El museo que atesora las joyas favoritas de los zares

El Museo Fabergé, en San Petersburgo, presenta la mayor colección de las joyas en forma de huevos creadas para los zares de Rusia

Si alguien ha visto los primeros minutos de la serie Los últimos zares, por Netflix, podrá tener una rápida radiografía del poder y la riqueza de los nobles de Rusia a fines del siglo XIX, y sobre todo, del lujo que ostentaba la dinastía de los Romanov.

Un buen ejemplo son sus joyas predilectas, los huevos de Fabergé, donde nueve ejemplares sobrevivieron a la turbulenta historia rusa.

El joyero del emperador

Peter Carl Fabergé fue un joyero ruso de gran calidad artesanal y un gusto que atrajo al zar Alejandro III en 1880. El emperador ruso le encargó que diseñe un huevo por año para regalárselo a su esposa.

Quince huevos diseñados por el joyero Fabergé se exhibe en el museo de San Petersburgo que lleva su nombre

Cada uno era una obra de arte: decorado con piedras preciosas, con toques de oro, plata y esmaltes, al abrir tenía una sorpresa, que podía ser la miniatura dorada de un carruaje o un retrato de los miembros de la familia real ricamente engalanado.

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El salón Azul, del palacio Shuvalov. Foto: Museo Fabergé.

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Fabergé llegó a diseñar unos 50 huevos, entre los que fueron comprados por Alejandro III y por su hijo Nicolás II. Pero la revolución bolchevique de 1917 dispersó estas joyas por destinos desconocidos.

 


Trailer de El último zar. Fuente: Netflix

Muchos se perdieron, varios quedaron destruidos por manos anónimas, pero unos cuantos terminaron en manos del editor norteamericano Malcom Forbes, que se dedicó a rastrearlos y comprarlos con entusiasmo.

El origen del museo

Nueve huevos de su colección fueron vendidos al magnate ruso Viktor Vekselberg por 100 millones de dólares. Pero la idea de este empresario, la cuarta fortuna de Rusia, no era que queden en una biblioteca de su hogar sino que integren el museo que estaba formando.

Este es el Museo Fabergé, que abrió sus puertas en el 2013, y que exhibe 15 de las pequeñas creaciones de este joyero, además de 4.000 piezas de artes decorativas, entre ellas joyas de oro y plata, pinturas, esculturas, porcelanas y bronces.

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La colección de huevos en exposición. Foto: Museo Fabergé.

Uno de los pocos museos privados

La intención de Vekselberg es repatriar todo el arte ruso previo a la revolución de octubre y exponerlo al público, en uno de los pocos museos privados que hay en San Petersburgo.

El museo Fabergé cuenta con 4.000 obras de arte decorativo, centrado en el período previo a la revolución bolchevique

El centro dedicado a Fabergé no es, por suerte, tan inconmensurable como el Hermitage, uno de los museos más grandes del mundo. Su sede de 4.700 metros cuadrados es el palacio Shuvalov, edificado en el siglo XVIII y reconstruido en el estilo original tras haber sido severamente destruido en la Segunda Guerra Mundial.

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El Lirio de los Valles. Foto: Museo Fabergé.

Las joyas más valiosas

Los trabajos de Fabergé se exponen en el salón azul. Uno de los destacados es el huevo del Renacimiento, que tiene el tamaño de una mano, construido en ágata gris azulada translúcida y recubierto por un entramado blanco esmaltado con diamante y flores de rubí.

Otro es el Lirio de los Valles, una obra de estilo art-noveau recubierto de perlas que Nicolás II entregó a su esposa Alejandra. Cuando se abre el huevo se despliega un retrato del zar con dos de sus hijas, que rota en una figura con forma de trébol.

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Huevo en homenaje a los 15 años de la coronación de Alejandro II. Foto: Museo Fabergé.

También cabe destacar el huevo creado para conmemorar el 15º aniversario de la coronación de Nicolás II en 1896, diseñado en oro, esmalte verde y blanco y recubierto con diamantes, con su superficie dividida en ocho paneles que presentan 16 miniaturas.

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El primer huevo que el zar regaló a su esposa, el Rosebud, se abre como un bombón para descubrir un capullo de rosa esmaltado en amarillo, y que guardaba dos sorpresas que se perdieron: una corona de oro con diamantes y rubíes y un colgante de rubí.

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Huevo del Renacimiento, el más grande de la colección. Foto: Museo Fabergé.

El Huevo de Gallina, de 1900, fue armado con oro multicolor, violeta translúcido, lila opaco y esmalte opalescente blanco y de otras, además de diamantes, rubíes y perlas. En su interior había una pequeña gallina de oro y plumas naturales, y en su cara exterior tiene un reloj muy decorado.

Que estas joyas tan diminutas hayan sobrevivido a la revolución, el expolio de la riqueza de la casa real y las transacciones de mano en mano que se realizaron en el siglo XX es casi un milagro. Es una pequeña muestra que arroja luz sobre la agitada historia de Rusia.

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Cada huevo tenía una rica sorpresa en su interior. Foto: Museo Fabergé.

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