Donde le duele a nuestra cultura

De ‘salir de esta’ a ‘estar en esta’: cómo se adaptará la cultura a la nueva realidad pospandémica

El mundo de la cultura ha contribuido a construir una frase de discutible valor añadido: “saldremos de esta”. Quizá hubiera sido mucho más propio de un sector que luce de sus virtudes premonitorias hablar de “estaremos en esta”.

En un contexto en el que el debate sobre la función constructiva del arte, la cultura y el pensamiento frente a sus evidentes aprovechamientos económicos está más vivo que nunca, pareciera que el sector haya renunciado a empoderarse de nuevo como un vector fundacional, para refugiarse en batallas de corte sindical, o sea en la inmediatez del “que hay de lo mio”.

No es así, evidentemente, pero a nadie se le escapará que los contenidos culturales son fácilmente digitalizables y que la tentación de construir alternativas comerciales utilizando los recursos que el mercado telemático ha puesto de moda es irresistible para una parte notable del empresariado cultural.

¿Regalar la cultura?

A mi juicio, la salida en tromba del sector musical y audiovisual ofreciéndose como la mejor –y la más barata—alternativa a los rigores del confinamiento fue una manera significativa de segmentar el espacio social de la cultura y, además, una sangrante demostración de cómo dispararse un tiro al pie.

Me temo que al sector cultural le costará recuperar la normalidad. Su tradicional falta de elasticidad frente a los cambios de precio o renta disponible se ha visto progresivamente alterada por el incremento constante de una oferta digital que convierte el consumo domestico de la cultura en una practica de supermercado. Y a mi me resulta complejo visualizar el consumo cultural sin ciertos rituales, quizás algo elitistas, pero indisociablemente propios de la singularidad artística.

Optar por “salir de esta” o “estar en esta” significará gestionar la cultura para que todo vuelva a la situación anterior o bien se dibuje una nueva realidad

Hace unos años el incremento del IVA en el precio de las entradas en sectores como la música, el cine o el teatro supuso un auténtico terremoto para el mercado de la cultura. El consumo se desplomó rápidamente y aún hoy recuperados o incluso mejorados los recargos tradicionales, la demanda cultural sigue en cifras inferiores a las del año 2010.

La cultura es extraordinariamente sensible a los mensajes políticos, lo que en términos generales incluye los educativos y los socioeconómicos. En última instancia el problema de fondo fue, en aquel momento, la instalación en el imaginario popular de una clara idea de desafección pública hacia la cultura.

La crisis de la COVID-19 ha planteado una situación similar. Desde las políticas públicas generalistas se ha tendido a demonizar la cultura como una expresión más del ocio nocturno y se la ha querido tratar como un sector económico más.

Fijémonos, por ejemplo, en cómo después de una primera y poco afortunada aparición pública del Ministro de Cultura, el Gobierno de España puso en valor una considerable cantidad de recursos de corte esencialmente industrial. El punto de salida convertía la cultura en un elemento prescindible ante los rigores dramáticos de la pandemia (antes la salud que la cultura), el punto de llegada la convertía en un sector económico con escasas diferencias respecto del conjunto del mundo productivo.

En la medida que la creación, el pensamiento o las prácticas culturales, simplemente, son espacios de libertad la oferta diversa de contenidos siempre estará garantizada.  Pero este es sin duda un análisis equivoco en la medida que, desprovista de códigos de calidad y sin escenarios estables que garanticen una cierta competitividad, la cultura tiende inevitablemente a la mediocridad.

Una nueva encrucijada

Estamos pues, en una nueva encrucijada; una más. Y saber en qué dirección soplarán los vientos de la cultura y la creación artística en los próximos años un auténtico juego de adivinos. 

«Desde las políticas públicas generalistas se ha tendido a demonizar la cultura como una expresión más del ocio nocturno»

Xavier Marcé

La pregunta que debería ocuparnos es qué hará la Administración ante este panorama. Puede analizar esta situación desde la perspectiva económica o hacerlo desde una mirada regeneracionista que le otorgue de nuevo a la cultura un papel fundacional.

En el primero de los casos las medidas serán fiscales y comerciales. Puede funcionar, pero quedaran pocos agentes y cada día más subsidiarios de decisiones ajenas a los creadores locales.

Para abordar el segundo es imprescindible repensar de nuevo lo poco que queda de las políticas culturales que se iniciaron en los años 80 y que por pura absorción de lo que se construyó en Europa le dieron cierto sentido a la acción pública en el ámbito cultural. Me temo que no hay termino medio porque el transito digital ya no es una aventura de visionarios tecnológicos sino una autopista de peaje a pleno rendimiento.

Optar por “salir de esta” o “estar en esta” tiene su importancia en la medida que una presupone la gestión de una coyuntura después de la cual todo volverá a la situación anterior y la otra anuncia una nueva realidad en la cual es imperativo reencontrar un papel determinante. Y eso en nuestro país no puede resolverse sin que nuestros gobiernos tomen una decisión.  

Las repetidas alusiones a la necesidad de un pacto cultural o las reclamaciones sectoriales para incrementar los presupuestos culturales no podrán tener éxito si nuestro país no es capaz de reflexionar sobre algo que, por razones históricas, forma parte del adn francés, alemán o ingles: cuál el remedio para curar el eterno dolor que aqueja nuestra vida cultural.

a.
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