financiada por la UNAM y el gobierno mexicano, en Carne y arena (2018) una instalación de realidad virtual, presentada en el Festival de Cannes y coronada con un Oscar especial, para brindar a un único espectador la descarnada experiencia del migrante.

Otras películas como Sin nombre (2009), de Cary Fukunaga -más adelante director de la serie True Detective-, o La jaula de oro (2013), del burgalés nacionalizado mexicano Diego Quemada Díez, que sigue siendo la más justa de todas, cuentan el largo viaje, desde países como Honduras o Guatemala, en el célebre tren de la muerte, también conocido como La Bestia.

Aunque no parece que la madre tenga en regla todos los papeles que requiere su aventura, los protagonistas de Los Lobos llegan a Alburquerque en autocar sin mayores problemas. Quizás porque Kishi, realizador de 36 años, se ha basado en su propia infancia, muy anterior a la era de Tolerancia Cero de Trump.

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Como señaló Valeria Luiselli, autora de Los niños perdidos (Sexto Piso), un ensayo esencial sobre los niños que pasan solos la frontera, con Obama también hubo hasta 2000 niños encarcelados, para ser deportados, sólo que con Trump el drama se ha multiplicado por siete o más, otorgando al encierro de Los Lobos una dimensión simbólica.

Al otro lado del muro

Narrada en un tono que trata de escapar tanto del tremendismo como del sentimentalismo, dos escollos casi inevitables que se rozan en más de una ocasión, Los Lobos obvia las dificultades del viaje y se desarrolla casi enteramente en Nuevo México, convocando a personajes pintorescos del mundo marginal, que posan para la cámara a modo de catálogo sociológico.

Si bien la película sufre de las no menos inevitables comparaciones con la extraordinaria The Florida Project (Sean Baker, 2017), que se desarrolla en un ámbito muy similar, y también tenía a Disneylandia como la versión infantil del denostado sueño americano, la película logra conmovernos con el precario imaginario de los niños, que el director recrea con breves secuencias animadas.

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Aunque por su carácter atemporal, a caballo entre la infancia del director y la actualidad, no hay referencias directas a Trump ni a su faraónico muro, que ya se extiende, cual pequeña muralla china, a lo largo de más de 160 kilómetros de conflictiva frontera, esta película, empática y delicada, nos permite poner cara a las deshumanizadas políticas de la Casa Blanca en lo referente a los que llegan de Sur para buscarse la vida en la pesadilla norteamericana. Nunca está de más recordar que los seres humanos son algo más que números y meras estadísticas.

Los Lobos, que se vio en Filmin durante la edición virtual del Festival D’A, llegará a los cines, si todo va bien, el próximo 19 de junio.

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