Ese ‘Pequeño país’ llamado Ruanda

La adaptación cinematográfica de la homónima novela de Gaël Faye habla en realidad de Ruanda y Burundi, dos pequeños países hermanados por la sangre

Pequeño país. Foto: Julien Pani.

Eric Barbier, el cineasta francés que firma Pequeño país, nos explica así la estrecha relación entre Burundi y Ruanda: “son dos pequeños países vecinos, no más grandes que Suiza y atrapados entre dos gigantes como El Congo y Tanzania. En el primero se produjo un golpe de estado por parte de militares tutsis, provocando una cadena de acontecimientos difícil de explicar, y al cabo de tan sólo seis meses tuvo lugar el genocidio en Ruanda”. En apenas dos meses, y principalmente a machetazos, las milicias hutus, instigadas por el gobierno, acabaron con 800.000 tutsis.

Pequeño país contempla este histórico baño de sangre a través de los ojos de un niño: “Ese fue uno de los aspectos que más me sedujo de la novela de Gaël Faye (publicada en España por Salamandra), que en Francia fue todo un fenómeno con más de un millón de ejemplares vendidos: en todo momento mantiene el punto de vista del chaval, evitando así las imágenes más espantosas, y estableciendo un paralelismo entre la destrucción del país y la disolución de su propia familia, que me pareció muy interesante”.

Gaby, encarnado por el debutante Djibril Vancoppenolle, es el adolescente que ve cómo sus padres se alejan el uno del otro. Su padre (Jean-Paul Rouve) es francés, y su madre (Isabelle Kabano), una tutsi de Ruanda. “Al principio a ella no le importa demasiado lo que sucede en Burundi. Pertenece a la burguesía, tiene una bonita casa. Las distintas clases sociales jugaron un papel muy importante entonces, y lo siguen jugando ahora. Es algo que creo que refleja la película: cuando Gaby va en busca de su bicicleta nos damos cuenta de hasta qué punto la gente, en su mayoría hutus, es pobre en Burundi. Están dispuestos a matar por una bici, que les va a permitir ir a buscar agua”.

El genocidio que fue ayer

Han pasado ya más de 25 años desde el genocidio de Ruanda, y todavía parece que fue ayer, sobre todo cuando, en la película, escuchamos un temazo de Mobb Deep –Shook Ones, concretamente–, que nos teletransporta, como si acabáramos de vivirlo, a un momento en el que el genocidio ruandés, perpetrado ante la indiferencia de la comunidad internacional, quedaba muy lejos. “Podría haberse evitado”, reconoce Barbier, no demasiado contento con el papel que jugó su propio país, más grande, poderoso y hexagonal.

“No lo digo sólo yo, también lo dijo en su momento el general canadiense Dallaire, que estaba al mando de las tropas de la ONU. El genocidio fue algo totalmente programado, alentado por el gobierno y los medios, pero al principio apenas si estaban armados. Una rápida y contundente acción militar podría haberlo evitado. Como francés, no me siento demasiado orgulloso de la posición de nuestro gobierno de entonces, y no creo que nunca hayamos reconocido nuestra culpa en el asunto”. La cosa podría estar a puntito: esta misma semana, Emmanuel Macron ha recibido al presidente Paul Kagamé, después de 27 años de tensiones. París no reconoce totalmente su culpa, pero es un nuevo comienzo.

«El genocidio fue algo totalmente programado, alentado por el gobierno y los medios, pero al principio apenas si estaban armados. Una rápida y contundente acción militar podría haberlo evitado»

Eric Barbier

Mucho se ha hablado de la connivencia entre el gobierno de Mitterrand y los arquitectos de la masacre. Esas turbulencias quedaron reflejadas, por ejemplo, en la no menos recomendable serie Black Earth Rising, creada por Hugo Blick para Netflix y BBCTwo, y regresaron al debate público cuando, en 2020, uno de los principales responsables del genocidio, el empresario Félicien Kabuga, fue detenido en las afueras de París.

Pequeño país, Jerico Films.

Presuntamente, los franceses apostaron por los hutus, y cerraron los ojos ante cuanto ahí pasaba, para luego evacuar y proteger a sus líderes, escondiéndolos en la Banlieue Parisina. Macron pidió una investigación de expertos, pero el informe resultante no reconoce la connivencia del gobierno Mitterrand, aunque sí verbaliza el apoyo a un régimen “racista, corrupto y violento”, y su tardía reacción a la hora de salvar vidas. Kabuga ve las cosas de otra forma, pero le parece un buen principio para relanzar las relaciones bilaterales.

Burundi, territorio vedado

Aunque la novela transcurre a caballo entre los dos países, primero en Burundi y luego en Ruanda, Barbier reconoce que “la rodamos enteramente en Ruanda, porque en Burundi la situación sigue siendo muy complicada. Ruanda es un país que ha progresado muchísimo en los últimos 25 años, al menos en términos de economía, infraestructuras, educación, sanidad… Pero sigue siendo un país profundamente marcado por el genocidio. Cuando trabajas con gente de ahí, a la que tienen más de 35 años enseguida te preguntas si fueron víctimas o verdugos”.

«Estuve en pueblos en los que los niños me tocaban el pelo y la piel, mientras los más pequeños salían corriendo, porque nunca antes habían visto a un hombre blanco»

Eric Barbier

“La parte racial del asunto es una quimera. Se dice que los tutsis llegaron del Nilo y los hutus del centro de África, pero eso fue hace siglos, y se han mezclado tanto desde entonces que es imposible distinguirlos”, aclara, y prosigue: “como con la guerra todo fue destruido, incluidos los tribunales y el sistema judicial, recuperaron los tribunales populares de siglos atrás, los Gacaca, en los que al menos se podía hablar. Unos acusando, otros defendiéndose, otros auto-inculpándose”, prosigue.

Pequeño país. Foto: Eric Jehelmann.

En total, para asegurar la credibilidad de su inmersión africana, Barbier pasó seis meses en Ruanda. “También vi algunos documentales, y leí algunos libros, además de el de Faye. Si tuviera que recomendar alguno, serían los de Jean Hatzlfeld, que pasó mucho tiempo ahí. Primero publicó uno sobre los supervivientes de la masacre –Una temporada de machetes (Anagrama)–, y luego otro sobre los perpetradores de la misma que estaban en la cárcel. También escribió un tercero –La estrategia de los antílopes (Ediciones Turpial)–, sobre la gente que regresaba a sus pueblos devastados, y finalmente un cuarto sobre los hijos de víctimas y verdugos”.

“Aunque los libros ya son el punto de vista de otra persona”, reconoce. “De lo que más se alimenta la película es de esos seis meses que pasé ahí. Estuve en pueblos en los que los niños me tocaban el pelo y la piel, mientras los más pequeños salían corriendo, porque nunca antes habían visto a un hombre blanco. Me entrevisté con un montón de gente, tanto de Burundi como de Ruanda, incluidos muchos políticos, que habían vivido los acontecimientos de aquellos días”.

Esta exploración del territorio humano es algo que se nota y se siente en Pequeño país, una película que se toma su tiempo para familiarizarnos con los personajes, a los que ya sentimos casi como próximos, cuando se desencadena lo peor.

Estreno: 21 de mayo en cines.

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