Gstaad: esquí y compras exclusivas sobre toneladas de queso

Uno de los refugios más exclusivos de los Alpes suizos atesora también una auténtica catedral del queso bajo su superficie

En el cantón de Berna, el pueblecito suizo de Gstaad entraña a la perfección una escapada de nieve premium. Montañas siempre nevadas rodean exclusivos chalets, hoteles, restaurantes y pequeñas calles peatonales a cuyos escaparates se asoman prendas y complementos de Hermès, Louis Vuitton, Prada, Patek Philippe o Chopard.

Refugio de empresarios, royals, políticos o actores de Hollywood (internados como Le Rosey, selectos clubes como Eagle Ski Club y citas como el J. Safra Sarasin Swiss Open de tenis o el Menuhin Festival de música clásica se encargan de atraerlos) ha logrado, además, mantener su autenticidad, quizás porque se ha mantenido al margen de la ostentación y ha sabido ofrecer a sus ilustres visitantes un destino ideal para relajarse entre paisajes de postal y pueblecitos de ensueño.

Un paseo por la peatonal Promenade, a la que se asoman marcas de lujo desde Louis Vuitton a Chopard pasando por Patek Philippe, sirve tomar contacto con la glamurosa Gstaad

[Para leer más: Así es el hotel suizo que lleva el esquí al siguiente nivel]

Un paseo por Gstaad

Un paseo por Promenade, la principal arteria comercial de este pueblo de alrededor de 8.000 habitantes, basta para hacerse una glamurosa idea de Gstaad y entender por qué se mantiene como uno de los bastiones suizos del lujo.

PanoraÌmica Gstaad. Foto  Andreas Gerth | Turismo de Suiza.

PanoraÌmica Gstaad. Foto: Andreas Gerth | Turismo de Suiza.

De Elizabeth Taylor -de quien dicen le gustaba tanto el lugar que llevó allí a todos sus maridos- a Brigitte Bardot, Roger Moore, Marlene Dietrich, Michael Jackson o Madonna, como ahora lo más granado de la sociedad, el deporte o el cine, pasando por casas reales de medio mundo, caminaron frente a estos escaparates con la tranquilidad de no tener que esconderse a cada paso de los fotógrafos.

En 1910 el tren llegó a Gstaad y, con él, los primeros turistas. Ese mismo año abrió sus puertas el flamante Gstaad Palace

Para entender el por qué este lugar logró convertirse en paradigma de las vacaciones de invierno -y también en verano, donde reciben una cantidad similar de visitantes, alrededor de 15.000- hay que mirar a principios de siglo pasado.

Gstaad Palace

En 1910 el ferrocarril llegó por primera vez a la localidad y ese mismo año abrió sus puertas el hotel Gstaad Palace, todo un emblema en la zona. Entre sus muros y torres a más de 1.000 m de altura -está diseñado al más puro estilo de castillo de cuento de hadas- se han alojado Grace Kelly, Audrey Hepburn, Julie Andrews, Clark Gable, Rock Hudson o Jack Nicholson.

Más que un simple hotel, el Gstaad Palace es toda una institución. Foto: Gstaad Palace.

Más que un simple hotel, el Gstaad Palace es toda una institución. Foto: Gstaad Palace.

Lleva tres generaciones en la misma familia y combina con acierto la estética de los chalets suizos con los servicios de un establecimiento cinco estrellas. Su interiorismo, firmado por Federica Palacios, es capaz de mezclar con acierto lo último de Bang & Olufsen con motivos alpinos. Su lobby, su club nocturno y sus cinco restaurantes son parada obligada de lo más granado de los visitantes de la ciudad.

Desde Gstaad se puede esquiar en un dominio que supera los 200 km de pistas, pero también practicar senderismo y todo tipo de deportes de invierno, de trineos a culing, pasando por esquí glaciar

La llegada hoy es más probable a través del cercano aeropuerto de Saanen que del ferrocarril, pero el hotel sigue siendo una de las opciones de alojamiento, al que se han sumado después establecimientos como el coqueto Gran Hotel Ballevue y, más moderno, el hotel Alpina.

EsquiÌ Gstaad. Foto: Melanie Uhkoetter | Turismo de Suiza.

EsquiÌ Gstaad. Foto: Melanie Uhkoetter | Turismo de Suiza.

Esquí de lujo

Las aldeas vecinas de Schönried, Saanenmöser, Zweisimmen, Gsteig, Lauenen, Feutersoey, Turbach y Abländschen -esta última, absolutamente encantadora-, si bien no tan exclusivas, forman parte de la misma región del Saanenland, donde perderse en el lago Lauenensee y, más apetecible en esta época, practicar todo tipo de deportes de invierno.

Los resorts de nieve suman más de 200 km de nieve a una altura de hasta 3.000 m, con todo tipo de instalaciones como snow parks, pistas para trineos, esquí de fondo y, por supuesto, refugios y terrazas donde tomarse un descanso -copa de champagne en mano-. Practicar curling o probar el esquí glaciar desde un helicóptero son otras de las propuestas para los más aventureros.

EsquiÌ Gstaad. Foto: Turismo de Suiza.

Un descanso de lujo en la jornada de esquí. Foto: Turismo de Suiza.

La catedral del queso

Si el esquí por sí mismo no es lo suficientemente atractivo quizás lo sea una cabaña de 7.000 vacas -prácticamente la misma cantidad que habitantes tiene Gstaad-. No por las vacas en sí, claro, sino porque con su leche se elaboran, desde hace cientos de años, los excelentes quesos de la región.

Varias de las 200 granjas donde se elabora se pueden visitar, como la de Hélène y Ruedi Wehren, donde nació Juliette, la vaca de 800 kg que la localidad le regaló a Roger Federer tras ganar su primer Wimbledon.

Nos detenemos en Molkerei Gstaad para entrar en las profundidades de la tierra. Y es que 25 m por debajo del suelo, esta antigua lechería oculta un depósito donde envejecen más de 3.000 ruedas de queso. Cuentan que tienen un peso total que supera las 30 toneladas y que, si se apilaran todas, superarían los 270 m de altura, superando así a cualquier edificio en toda Suiza.

Más de 3.000 quesos maduran en esta cava. Foto: Molkerei Gstaad.

Más de 3.000 quesos maduran en esta cava. Foto: Molkerei Gstaad.

La visita recuerda más a una catedral que a una granja, con velas y música clásica de fondo, además de un envolvente olor a queso. Miremos donde miremos solo veremos un tipo de queso: Alpkäse, que cuenta con denominación protegida y se produce solo en verano (el que se elabora en invierno recibe el nombre de queso de montaña, para diferenciarlo del alpino) y directamente en las explotaciones alpinas.

Se hace en esta zona prácticamente con la misma receta desde 1548 y cuentan que son las hierbas que las vacas comen libremente en los pastos, así como el agua procedente de la montaña, la que permite obtener una leche cruda especialmente sabrosa que se emplea para hacer los quesos. Después el humo del fuego de leña y las sutiles diferencias entre granjas determinan el aroma, color, forma, grado de madurez y dureza.

Allí se atesoran ejemplares de diferentes productores que se clasifican por números -algo así como una biblioteca de quesos- y envejecen, al menos, durante 18 meses, aunque los expertos recomiendan los de entre dos y tres años.

Queso local. Foto: Turismo de Gstaad.

Y, tras la visita, la degustación del queso. Foto: Turismo de Gstaad.

Se guarda incluso un queso que cuenta con unos 150 años; este sí, más como testigo de la producción centenaria que como ejemplar apetitoso. A cambio se pueden degustar otros ejemplares, que se cortan en lonchas finas y se presentan enrolladas. Es perfecto para acompañarlo con vino blanco.

Una vez en la superficie es el momento de abandonarse al placer de una fondue, a la que se añaden variedades como el gruyere o el vacherin, y deleitarse con sus matices frente al paisaje de las montañas.

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