Valonia en cinco escapadas urbanas

Namur, Mons, Tournai, Lieja y Dinant o cómo sacar el máximo partido a la región de Valonia

¿Qué tienen en común Gante, Brujas, Amberes, Lovaina o Malinas? Efectivamente son todas ciudades de Bélgica, quizás las más conocidas además de Bruselas, pero comparten algo más: todas se ubican en Flandes. La región de Valonia, al sur del país, sigue siendo un misterio para muchos visitantes y, sin embargo, oculta tesoros que adoptan todo tipo de formas: de parajes naturales a castillos de cuento, pasando por viñedos, cervecerías y queserías. Pero también coquetas ciudades perfectas para una escapada de fin de semana.

Namur, Mons, Tournai, Dinant y Lieja componen esta ruta por algunos de los tesoros de Valonia

Namur, capital valona

Si bien Charleroi es la ciudad más poblada -y además cuenta con el aeropuerto que más conexiones aéreas ofrece, incluido una buena oferta de low cost– la capital de la tercera región de Bélgica (además de Flandes y la propia Bruselas) es Namur.

Se trata de una ciudad universitaria ubicada en la confluencia de los ríos Mosa y Sambre que destila vitalidad.

La Ciudadela es uno de sus símbolos, incluidos los 7 km de túneles subterráneos que atesora y que la convierten en una de las fortalezas más grandes de Europa.

Ciudadela de Namur. Foto: Anibal Trejo | Turismo de Valonia.

Ciudadela de Namur. Foto: Anibal Trejo | Turismo de Valonia.

Ya en la superficie, merece la pena recorrer sus calles llenas de encanto y también de tiendas, restaurantes y, especialmente, cervecerías. También en su centro histórico nos topamos con la catedral de Saint-Aubain, el Teatro Real y los muelles, de donde parten pequeños cruceros que explorar los alrededores.

Namur, donde cuentan que se inventaron las patatas fritas, es una ciudad que destila vitalidad y encanto

Namur es además una ciudad muy viva, con todo tipo de citas culturales como el Festival Internacional de Cine Francófono. ¿Una curiosidad para terminar? Uno de los productos más destacados de la gastronomía belga, las humildes pero exquisitas patatas fritas, se inventaron aquí. Según cuenta una antigua leyenda, en un frío invierno del siglo XVIII, el río se heló e impidió pescar. Los habitantes decidieron cortar trozos de patata en forma de pescado y freírlos, lo que dio lugar a este must de la cocina.

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Mons, la ciudad de la cultura

Víctor Hugo decía de ella que era una “ciudad encantadora” y no seremos nosotros quienes le lleven la contraria. Capital Europea de la Cultura en 2015, cuenta con diferentes museos que ensalzan su patrimonio artístico, tanto antiguo como contemporáneo, pero también científico o histórico. Es el caso del Mundaneum -un excepcional archivo que guarda 12 millones de registros bibliográficos, por lo que ha sido rebautizado como el ‘Google de papel’- o la Casa Van Gogh, en Cuesmes.

Grand Place de Mons. Foto: Joseph Jeanmart | Turismo de Valonia.

Grand Place de Mons. Foto: Joseph Jeanmart | Turismo de Valonia. 

Su encanto se hace patente con un simple recorrido por el centro con paradas en el campanario, la colegiata, la Grand Place, el Jardin du Mayeur o el castillo de Havré.

Una de sus curiosidades es la fiesta del dodou, reconocida incluso por la Unesco. Durante los meses de mayo y junio la festividad celebra diferentes tradiciones como la batalla del dragón, un ritual que se mantiene vivo desde el siglo VII.

Tournai

Una de las ciudades más antiguas de Bélgica es también la única que estuvo bajo la dominación inglesa durante algunos años, durante los cuales Enrique VIII ordenó la construcción de su ciudadela, aún visible en algunas zonas. Del siglo XII es su campanario declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, al que se puede ascender -superando sus 250 escalones- para asistir in situ al concierto de sus campanas.

Más modernas, merece la pena detenerse ante las numerosas construcciones de estilo art nouveau que salpican sus calles; por ejemplo, el Museo de Bellas Artes, diseñado por el arquitecto pionero del modernismo Victor Horta.

Tournai. Foto: Jean Marie Huet | Pixabay.

Tournai y su campanario. Foto: Jean Marie Huet | Pixabay. 

La pâtisserie Quenoy, abierta desde el año 1864, es perfecto para descubrir algunos de los sabores más auténticos de la ciudad, incluidos los caramelos de tres azúcares.

Dinant

Encajonada entre el río Mosa y un acantilado, la pequeña Dinant es una auténtica ciudad de postal, con la ciudadela y el campanario de la Colegiada recortados sobre la línea de casas y comercios de hermosos colores.

Además de estar profundamente vinculada al agua, con citas como la regata internacional de bañeras, los cruceros mosanos o los recorridos en kayak, la ciudad guarda una estrecha relación con la música gracias a uno de sus hijos más ilustres, Adolple Sax, el célebre inventor del saxofón. Además de un museo en su casa natal, diferentes estatuas y eventos le homenajean.

Dinant. Foto: Denis Quentin Simon | Unsplash.

Dinant. Foto: Denis Quentin Simon | Unsplash.

También es buena idea acercarse a Pataphonie, un museo dedicado a la música y a los instrumentos más extraños, imaginado por Max Vandervorst, acercarse a la gruta la Merveilleuse y, por supuesto, relajarse en una terraza para degustar una cerveza Caracole, una couque de Dinant o una tarta flamiche.

Lieja

La ciudad de Lieja es quizás la más temperamental de la región, plagada de contrastes como los que se dan entre sus más modernas infraestructuras, como la estación de ferrocarril de Guillemins, diseñada por Santiago Calatrava, y los vestigios del pasado en la Place du Marché.

Callejones sin salida, viejas construcciones y maravillosos edificios como la catedral Saint-Paul de Lieja, la Colegiata Saint-Denis o el Palacio de los Príncipes-Obispos son algunos de los símbolos de su cara más tradicional, que debemos combinar con un paseo por el popular barrio popular de la rue Pierreuse, las escaleras de Bueren y las laderas de la ciudadela.

EstacioÌn de ferrocarril de Lieja. Foto: Herbert Aust | Pixabay.

EstacioÌn de ferrocarril de Lieja. Foto: Herbert Aust | Pixabay.

Además de su contagiosa energía nos cautivará con sus gofres de Lieja, con aromas de canela, caramelo y vainilla, o con sus albóndigas de conejo en salsa liejense, especialmente buenas en el bistró la Maison du Pèkèt.

a.
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