La triste historia del hombre más bello del mundo

En el Atlàntida Mallorca Film Festival de Filmin se ha estrenado el estupendo documental ‘El chico más bello del mundo’, sobre la vida real de aquel bello Tadzio

Björn ‘Tadzio’ Andrésen, el joven más bello del mundo.

Una de las sorpresas de Midsommar (Ari Aster, 2019), acaso la película de terror más comentada del último lustro –demasiado, diría yo–, fue la inquietante reaparición de un viejo y ajado Björn Andrésen.

Algunos de los más avispados espectadores (alguien capaz de vislumbrar más allá del último hype) reconocieron en él al mismísimo Tadzio, el ángel mortal de Muerte en Venecia, que reaparecía sin previo aviso medio siglo después de coprotagonizar, junto al gran Dirk Bogarde, la obra maestra de Luchino Visconti.

Nadie, absolutamente nadie, es capaz de acercarse a Venecia en góndola, vaporetto o cualquier cosa que flote, sin que la música de Gustav Mahler le acompañe mentalmente, emulando así la llegada de Gustav von Aschenbach a la ciudad flotante, que emerge entre la niebla matutina, con el decadente y malsano esplendor de una urbe asolada por la plaga (qué tema más de actualidad, la plaga).

Es como cuando Steve Carell grita “¡Soy el rey del mundo!” en aquel episodio en el que todo el reparto de The Office se sube a un barco para dar vueltas por un lago. Hay tópicos que son inevitables. Nunca dejaremos de ver Venecia a través de los ojos de Visconti.

El italiano tuvo además la genialidad de convertir al escritor de la novela de Thomas Mann en un músico inspirado en Mahler creando así una simbiosis perfecta entre la música y un personaje con el que Visconti, que había dirigido óperas en Milán y no escondía para nada su homosexualidad, se identificaba plenamente, más teniendo en cuenta que ya era sexagenario y le quedaba menos de un lustro de vida por delante (aunque eso no podía saberlo).

«Nunca le dejaban salir al sol, jugar al fútbol con sus compañeros, nadar en el mar contaminado o hacer cualquier cosa que le pudiera proporcionar el más mínimo placer»

Dirk Bogarde

Visconti se identificaba tanto con el personaje magistralmente interpretado por Bogarde como con el joven Tadzio, ya que él también había jugado vestido de marinero en las playas del Lido.

En Silvana Mangano veía a su propia madre, y eso no dejó de perturbarle durante todo el rodaje. No en vano su siguiente proyecto, abortado, iba a ser una adaptación de En busca del tiempo perdido.

Dirk Bogarde brilla por su ausencia

Algo que quizás choca en El chico más bello del mundo, es el escaso casito que Kristina Lindström y Kristian Petri, la pareja de directores suecos que lo han dirigido, le hacen a Dirk Bogarde, siendo este, como todo el mundo sabe, el mejor actor que ha dado el séptimo arte.

Ni un pedacito de entrevista rescatada, apenas si le entrevemos en la película; en el estreno al que acudió la mismísima Reina de Inglaterra, o en Cannes, donde finalmente se llevó la Palma de Oro la no menos mayúscula El mensajero, de Joseph Losey, curiosamente otro director fundamental en la carrera de Bogarde, que se dedicó a “animar a la competencia” durante el festival.

Para Visconti, se inventaron un premio 25 aniversario, que el cineasta aceptó primero de mala gana, y luego como si fuera el más importante de la velada. Losey se fue rápido al hotel. Estaba cansado.

El documental incluye las imágenes del casting en Suecia en el que Visconti encontró al joven Björn Andrésen

Fallecido en 1999, Bogarde, que también era un grandísimo escritor, recuerda al que fuera Tadzio en sus magníficas Memorias de un hombre ordenado evocando la “belleza casi mística” del joven sueco: “Era absolutamente esencial que la conservara, y por esa razón nunca le dejaban salir al sol, jugar al fútbol con sus compañeros, nadar en el mar contaminado o hacer cualquier cosa que le pudiera proporcionar el más mínimo placer”.

“Lo sufrió todo espléndidamente”, añade Bogarde. “Los únicos momentos de que podía disponer para sí mismo eran los fines de semana, si no estábamos trabajando, cuando iba a las máquinas de los pequeños bares del Lido. Muchos lunes por la mañana llegaba a trabajar con grandes ojeras, como de luto, y una palidez que no era ni enigmática ni mística, sino que parecía al borde de la muerte por agotamiento”.

Björn Andrésen con Visconti.

Sin embargo, el Tadzio ideal que Visconti descubrió en un casting sueco del que se conservan las mágicas imágenes (material estrella del documental), tras descartar a otros candidatos como Miguel Bosé (su padre, Luis Miguel Dominguín, no le dejó presentarse), no era un adolescente despreocupado al que sólo le atraían las chicas, la música y las motocicletas.

Tal y como nos revela el documental, arrastraba sus propios dramas personales: no conoció a su padre, su madre se adentró un día en un bosque del que no volvió a salir y fue educado por una abuela, que le empujaba a los castings, cuando él sólo quería ser músico.

Andrésen fue explotado y vampirizado hasta convertirse en uno más de todos esos juguetes rotos que, con toda lógica, tanto abundan en la historia del cine

Andrésen debutó por cierto en el cine con un pequeño papel en la maravillosa Una historia de amor sueca (Roy Andersson, 1970) -disponible en Filmin-, posiblemente la más bella historia de amor adolescente jamás filmada, aunque eso el documental tampoco lo recuerda.

El chico más solitario del mundo

Lo peor no fue el rodaje de Muerte en Venecia, que al fin y al cabo fue como unas extraordinarias vacaciones en Venecia, sino lo que vino después.

Terminado el rodaje, Visconti, pese a que había repetido una y otra vez que no había nada sexual en la fascinación de Aschenbach, o sea él mismo, por Tadzio, arrastró al adolescente como un trofeo por clubs nocturnos en los que todas las miradas lascivas se posaban sobre el chaval.

Fue el principio de una gran gira promocional, que duró varios años, y en los que Andrésen simplemente tenía que estar ahí, evidenciando su belleza andrógina, y manteniendo la boca cerrada, cual adonis florero.

Si no aguantaba el ritmo, pues se le daban unas pastillitas –anfetaminas, presumiblemente–, como sucedió en Japón, donde acabó accidentalmente convertido en estrella del pop, una faceta no muy conocida en la que ahonda el documental con imágenes que evidencian su desconcierto al cantar en un idioma que obviamente no alcanzaba a descifrar.

No cabe duda de que Andrésen fue explotado y vampirizado hasta convertirse en uno más de todos esos juguetes rotos que, con toda lógica, tanto abundan en la historia del cine, pues el mundo del espectáculo es un ambiente particularmente malsano para cualquier niño o adolescente.

Ahora bien, no sé hasta qué punto nos sorprende. Los 70 fueron una década de mucha liberación sexual etc. Pero la lista de víctimas que dejó por el camino parece que no tiene fin. Samantha Geimer, Maria Schneider, Sylvia Kristel, todas las ninfas que posaron para David Hamilton, que se quitó la vida en 2016, es de suponer que abrumado ante la magnitud de su culpa.

Para los hombres poderosos, la búsqueda del hedonismo, belleza y placer, lo justificaba todo, no importaba si se destruían vidas por el camino –de hecho, nadie reparaba en ello–, y Andrésen no fue más que otra víctima de una dinámica generalizada.

Andrésen fue uno más de los juguetes rotos de la historia del cine.

Un espectro en el Hotel des Bains

Tras el secuestro viscontiniano, Andrésen acumuló roles anecdóticos, y sobre todo tragedias personales, como por encima de todo la muerte de uno de sus hijos, algo de lo que obviamente nunca se recuperó.

Nada más habíamos sabido de el que identificábamos con Tadzio hasta su espectral reaparición en Midsommar, donde para más inri se autoinmolaba a plena luz del día, lanzándose de cabeza al suelo desde lo alto de un precipicio, simplemente porque había alcanzado esa edad venerable en la que los miembros de su secta consideran que para qué seguir viviendo. El problema de la jubilación resuelto para el bien de todos.

Y luego este documental, en el que lo vemos evolucionar cual fantasma por el abandonado Hotel des Bains, que aguarda su gran reforma, como si fuera el protagonista de la novela que Luisgé Martín publicó en el año 2000, La muerte de Tadzio, en la que este regresa al decadente escenario de su efímera gloria pasada.

Le vemos también abroncado por la casera y por su joven novia, a raíz de la insalubridad y las imprudencias cometidas en el piso del que está a punto de salir desahuciado. El irreconocible Tadzio es un hombre roto, alto y oscuro, devastado.

No se trata de desgranar responsabilidades, ni de tratar de imaginar hasta qué punto su orfandad lo fragilizó antes de aterrizar en el Lido y de someterse a la maratón posterior, la cuestión es que, entonces, y sobre todo después, durante esa eterna tournée, nadie le protegió, más bien todo lo contrario.

Las redes han hablado y dicen que ya nadie podrá ver Muerte en Venecia –disponible en Apple TV y RakutenTV– de la misma manera. Es verdad, la veremos sabiendo que Andrésen salió mal parado, lo que no sabemos es si eso le restará algo de su hasta la fecha inquebrantable belleza, si la vida real de Tadzio nos abrumará hasta el punto de sacarnos la película.

Por lo pronto, a mí me han entrado unas ganas locas de volver a verla. A ver qué tal.

a.
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