‘Host’: Cuando una reunión de Zoom te arruina la vida

Una pequeña película plasma nuestros más hondos sentimientos sobre una de esas plataformas que ha sido, y sigue siendo, nuestra ventana al mundo

A través de una pequeña película rodada en pleno confinamiento, que reproduce una de esas infernales reuniones de Zoom hasta en sus más mínimos detalles, el joven realizador británico Rob Savage ha dicho la última palabra sobre lo que ha significado, a nivel global, cambiar nuestra vida social por esas citas virtuales en las que nos comunicamos con nuestros semejantes a través de la pantalla del ordenador. Después de tantos intentos frustrados, había que reconocerlo: estamos muertos de miedo. Esa es la verdad. 

Desde que en marzo nos sorprendió la crisis pandémica, se han sucedido innumerables producciones audiovisuales, que empezamos a reportar hasta que se nos fue de las manos, sin contar los impúdicos diarios de pandemia que inundan las redes, y que en demasiados casos ya tienen forma de libro. Aunque la realidad es otra, grandes pensadores de medio mundo están convencidos de que tienen algo original que contarnos sobre la pandemia en general, y sobre las todavía más interesantes repercusiones de esta en los hábitos de sus anodinas vidas privadas en particular. 

Consumidores digitalizados

La sensación que prevalece es que, después de la progresiva digitalización de nuestra sociedad, gracias a la cual casi todo lo que hacemos pasa por la red –el cine, las amistades, el colegio, las compras, y hasta puede que el sexo–, tenemos el virus que nos merecíamos. Quiero decir, que dejando de lado los trágicos inconvenientes que suponen morirse, ver morir a tus seres queridos y/o acabar en la ruina, el confinamiento nos pilló sobradamente preparados. Nos pilló sobradamente preparados, porque todo lo que queríamos estaba en nuestro ordenador. Ya no necesitamos más. 

«Los personajes de las películas de terror siempre se comportan como si nunca hubiesen visto una película de terror, y no supieran que estas cosas siempre acaban como el rosario de la aurora»

Philipp Engel

O sí, y esta es la muy ambiciosa prueba que el Destino, con D mayúscula, nos ha impuesto para que lo averigüemos, para que reflexionemos si lo que queríamos era convertirnos en bases de datos andantes, o confinadas, con vidas completamente monitorizadas, y hacer como que no nos damos cuenta. Si es que hasta para protestar virulentamente y quejarnos de la vida con amargura utilizamos las redes, como si nuestro último tuit fuese algo más que un microdato monetizable, que sólo tiene valor en cuanto forma del conjunto de datos que nos definen como consumidores. 

Nos daba pánico acabar en una sociedad a lo 1984, y para dominar nuestro pánico tomamos la delantera, atenazados por el miedo a quedarnos fuera. Hay que decir, para cortar ya con esta arenga boomer completamente innecesaria, que la película de Rob Savage no va exactamente por ahí, o no lo hace de una manera demasiado autoconsciente, pero llega de sobra a las mismas conclusiones, y se nos antoja como la metáfora definitiva, como si acariciáramos la esperanza de poner punto final a este drama que ya no sabemos por cuanto tiempo podremos soportar más. 

El inicio de una reunión de Zoom que bien podría ser la quedada de cualquiera con sus amigas este confinamiento.

La película que va Más Allá

Decíamos que la pandemia nos ha recordado hasta qué punto dependemos de nuestra conexión con la red, como si nos fuera la vida en suministrar nuestros insignificantes datos. Sólo hay que ver cómo se rebela nuestro cuerpo cuando no hay wi-fi. Savage, va –nunca mejor dicho– Más Allá, con el planteamiento de una sesión de espiritismo a través de Zoom. Un grupo de amigas se conecta, tras contratar a una medium 4.0, para contactar con espíritus y vivir la experiencia. Es plausible: el confinamiento ha hecho que mucha gente descubriera el aburrimiento y se enfrentara al horror vacui como si no tuviera nada con qué llenar el tiempo. 

‘Host’ traslada el clásico planteamiento Ouija a un marco 4.0, perfectamente reproducido

Los personajes de las películas de terror siempre se comportan como si nunca hubiesen visto una película de terror, y no supieran que estas cosas siempre acaban como el rosario de la aurora. En este caso, para mayor verosimilitud, las actrices no son conocidas y, además, son amigas de verdad. Eso le da a la película tanta frescura como credibilidad, nos ayuda a “vivir la experiencia”. Ya lo ha dicho el director: 10 años de amistad han sido la mejor preparación para hacer Host.

La idea puede parecer simple –trasladar el clásico planteamiento Ouija a un marco 4.0, perfectamente reproducido–, pero la metáfora es elocuente. En un mundo ya casi totalmente digitalizado y con sobreabundancia de fallecidos no previstos en el programa, ya sólo queda tratar de comunicarse con ellos a través de Zoom. Previsiblemente, aunque los protagonistas de nuestra historia –como suele ocurrir en el cine de terror– no lo habían previsto, los muertos están cabreados. Muy cabreados. Extremadamente cabreados. 

Nadie contaba con que los muertos a los que convocan estarían tan cabreados.

Desde el otro lado, parece evidente que el nuestro es un mundo altamente reprensible, y así lo manifiestan los diversos espíritus que aparecen en esta película que, como decíamos, reproduce una reunión de Zoom hasta en sus más mínimos detalles, ironizando sobre algunos de los juguetes con las que las amenizamos, como esos fondos de pantalla y esos filtros supuestamente divertidos que, a lo largo de la película, quedarán horriblemente descontextualizados. 

Cuando la cámara es un personaje más

Host, que causó sensación a su paso por el Festival de Sitges, se inscribe en la tradición del llamado found footage, ese cine de terror en el que la cámara es un personaje más, como ocurría en El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), catalogada como la primera película de terror viral, nuestra querida Rec (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), o tantas otras. O, más exactamente, se inscribe en el subgénero de las películas que trabajan el terror a partir de nuestra relación con la pantalla del ordenador, a la que pertenecen Open Windows  (Nacho Vigalondo, 2014) o Searching (Aneesh Chaganty, 2018), por citar un par. 

Sólo que aquí, claro, la fórmula se aplica al marco específico de una reunión de Zoom en este preciso momento histórico al que se alude con unos pocos guiños –la tos, siempre sospechosa; el absurdo saludo con los codos, o la mascarilla, imprescindible hasta para enfrentarse a un espíritu visiblemente enfadado–, y la película nos invita –una vez más, nunca mejor dicho– a participar a esa reunión como uno más, con la única diferencia de que no tenemos que sufrir nuestro rostro reflejado en la pantalla junto al resto de los invitados (cierto que en la realidad siempre está la opción de suprimirlo, pero no lo hacemos).

La sensación de realidad, que siempre han buscado las películas de tipo found footage, es aquí extrema hasta el punto que, aunque la película se estrena simultáneamente en salas de cine y en plataformas como Filmin, recomendamos, por una vez y sin que sirva de precedente, verla en el portátil, a solas y a oscuras, encerrados por ejemplo en el cuarto de baño, sentados en la taza del WC (tapa bajada), y con los pies desnudos en el frío suelo. 

Somos los primeros en asegurar que las salas son el lugar más seguro del mundo, que no hay nada como la pantalla grande y la experiencia compartida, que lo que vemos en el cine queda más profundamente anclado en la memoria, pero esta es la excepción que confirma la regla. Vivir la experiencia Host de esa manera, con todas sus sacudidas, quizás nos despierte lo suficiente para llegar a la conclusión de que estamos atrapados en el mundo que hemos contribuido tan alegremente a crear y que, de todos modos, tampoco vale la pena pensarlo demasiado, porque no hay modo de escapar. Hasta los muertos están atrapados. 

Estreno: 18 de diciembre.

a.
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